Días de otoño

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[Esta es una reconstrucción de una versión que, a mi parecer, era mucho mejor. Sin embargo, espero que les agrade]

El clima limeño está afrontando serios cambios que aturden mis mañanas universitarias. Me levanto fatigado y despatarrado en la cama, las sábanas yacen revoloteadas y esa escena más parece un collage del desorden humano. Mi cuarto es un diáfano muestrario de mi ineptitud: las converse están tiradas, un jean se encuentra sobre el escritorio, hay polos encima del televisor, hojas resaltadas en la cama, etc. Levantarme es un proceso riesgoso que puede terminar en gritos con mis familiares. Pero, nada peor que un lunes por la mañana, pareciese que en ese momento, todas las frustraciones que dormían el fin de semana, se levantan. Los lunes me levanto malhumorado, con asco al mundo; mi cabello es muestra absoluta de un disturbio capilar inadvertido. Abro los ojos a duras penas y logro divisar un tono degradado entre la oscuridad de mi cuarto y el despertar del día y, temeroso, cual vampiro ante la luz del día, me tapo rápidamente con la colcha. Soy presa del frío que solo poseen las casas cercanas al mar. La neblina es ya una cortina intrigante que obstruye mi vista cuando asomo la cara por la ventana para comprobar si ya amaneció del todo. Cuando el cielo aún no se tiñe del color panza de burro sino que mantiene los vestigios de la noche (osea un morado), regreso a mi cama y me enrollo como si estuviese haciendo de mí un churro. Oprimo cualquier botón de mi celular para ver la hora y, con suerte, hay algún mensaje de C. Conmigo no funciona eso de “5 minutitos más”, porque siempre duermo media horita más. Entonces, debería decir “un múltiplo de 5 más”, ello sería más realista.

Pareciese que el otoño concentra un aroma intenso de nostalgias. Es decir, desde el café que prepara de manera hacendosa mi abuela hasta el puesto de periódicos que se encuentra atiborrado de personas que leen los titulares. Recuerdo mi infancia cuando no tenía preocupaciones y me embutía comiendo chizitos con el loco afán de coleccionar los chipy taps de Pokemón. Me levanto y todo es desalentador: mi perra se encuentra echada y mis primos se encuentran en trance. Me lavo y digiero el desayuno que mi abuela ha puesto en la mesa. No es raro que mientras consumo el café ella me critique de todo y me empiece a comparar con los de su generación. Sus comentarios anacrónicos y decimonónicos son críticas de mi cabello rebelde, de mi forma de vestir, de por qué estoy tan flaco( sí, abuela, ya sé que me parezco a Fido Dido), de mi pantalón que desciende sin querer queriendo. Por ello, es mejor huír de esa escena y enrumbarme a la Universidad. En el bus, la gente va durmiendo y se logra ver rostros cansinos, de pereza. Llego a la Universidad y veo a C., lo cual le da un matiz extraño al día, una vaga sensación de tranquilidad a los pesares de otoño. No obstante, lo que sí hace más tedioso este otoño es la coyuntura por la que afronta mi país; es decir, una disyunción maquiavélica: Ollanta Humala o Keiko Fujimori. Pero, creo y soy conciente de ello, el Perú está reflejando, democráticamente, la voz de los ignorados. La idiosincracia de este país es producto de quienes solo se preocupan por el mundo cercano que los rodea. En mi Universidad hay interesantes debates sobre esto, inclusive se han formado grupos que inician movimientos entre estudiantes, pero qué tanto hacen, dicen unirse a una causa y el fin de semana están bebiendo un Starbucks o bailando en una discoteca miraflorina.

Así es la política en mi país, contraproducente. Vargas Llosa ahora hace spots a favor de Ollanta, cuando en su libro Sables y utopías desmerecía a Ollanta Humala calificándolo de estúpido y protegido de Hugo Chávez. El Premio Nobel quizá se contradiga al apoyar a quien él mismo consideró un peligro en el 2006 cuando apoyó el voto hacia García en favor a la democracia. Por otra parte, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que los medios de comunicación prefieren que gane Fujimori. Realmente, me jode la política. Me jode que este otoño esté gobernado por titulares estadísticos que anuncien a un ganador que será el “mal menor”. Con poco ánimo y estoico, espero que quien gane plantee un país en vías de desarrollo integral en aras de un progreso que se anhela hace buen tiempo.

Este otoño estoy huyendo relativamente seguido a un Café miraflorino, no será una rue de París, pero la mecánica es la misma: beber café, fumar algunos cigarrillos y escribir serenamente. Solo interrumpo este proceso si llega alguna señal de C. o si se me acaban las energías(osea la bateria de la laptop, el café o los cigarrillos). Mi otoño es una variada combinación de nostalgias, alegrías y realidades. Mi otoño es frío, café, cigarros, chompas y esperanzas. Mi otoño es una letra del abecedario. Mi otoño es escribir en un Café como este y tratar de ver el lado Coca-Cola de la vida. Mi otoño es risas, amigos, lecturas y experiencias. Mi otoño ya no es solo una estación, sino una persona que se estaciona cerca a mí y puedo escribir lo que sea.

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