En campaña, la palabra “pueblo” se convirtió en fuente de ataques y cuestionamientos por múltiples razones, más allá del escaso léxico del hoy presidente Castillo o de su vivas populares que citaban el término en repetidas oportunidades, el uso del término se convirtió en razón para enfatizar las diferencias entre ricos y pobres, citadinos y campesinos, y en determinado momento, hasta sirvió para diferenciar exitosos de envidiosos, todo esto traducido -claro está- en entendimiento ciudadano. Se han cumplido cien días de mandato, y aquello que se prometió como un gobierno del pueblo, parece haberse convertido en pura improvisación, el pueblo está perdiendo como término y como tal, Castillo -y lo que piensa y siente sobre el pueblo- está amenazado por un partido con aparentes buenas intenciones -sociales- y con ideología mal entendida, además, con pocas capacidades para ejecutar lo prometido, sin contar con la oposición, por supuesto.

 

Al iniciar este gobierno, la participación de los representantes del Nuevo Perú y del Frente Amplio supuso -desde mi punto de vista- una cuota política, aquella deuda que se debe pagar siempre, para no ser abandonado por los aliados o en el mejor de los casos por lealtad, sin embargo, tras la caída del primer gabinete y la ratificación de a quienes se denomina caviares o radicales, más allá de la cuota política, se avizoró el nombramiento de ciudadanos, tal vez con antecedentes políticos, empero, sin capacidades para dirigir el gobierno, en el mejor de los casos, de personas con vivencias y testimonios desde los problemas públicos más álgidos, pero no con conocimiento y experiencia sobre la forma de resolverlos. Esa ausencia de capacidades no es -necesariamente- responsabilidad de Castillo, es -en todo caso- responsabilidad del partido político y de las otras organizaciones de las que tomó prestados a los “cuadros”, lo visto hasta hoy, demuestra que los partidos políticos no forman militantes, no construyen ideologías a ejecutar en un eventual gobierno y no crean corrientes de opinión para convencer a los ciudadanos sobre la forma en que se debería actuar sobre determinados aspectos de la realidad, seguimos ante clubes electorales de gente interesada e improvisada.

 

Perú Libre, por ejemplo, fue la cuna de Bellido, un político local, con intenciones de usar el poder para lo que considera bueno, sin conocimiento e idea de la cosa pública, de la gobernabilidad, de la gobernanza y, ni siquiera, del comunismo que tanto prometió y de sus formas, para adecuarlas a nuestra realidad, ha de ser la muestra más clara de lo que un militante es hoy en día en un partido político, un activista discursivo y nada más. El pueblo puede ser ignorante y puede estar falto de capacidades, por múltiples razones, sin duda; sin embargo, la incompetencia en el ejercicio del gobierno no puede denominarse pueblo, es en todo caso, la ausencia de capacidad para designar a los más adecuados, ahora bien, cómo elegir a los más adecuados cuando no se tiene una línea ideológica definida, cómo, dudo -particularmente- de los comunistas que creen en Dios, de los comunistas que administran y usan el poder en democracia, de los comunistas que defienden el equilibrio de poderes, así como dudo de los que les hacen frente, de los liberales pro vida, por citar un solo ejemplo, en ambos casos dudo de quienes ni siquiera han estudiado aquello que dicen ser, y dudo de todos estos, porque ni siquiera conocen lo que profesan. El pueblo está perdiendo en dos de sus acepciones, como cuestión social en este país y como término de uso político electoral.

 

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