No he visto en ninguna otra ciudad latinoamericana más taxis por metro cuadrado que en Lima. Ni siquiera en el DF. Algunas veces he hecho el ejercicio de contar cuántos de una treintena de autos que esperan la luz verde para cruzar una calle son taxis y me he dado con la sorpresa que la mayoría. Resulta fácil ver en cada esquina limeña una gran cantidad de autos de color blanco o amarillo que luchan por hacerse de un pasajero, o si ya llevan a uno, de avanzar lo más pronto posible hacia su destino, a costa incluso de espantar a peatones indefensos.
En Lima, basta levantar la mano, haciendo la típica señal llamando a un taxi, para que, como por arte de magia, antes de tres segundos, al menos un par de taxis pare enfrente tuyo. Con mucha probabilidad serán unos de aquellos autos modelo Station Wagon o, con un poco menos de suerte, un auto Tico. Digo con menos suerte porque los Ticos son autos absolutamente inseguros. Como con el paso del tiempo uno agudiza su instinto de conservación, ahora yo evito, por todos los medios, tomarlos.
Para quienes no los conocen, los Tico son unos autos de un metro de ancho por dos de largo que inundaron la ciudad de Lima durante los noventas y se convirtieron de la noche a la mañana en los preferidos por los taxistas (ahora, afortunadamente, han empezado a ser una especie en extinción). Con toda propiedad, una amiga venezolana los llamaba “zapaticos” por lo pequeños. ¡Y vaya que el tamaño de un Tico va muy a tono con su fragilidad! Su fortaleza es apenas mayor que la de una enorme batea de plástico. Dentro de ellos no hay forma de sentirse a salvo. ¡Y cómo corren los condenados! Tienen un arranque bárbaro. No sé si el resto de limeños tiene la misma impresión que yo, pero a mí me parece que hasta tienen personalidad propia. Como sí todos fueran conducidos por el mismo chofer, el cual, para compensar el complejo que debe producirle conducir un auto tan diminuto, hace gala de una enorme osadía al volante, a costa de la integridad de los peatones y, desde luego, de sus propios pasajeros… porque ni el usar cinturón de seguridad cambiará mucho las cosas si eres pasajero de un Tico, a no ser que si lo usas, y por desgracia el Tico choca, sólo está garantizado que salgas expelido con asiento y todo. Porque, además de ser seguramente la ciudad con mayor número de taxis per cápita en Latinoamérica, Lima es también, con poco margen de duda, la ciudad donde están los peores conductores de la región. Lo digo con cierto grado de chauvinismo y resignación, si cabe una mezcla tan rara de sentimientos.
Recuerdo a un amigo chileno quien me describió su primera experiencia en un taxi limeño como espeluznante. Para su mala fortuna tomó un taxi que condujo por la vía expresa a una hora en la que todo el mundo corre para llegar a tiempo a su destino. Bueno pues, también que en Chile el servicio de taxis es uno de los más seguros de la región (y también uno de los más caros) así que no es de extrañar que mi amigo haya quedado traumatizado después de su experiencia por vías limeñas.
Relatos sobre osadías de conductores hay muchas. Me acuerdo, en una época en la que aún tomaba Ticos, de un taxista que conduciendo uno estos bichos, por su afán de avanzar pronto, no tuvo mejor idea que conducir sobre la acera (A*C*E*R*A). Pero eso no fue todo. Esa maniobra, absolutamente inexplicable para cualquier persona del mundo civilizado o semi-civilizado, tuvo el agravante de ser ejecutada doblando una esquina. Es decir, el chofer no sólo invadió territorio peatonal sino que lo hizo de tal forma que si un peatón se encontraba doblando la acera en sentido opuesto (lo cual, como comprenderán, era plenamente probable) hubiera sido embestido por un auto, en plena vía peatonal, y, seguramente, habría pasado al otro mundo sin siquiera saber cómo lo dejó (Estupefacto, lo único que atiné a hacer es bajarme del taxi para no ser cómplice del conductor)…
La inconciencia de los conductores limeños respecto a la seguridad tiene muchos matices. Recuerdo a un taxista que, cuando le comenté que su auto no tenía cinturón de seguridad, me respondió muy orgullosamente: “No se preocupe joven, yo nunca choco”. ¡Como si chocar dependiera únicamente de él y no también de otro imprudente que ande al volante!
Pero el hecho de ser conductores osados no es lo único característico de los taxistas. Sería injusto reducirlos a eso. También tienen otros defectos.
Me acuerdo mucho de un taxista extremadamente gordo y conversador quien casualmente maneja un Tico. Manejaba y lo vestía, porque su extremada gordura lo hacía dueño de la parte de adelante del Tico sin opción a tener copiloto. Su envergadura era tal, que bien podría haber sacado cada uno de sus brazos por cada una de las ventanas delanteras. Como la mayoría de taxistas se reveló como muy conversador y me contaba una intrincada historia sentimental suya, con un sin número de detalles que, cuando íbamos llegando ya al final de la carrera apenas había pasado del “había una vez”. (Lamentablemente muchos de ellos no han desarrollado la capacidad de síntesis. Al igual que yo, que empecé esta nota con la idea de escribir sólo un par de párrafos). Ese mismo taxista me dijo: “Me acuerdo todos los detalles de lo que pasó porque tengo memoria de elefante”. “Y el cuerpo también”, pensé agregar, pero no me atreví, porque temí que el paquidermo me aplastase con toda su humanidad. No sé en qué consistía su historia porque por un lado la cantidad de detalles me había mareado y, por otro, porque yo trataba, sin éxito, de leer una novela que llevaba conmigo. Para no ser descortés, de vez en vez, le decía, “¿Ah, sí?” y el taxista respondía “Sí, sí joven”, y así repetíamos con cierta frecuencia nuestro “dialogo”. Mientras yo bajaba del taxi, el taxista me dijo: “Otro día te termino de contar, compare”. “Sí, claro, – le dije- terminando la absurda conversación”.
