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Tendencia a la autodestrucción

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Después de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida.
Mario Benedetti

Hace 3 semanas que no escribo y hace 2 que no publico nada. Estas últimas semanas, he pensado en dos factores importantes: mis estudios y mi salud. El primero no es tema de discusión, pues aunque no estudio nada, me he colocado en una posición decente y mediocre. Estudiar en mi casa es muy difícil, existe un ambiente caótico y desorientador, rodeado de vicios y distracciones que han perturbado mi cabeza durante mi adolescencia y que, ahora, siguen acosándome de reojo. No obstante, mantengo un equilibrio para que dichos placeres no obstruyan mi ingreso: practico al 100% en mi salón, con ello no siento la preocupación de no saber algún tema, ya que puedo consultar al profesor en ese momento. Me he impuesto una rutina severa para asegurar mi ingreso: todos los días llevo un libro con preguntas tipo examen para retarme a mí mismo, con esto incremento mi velocidad al resolver los problemas; no como ni bebo durante la clase, con ello evito ir al baño y gano media hora, media hora que otros gastan a lo largo de las horas de estudio; leo un libro de ensayos de Mario Vargas Llosa para mejorar mi habilidad de redactor; duermo durante la tarde, de manera que evito los incómodos bullicios que propaga mi tío cual pregonero, mi perro que ladra a cada momento y otros vocingleros que entonan sus no tan melodiosas voces en mi hogar.

En segundo lugar, he estado demasiado preocupado por mi salud. Hace una semana sentí turbulentos hincones en el lado izquierdo del pecho. Asistí al doctor por exigencia de mi abuela, esta última es un tanto hipocondríaca. El doctor me dijo que mi glucosa estaba en un nivel muy alto, que esta era la causante de mis mareos, náuseas y síntomas incómodos. Es decir, el azúcar que se había alojado en mi sangre estaba causándome un daño lento y placentero, pues no soy esquivo a mis deseos de consumir alguna golosina. El doctor finalizó diciendo que debería hacerme unos exámenes para confirmar una diabetes de tipo 1. Me rehusé a hacerme dichas pruebas médicas, ya que presentía que cargaba con ese mal desde antes de nacer y que, con el pasar de los años, lo he ido empeorando. Mi abuelo tenía diabetes y, aunque no murió por ello, padeció los malestares del exceso de azúcar. No existe una cura para la diabetes, simplemente unos tratamientos sencillos para reducir la glucosa. Por este motivo, inicié una rigurosa rutina para combatir el mal como los millones de diabéticos en el mundo.

He dejado de consumir gaseosa y dulces hace dos semanas. No ha sido tan dramático, pues he reemplazado las galletas de chocolate por galletas de fibra natural; la gaseosa por el refresco de frutas o agua mineral. Me estoy privando de esos pequeños placeres rechazando los caramelos, chocotejas, gomas dulces que me invitan o me tratan de vender. A parte de esta suerte de dieta, he signado mis noches al ejercicio de la manera más rigurosa posible: 15 planchas, alzamiento de pesas, barras, saltos con soga y hasta 35 abdominales inferiores. La tarea de mantener una vida saludable no es tan difícil si te acostumbras, yo ya me he decidido vivir unos años más.

No obstante, me encanta autodestruirme inconcientemente. No estudio, la mejor manera para no ingresar: despreocupación absoluta, estupidez extrema. Me he comprometido con mi salud, pero consumo grandes dosis de café para mantener mi cuerpo activo. Sin lugar a dudas, busco cautelosamente la muerte o quizá una vida. Y, en aras del bienestar, intento sobrevivir a los obstáculos. Consumo café porque lo considero un placebo. Luego, dopado por las tazas de café que he bebido que se dispersan en mi cuarto, pienso: “¿Qué carajo me estoy haciendo?”. El sentimiento de culpa dura muy poco, pues luego busco angustiado el sobre de café que mi abuela oculta cautelosamente en la alacena. Ahora bien, biológicamente, la cafeína interactúa con la adenosina, una sustancia quimica del cuerpo que actúa como soporífero natural; la cafeína bloquea el efecto hipnótico de esta sustancia e impide que me quede dormido. Esta droga psicoactiva funciona en mi cuerpo desde hace años y, para mi mala suerte, ya se ha convertido en un hábito. Lo más estúpido es beber café solo por placer, mientras que muchos otros lo hacen para mantenerse despiertos leyendo, trabajando, agilizando sus mentes. De esta manera, la cafeína ha invadido mi vida y trajo sus agonías a mi cuerpo: vértigos incesantes, falta de sueño (insomnio absoluto), sensaciones paranoicas como cuando pienso que alguien me está viendo o angustia intensa. Aparte de dichos efectos, también he sido víctima de constantes dolores al corazón y acidez estomacal. He dejado temporalmente el café, es decir, la cafeína. Paradójicamente, me he leído un artículo sobre la cafeína de 28 hojas con un Red Bull.

La manera más auténtica de autodestruirme es enamorándome, pues surgen efectos en mí tan nocivos como los de la cafeína. Me enamoro y pierdo la razón. Ahora vivo esa sanción mefistofélica que forma parte de la vida; sin embargo, creo que estoy satanizando al amor y no es así, el amor es magia y melodía hermosa. El amor es verla, porque ya está predestinado, porque tus ojos no pueden huir y aunque ella te esquive con el desprecio más inhumano, no puedes olvidarla. Por más que le hable a tu amigo y a ti no, aun cuando está a tu lado, hay que quererla, es así; el amor, muestra sincera de la alegría; alegría, expresión espontánea de que te he visto.

Como verán, esas son mis maneras de morir adrede. En aras de la parsimonia familiar, no debo anunciar que estoy muy mal. Y aunque me he dado cuenta que aún tengo amigos y que no se me agotan, pues vienen y me visitan (para mí eso es amistad, que te vayan a visitar, ya que invierten tiempo en ir a verte, eso es amistad), entonces debería tomar conciencia y afrontar estos problemillas insignificantes que intentan tumbarlo a uno moralmente. Seis y veinte de la madruga, llueve en Lima y aquí cuento una historia más.
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