Me acostumbré a la idea de no tener una representación de un padre. Me aferré a la vaga sensación de ver a los demás colgándose de sus padres de la manera más alegre. Y quizá esa fecha sea la más insensible, pero existe el día de la familia, Navidad. Y si existiese el día del hijo, me imagino que debe ser tan marginal que un padre no llame a su hijo en esa fecha. Debería existir tal día. Pero mi vida no es tan desgraciada, pues nunca necesité de mi padre. Osea, no necesité de alguien que me castigue, que me enseñe a manejar bicicleta, que me lleve a un partido de futbol, que me aconseje de una chica. No tuve un padre. No tuve alguien a quien desobedecer, a quien echar la culpa, a quien contarle lo jodido de estar en secundaria. Pero, puta madre, eso ya no importa. Para mí ya no importa.
Pedro Suárez Vértiz cantaba No pensé que era amor, y lo cantaba durante mis decepciones amorosas. Tranzas cantaba Un nuevo amor en las noches desoladas, en las que deseé estar con una u otra chica. No creo haberme enamorado de verdad. Creo que mis relaciones han sido ensayos emocionales. Ensayos facundos de sentimientos alegres y tristes. Así quiero que sean mis relaciones hasta que sea anciano y me dé cuenta que nunca quise, y que, posiblemente, ninguna de las chicas me haya querido. La vida es ese encuentro mezquino entre la felicidad y la desgracia, entre el amor y el odio. He llorado, sí. Pocas veces delante de una chica. El que me venga con esa frasecita de que los hombres no lloran es porque no ha querido lo suficiente. ¿Lágrimas? Son las que descienden mientras escribo y recuerdo fugazmente a las personas a las que quise. Ya no están más a mi alrededor. Ellas fueron ilusiones momentáneas que el tiempo las condujo a distintos destinos lejos de mí. Es mejor. Y la música me ha atado a cada mujer. Hay una canción por cada chica a la que he querido. Es una lástima que uno no pueda esperar que todo sea retribuido. Pero, lo más criminal es ver a esa persona con otro, lo cual ha sucedido casi en todas las veces, ya que he sido muy cobarde y ese es el resultado.
Kiara es la que ha inspirado el título de este artículo. Kiara me ha hecho llorar. Es verdad, no lo niego. Un año y tres meses. Hace poco me dijo que estaba escribiendo una lista de recuerdos. Pensé:” ¡Qué paja! ” Quiero leer esos recuerdos, aunque ya los he vivido. Siento que los últimos meses no le di la importancia debida. Siento que descuidé la relación, me descuidé en todo. No sé lo que quiero. Pienso en darnos una oportunidad y, a la vez, en darme una oportunidad. Y cuando decido dejarlo al tiempo, resulta ser éste mi peor enemigo. Quizá la solución se encuentre en otro aspecto. Quizá ya no deba ser yo su chico. Quizá nadie se merezca esta barbarie tan subliminal. Quizá el detalle aún no lo conocemos y ese espíritu que debe brotarnos para estar juntos siempre, todavía está latente. Quizá no deba hacerle daño.
Nadie tiene por qué olvidar de mojar la cebolla antes de pelarla.
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