También me he topado con esos taxistas que se ponen a filosofar sobre la pulga del perro. Casi siempre es difícil entender qué dicen. Hablan de la vida, las mujeres y los partiditos de fútbol de fin de semana. De que su equipo favorito perdió por mala suerte. De los maradonas que son jugando al fútbol y de los goles que se les escaparon en su pichanga del último fin de semana. Y cuando hablan de política siempre terminan diciendo “Todos los políticos son iguales, corruptos todos”, pero al rato están sobornando al policía que quiere ponerles una papeleta por haber cometido una infracción de tránsito. Para colmo, muchas veces, estos mismos conductores son aquellos que piensan que quien conduce respetando las reglas no sabe conducir. ¡O peor aun, los que piensan que los hombres son los únicos capacitados para conducir! Aquellos que si una mujer al volante y no hace las osadías que hacen ellos, salen con la conocida frase “¡mujer tenía que ser!”. Y es justamente lo que una vez me dijo uno cuando de pronto un auto que iba delante del suyo, conducido por una mujer, redujo, con toda precaución, la velocidad antes de llegar a un cruce. “¡Avanza tía!” –dijo, previa tocada de claxon. “Mujer tenía que ser ¿no?” –agregó, tratando de hacerme cómplice de su precaria forma de pensar. Cansado de argumentar contra lo mismo, esa vez opté por responder: “No lo sé –pero para provocar su fastidio agregué– “Aunque tiene un auto mucho mejor que el tuyo, ¿no, crees?”. Cosa que no le hizo ninguna gracia.
Los que no son conversadores, se les dan por hacer de DJ, aun cuando sus conocimientos sobre música no pasen de los grupos de moda, como el Grupo 5 o los Hermanos Yaipén. Tienen siempre la radio prendida a todo volumen en los parlantes de atrás, justo detrás de tu oreja. Pero por suerte la mayoría sólo te impone su gusto musical, porque hay unos pocos que se ponen a cantar. Si la canción es buena, la terminan arruinando con su voz. Tal como durante el año pasado me las arruinaba el bendito taxista que me hacía el servicio de taxi durante las mañanas de mi casa al trabajo. Se ponía a cantar todo cuanto la radio que sintonizaba, usualmente una de baladas, le ponía encima (tenía, presumo, una afición incontenible por el Karaoke). Entonces tenía que soplarme la versión taxi de Perales, Mocedades, Camilo Sesto y José José. Y de menos antiguos como Chayane y Arjona (Bueno, si se trataba de este último, yo prefería que el taxista cante porque, con el perdón de los Mayas, no hay cantante más insufrible que el guatemalteco ése). ¡Recuerdo que hasta Myriam Hernández cantaba el condenado taxista! Eso no es todo. Cuando por casualidad la radio pasaba una canción en inglés, hacia una traducción libre de la letra de la canción (Si al menos hubiera sido “Baby, one more time” de Britney Spears, la hacía con 50% de la letra, porque la rubia, la eterna adolescente –porque siempre adolece de algo– repite casi todo el tiempo una misma frase durante toda la canción). Además, el taxista acompañaba sus canciones con el claxon del auto, el cual tocaba al llegar a cada cruce…
Hablando de tocar el claxon, ello se ha convertido en un tic de los conductores y los taxistas lo hacen, además, muy prácticos ellos, para llamar a potenciales pasajeros. Recuerdo de un taxista que no sólo usaba el claxon sino, además, aunque parezca inverosímil, un altavoz. Mismo ambulancia. Se trataba de un taxista loco, obviamente. Un taxi driver. Yo que suelo andar despistado, caí en la cuenta de ello cuando el tráfico se puso complicado y el taxista hizo sonar una sirena de ambulancia y decir por el altavoz “A un lado, a un lado”. Juro que los carros se hacían a un lado. Pero eso no fue todo, cuando el taxista sobreparó en un cruce y vio a una chica parada comiendo tranquilamente un helado, empezó a gritarle por el altavoz “Mamita, mamita, invita tu helado pe”. Mientras, la susodicha volteaba la cabeza de un lado a otro desconcertada buscando averiguar quién le hablaba de manera tan sonora. Imaginarán que fue el viaje en taxi más insólito que he hecho. Por suerte duró poco. Cuando bajé del auto no estaba seguro que lo que había pasado había sido real o no, hasta que tomé conciencia que estaba en Lima. Entonces, me acordé de esa viñeta de Mafalda, quien mirando asustada a los autos, le pregunta a su madre “¿Los autos son seres que atacan al hombre para defenderse de qué?”