¡Semana Santa!

[Visto: 666 veces]

Mi semana santa transcurrió de la manera más inusual posible. El jueves fue una secuela extraña del miércoles en la que me reuní con unos amigos, pero no ahondaré en ello. El miércoles había ido obligado a trabajar, no pensaba levantarme de mi cama, hasta que me llamaron diciendo que había bastante gente, lo cual era cierto. Por la mañana supe que Lucía se iba a Huaraz, lo extraño es que, a pesar de que se fue tan lejos por tantos días, es la persona con quien más me he hablado este largo fin de semana. Dicho de este modo, le he encontrado el lado interesante a hablar por mensajes de texto: se dice mucho en tan poco espacio. El jueves transcurrió de la manera más normal posible, a excepción de la trágica noticia de la muerte de un tío lejano, por lo que todos salieron. El viernes fue un día más interesante, me resistí a ver Ben Hur u otra película religiosa. Salí a conversar con Verónica, una amiga de la Universidad quien retribuyó un consejo mío con un consejo suyo. Además, necesitaba mis palitos para Artes Plásticas. Hablé con Lucía (por mensajes, probablemente se esté muriendo de frío, yo me estoy muriendo de aburrimiento aquí en Lima). Okey, Lucía me conoce y sabe que nunca me levanto temprano, NUNCA. Creo que por ello me reta a que la salude temprano, ocho de la mañana. Pienso: “ No la hago”. Otro detalle interesante de ese día es que una vecina me invitó a su cumpleaños que sería el sábado. Le dije que no sabía, que si no iba en cualquier momento pasaba por su casa (aunque siempre lo hago porque vive a a tres casas de la mía, contando la caseta de guachimán que es como su casa).

A mediados de las 11 de la noche, me topé con la ingrata idea de que solo me quedaba saldo para un mensaje. Entonces, como quien saca al animal de la casa a orearse y orinarse, fui en búsqueda de una tarjeta. Bodega 1, no tenemos; bodega 2, no hay; panadería 1, no vendemos; panadería 2, se no ha acabado; farmacia, solo tenemos recarga para Claro. En ese momento solo pude preguntarme dónde había quedado el comercial de Movistar de estar todos comunicados como hermanos peruanos, dónde. Resignado, llegué a mi casa a emprender un plan para que la madrugada no sea tan aburrida: terminaría mis palitos de Artes Plásticas, leería Perú en los tiempos modernos, leería el libro que estoy leyendo Entre el cielo y el suelo, y escribiría el segundo capítulo de mi novela. En efecto, las horas se pasaron volando en lo que le daba varias manos de pintura a la pirámide. Cuando me di cuenta, el día se asomaba de lo más tranquilo y yo ya tenía mis figuras pintaditas y listas para envolver. Además, me di con la sorpresa de que había realizado todo respecto al plan: mi libro blanco de Historia se veía amarillo por el resaltador, el libro de Helguero estaba con el separador de hojas cerca del final y a eso de las siete de la mañana leí mi segundo capítulo, me gustó mucho. De cierto modo, amanecerme para demostrarle a Lucía que sí puedo levantarme temprano (en realidad, no puedo, si quiero hacerlo tengo que amanecerme) fue realizar actividades que hubiese dejado para el último momento.

Ya derrotado en mi cama, casi cerca a las ocho de la mañana, envié el mensaje, y sin esperar una respuesta me entregué al sano placer del sueño. Cuatro horas más tarde me levanté y vi su mensaje, pero aún no podía responderle. Miré hacia mis volúmenes y dije no está nada mal, pero esperen, esperen, noté algo raro en mi voz, estaba ronca. Ello era porque dormí con la ventana abierta para que mi cuarto no huela a Terokal y a pintura David. Así empezó mi sábado de Gloria, glorioso, como yo al ver que todo me salía bien. Y, en vista de que no tenía saldo, salí en busca de él. Por una cuestión lógica, si ayer ni un establecimiento vendía tarjetas ni hacía recargas, entonces hoy no tendría por qué cambiar esa situación. Entonces me encaminé a Plaza San Miguel para ver algo de ropa y recargarme saldo. Hacía un sol de mierda. Llegué a Saga Falabella y no encontré nada interesante. En el paradero de regreso a casa me di con la sorpresa de que me estaba olvidando algo, qué era, qué era. Entré a Plaza Vea e hice mi larga cola, porque Plaza Vea tiene muy pocas cajas y cuando llegué por fin a donde esa chica de rojo y amarillo y le dije que quería recargarme cinco soles, ella redujo mi sonrisa de cordialidad rápidamente cuando me dijo que no tenía recargas para Movistar. Odié a Movistar más que a nada en el mundo.

