Silencios Olvidados – Capítulo I

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Publico capítulos de una novela inédita de mi autoría con un fín inteletual y de mucho agrado hacia el lector. Quizá no termine de publicar todos los capítulos por medio de este blog, pero sentiré que sirvió de mucho publicar los que pude. Espero que sea de su agrado.

Cristhian Trinidad

I

Y en ese instante sé lo que soy porque estoy exactamente sabiendo lo que no soy (eso que ignoraré luego astutamente)

Rayuela, Julio Cortázar.

Ella fumaba y me miraba con sus ojos cristalinos y meditabundos. El universo era aprehendido en el sublime placer de sus labios. Me miraba. Yo encendía un cigarrillo y viajaba a su universo. Ella me atrapaba con la perfección de sus lágrimas. Ella y su acento afrancesado, su seudo francés. Botaba el humo infiel e impuro. Miraba a las estrellas con tanta obsesión como si las deseara tener en la palma de la mano. Eran sus manos una paz infinita. Sus cabellos cual hilos aterciopelados de magia. Y derramaba anhelos mediante sus intensas miradas con las que perdía mi autarquía. Nos mirábamos y sentíamos los despojos de la sociedad llegar a nuestros ojos. Fumábamos por desprecio. Ella decía que moriría de cáncer, pero que no le importaría.

La llamábamos Venus, o quizá ella escogió ese sobrenombre para abandonar el nombre que se le fue otorgado desde niña. ¿Qué sería de ella?, ¿miraría la luna en estos momentos? Quizá estaría oyendo rock alternativo frente a alguna playa. Ha dejado los papeles entreverados en su cuarto junto con botellas vacías de coca cola. Ha dejado sus pensamientos en la sala de estar. Ha dejado un suspiro que va agonizando por los corredores del edificio donde habitaba. Sus lamentos se alojaron en la cocina y anduvieron militarizados por las alegrías. Encima de la mesa, un disco de The Cure y en la contratapa se hallaba una canción en circulada: Friday I´m in love.

Venus pintaba como una loca. Nosotros éramos tan concomitantes. Pintábamos con los colores facundos y con los mustios. Ella encendía su cigarrillo y se desordenaba el cabello, cogía el pincel y mezclaba los colores con la mayor precisión. Se vestía como una de esas artistas de la Católica. Pero ella era mejor artista que todas las que estudiaban allí. Pintaba mis sueños, sus deseos, el desiderátum de algún desconocido. Ella era Venus. La chica que se entregaba a los placeres del arte. Vestía una camisa (que más parecía de hombre), un pantalón artesanal y unas sandalias o unas converse color gris. Oh Venus, mezcla de arte y dulzura.

Yo te contaba mis aburridas historias del día, mientras tú sonreías y envejecías el cigarrillo de tu boca, y en tu otra mano yacía una botella de coca cola. Las palabras que pronunciabas mataban mis instintos inocentes. Y fui rehén de tus melancolías pasajeras, fui huésped de tu corazón aturdido. Tú me mirabas y decías que lo que pase ese día, no pasaría al día siguiente, filosofabas y me dabas un beso. Luego, encendías otro cigarrillo y lanzabas lágrimas mensajeras. Yo las acogí en mi hombro, mientras que el sol abandonaba su jornada. Me contemplabas con la sinceridad de un indulgente en la calle. Llorabas, pero eras feliz.

Me decías de todo. Canturreabas melodías en mi oído, sinfonías que alentaban a mi espíritu cansino. Cogías un lapicero y cantabas la canción que te acordabas en ese momento. Te sentabas con las piernas cruzadas y te alucinabas Madonna. Yo me mataba de risa. Te quitabas las sandalias y saltabas como si estuvieras en un concierto de Heavy Metal. Tu cabello castaño se movía a 360 grados. Luego, decías que el concierto había terminado y te tirabas al pasto, a mi lado. Los dos alucinábamos como orates y seducíamos a la frialdad del silencio, mientras reducíamos las charlas a los besos. Tus besos vagaron en mis recuerdos y se citaron con frecuencia en mis tardes. Tus besos. Magia en la mayor simpleza de un beso.

Dadou decía que era hermosa, que solo sus palabras podrían ser mejor que tu belleza. Creo que tenía mucha razón. No podría justificar el universo de sus palabras, allí donde las caricias gozaban la sinrazón. Fue en ese instante, un mínimo momento en el espacio de nuestras miradas.

Ella andaba con el cabello suelto, caminaba y agitaba sus sandalias en su rapidez. Sin embargo, nunca aceleraba, daba pasos lentos, como quien sabe que va a morir. Y me miraba infinitamente, alucinando que forjaríamos un futuro juntos. Decía que yo era un pintor frustrado y que nunca cumpliría mis sueños. Ok, ok. Quizá todos los cigarrillos que consumí dirían lo mismo. Y sí, me miraba y yo la miraba. Ella quería andar por el malecón y juntar todas las nubes, ella quería contar la arena. Me reía. Yo, nunca le creí.

Un día se fue y solo dejó una carta encima de la almohada. En la carta había rastros de pintura bordeándola. Traté de leerla en mi cama, mas no pude. Encendí el televisor y en las noticias estabas tú. Hablaban de una muchacha que andaba desaparecida. Me pregunté:” ¿Sería Venus?”.Quizá su mirada cariacontecida anda vagando por las calles de Barranco o por el malecón de Miraflores. Tu mirada viaja a través del tiempo y rebota en mis pupilas. ¿Estarías?, ¿estarías mañana?

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