-Todo cotidiano-

Madre e hijo

Madre:

Asustada como un pichón que tiene que emprender el vuelo por primera vez.

Estremecida por el alumbramiento, sin saber lo que iba a acontecer.

Con la ilusión y alegría de saber que ese día, tendría entre mis brazos a aquel ser que tanta alegría daría a mi vida.

Recuerdo aquel primer llanto incontrolable que estremeció mi alma hasta el fondo de mi ser, que me hizo sentir culpable de que tuvieras que dejar aquel refugio sagrado que te cobijó durante nueve meses, en el que jugaste para alegría mía y en el que te protegí con amor y ternura.

Leí buenos libros para que tuvieras el hábito de leer, escuché la mejor música, para que te regocijaras.

Aquel lugar que te hacía sentir seguro y protegido llegó a ser tu templo sagrado, mientras duró.

Aún recuerdo con emoción y lagrimas la primera vez que te tuve entre mis brazos, fue como tocar el cielo en aquel preciso instante, con mis dedos temerosos, mis manos temblorosas, mis ojos y todos mis sentidos emocionados de ver aquel milagro hecho realidad entre mis brazos.

Entre alegría y temor fui acariciando y descubriendo cada una de las partes de tu pequeño e indefenso cuerpecito.

Tu piel tersa y suavecita como el más fino capullito de algodón, tus manitas pequeñas, tus deditos tan frágiles como el cristal; me daba miedo que se quebraran con solo mirarlos.

Tus ojitos casi cerrados, no queriendo ver tu nuevo hábitat

¡Cómo! no recordar, tus primeros pasos, dudosos, inseguros, apresurados, queriendo crecer rápido y correr cuanto antes con aquellos pasos cortitos.

De algún modo te iniciabas en los golpes y frustraciones que da la vida.

Yo intentaba cada instante que no te vencieran el dolor y el miedo, andando tras tuyo como un capitán cuidando su barquito de papel.

Te aferrabas con tus manitas a cuanta cosa veías para poder mantenerte erguido.

¡Cómo olvidar tus primeras palabras!, tratando de piar como pajarito, maullar como un gatito, emitir cada uno de los sonidos que papá y mamá te enseñaban, guardándolos en tu memoria como uno de los más grandes descubrimientos de tu vida.

Aún recuerdo tus primeros miedos, miedo a enfrentar nuevas experiencias en tu mundo de juegos y fantasías, miedo a la oscuridad, miedo a todas aquellas personas que no eran frecuentes en tu vida, que trataban de alzarte en brazos para demostrarte su cariño; solo te aferrabas a mi cuello con lágrimas en los ojos, casi implorando que no te alejaran de mis brazos, que te hacían sentir seguro y protegido.

Aún recuerdo tu primer cumpleaños, tu primer día de nido, tus primeros cantos algo desafinados y aquellos dibujos y las tarjetitas por el Día de la Madre, aún las guardo y cuido con el amor de siempre.

Aún recuerdo tantas cosas como si fuera ayer que acaecieron; las guardo en mi memoria y en mis recuerdos como lo más grande y hermoso que me regaló Dios.

Hijo:

Definitivamente no fallaste, cada recuerdo también está en mi mente, algo volátil quizás, pero ahí está.

No soy malo, no se si bueno, pero hiciste cuanto pudiste y ello es suficiente.

Hoy después de mucho tiempo, entiendo cada gesto, cada lección, cada enseñanza; obviamente no fueron en vano, no estuvieron siempre prodigados de amor extremo, pero se que fueron por amor y ello basta.

Aunque no lo creas, las mejores lecciones las tomé de ti, gratis, como toda cuestión natural.

Si bien, para ser mi madre no estudiaste, creo que si te preparaste, creo además que lo hiciste bien.

Aprendí de ti, aprendiste conmigo, aprendimos juntos. ¡Crecí y crecimos! Te amo, gracias.

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