Solo se me ocurría ir a Wong y volver a hacer una intransitable cola (con lo que odio hacer cola). Y cuando faltaban dos personas para obtener el saldo ansiado, pasó lo siguiente. Primero, dos adultos mayores estaban pagando sus víveres de lo más normal, hasta que a la que atiende se le ocurrió pedirles Tarjeta Bonus. En ese momento, el señor dio una tarjeta y la chica le dijo que no pasaba. El hombre le dijo que debía de haber un error, de por qué no pasaban sus benditos puntos Bonus. La chica le dijo que tal vez era porque ya tenía que renovarla. Lo gracioso fue que la mujer del anciano arremetió diciendo que no atendían bien, que no podría tolerar una falta de respeto como esa. No sé si se habrán dado cuenta que estas chicas que atienden llaman a otras apretando un botoncito que está muy caleta por debajo. Así, vino una mujer y arreglo todo conversando con los señores. Luego, a una persona de restablecer mi saldo, ocurre lo segundo. Una señora paga sus viandas y cuando va a pagar no decide si pagar con efectivo o con tarjeta. Llega a pagar con efectivo, pero cuando la chica le dice ¿desea donar dos céntimos para Caritas? , sin tomar en cuenta que no tenía ella sencillo en su caja para cobrase dichos céntimos. Entonces, la señora le dice que ella tiene y se pone a buscar en su bolso los dos céntimos. Ya se imaginarán mi cara de cólera. Después de algunos minutos, la mujer encuentra las monedas y se las da a la chica. En ese instante, no puedo creer que ya esté allí. Enojado por lo sucedido, me recargo veinte soles y no los cinco que tenía predispuestos a pagar. Pienso:” Si se acaban mis cinco soles, ni cagando voy a pasar todo este rollo”. Le doy un billete de veinte a la chica y no sé en qué pensaba ella cuando, quiero creer que por rutina, me pregunta si puedo donar dos céntimos a Caritas. La miro y le digo que no, que no tengo dos céntimos, me da mi boleta y me voy. Cansado y con mucha hambre, regreso a mi casa con el fin de descuajeringarme en el mueble y comer como un cerdo canchita Pop Corn viendo la aburrida programación de los sábados.

Domingo por la mañana, regreso a eso de las 9 a mi casa y duermo placenteramente hasta las dos de la tarde. Me levanto y recuerdo que aún me falta terminar mi trabajo de Artes Plásticas. Cual pintor profesional, me siento y pego cautelosamente cada papelito para que mi trabajo quede bien. Me tomo dos largas horas dándole los acabados precisos. El 90 % del trabajo está listo y el último paso que queda es tomarle la foto. Sin embargo, es hora de comer un poco. Mi hermana, en su momento más Chucky juega con Brisa, mi perra, hasta que oigo que dicen ¡Cristhian, tus palitos! Cuando llego a mi cuarto, la imagen es tan sanguinaria que me quedo mudo. No le grito a mi hermana, le grito al aire, maldigo todo. No tenía tiempo para lamentarme, tenía poco más de hora y media para acabar el trabajo. Pego los palitos y me siento como Noé armando el arca o como Tom Hanks armando una balsa en la película El Náufrago. Termino y les tomo foto y envío estas a mi profesor. Minutos después, mi hermana se me acerca y me dice Titan, ¿tienes una hoja? (ella me dice Titan, porque no sabe pronunciar mi nombre) y se la doy. Cerca de las siete de la noche se me ocurre escribir estas anécdotas para mi blog. También se me ocurre ir a la Iglesia, porque, después de todo, había mucho de qué agradecer a Dios.

Puntuación: 5.00 / Votos: 1

2 pensamientos en “¡Semana Santa!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *