Archivo por meses: marzo 2010

Entre cafés y coca colas

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Mi vida es una murria sin el café. Hoy escribo a manera de alabanza a aquella sustancia que me llena de felicidad y pareceré loco al dedicarle líneas a ese líquido que para algunos resulta deletéreo, sin embargo, para mí es como el oxigeno. Hace tiempo empecé con esta adicción, luego me acostumbré y obsesioné cual diabético a los dulces. Todo empezó cuando tenía diez años. Era mi cumpleaños durante un tórrido verano. Pero eso es relevante. Algún familiar al que no recuerdo me regaló un Monopolio, el cual no tardé mucho en usar y experimentar de forma temprana el deseo por ganar terrenos imaginarios con fichitas con formas estúpidas y con dinero de cantidades inexistentes en mi país – me refiero al billete de 500 – pero durante esa jordana lúdica, en mi más iluso pensamiento, se me ocurrió por beber café, el cual era considerado solo para adultos. Aquel día recordé los mefistofélicos mitos que contaba mi mamá, entre ellos se rumoreaba el hecho de tener alucinaciones y cansancio. Tal fue mi inocencia que durante la partida aluciné largamente.

Aquella primera experiencia la entendí de forma abstrusa. Luego consumía café a las quinientas, es decir, casi nunca. Pero, ya me había gustado ese sabor amargo. Luego de dos años, podía consumir café mínimamente. Eran tiempos bellos. En mis años de secundaria conocí del café transportable: la coca cola. No dudé en beber mucho de aquel líquido glorioso, el cual significaba ser consumido al final de una contienda deportiva. Años más tarde, consumí del sobrecito rojo llamado KIRMA, cuyo gusto no me satisfacía. Mi vida era ir al colegio, regresar y dormir. Sin embargo, mi afición a la cafeína se torna durante los años más aciagos de mi vida: cuarto y quinto de secundaria. Mientras mi familia se atrofiaba el cerebro viendo a Magaly, yo mejoraba mi calidad de consumidor acérrimo a la coca cola. Cuando me enamoré por primera vez consumía una coca cola cada tres días, vivía en felicidad suprema, no me quejo. Cuando sufrí de desamor, el café fue un bienhechor en mi azul vida. Recuerdo que en mi primera decepción amorosa, aquel envase curvilíneo con una etiqueta y tapa roja me llevó a confundirme entre las lágrimas, fue entonces cuando la coca cola se convirtió en mi amasio. Llegué a la desesperación de combinar – como una suerte de barman – coca cola con Pisco. Mis días transcurrieron melancólicamente. Pero, durante las tareas de Literatura era infaltable un “café cargado” como lo llamaba mi madre. Consumí NESCAFÉ en todas las tareas que pude, en todos los lonches que estuve, en todos los compromisos a los que asistí, en todas las visitas que hice a mis familiares septentrionales.

Durante mi etapa de escolar, recuerdo que consumí tanto café como pude. Cada vez que se agotaba el café en mi casa o simplemente no lo hallaba en los apolillados cajones de mi hogar era razón suficiente para acudir a una pulpería con celeridad. Mi madre me miraba y hacía gesto de negación lentamente, aquello significaba que me estaba dañando. El mohín de mi madre era muy claro, me estaba volviendo un adicto a la cafeína. Poco o nada importaban las constantes taquicardias que empezaba a sentir, la coca cola llenaba una parte que muchos ignoraban, de hecho, hasta yo.

En el verano consumía cuanta coca cola había en el distrito. Cuando iba a la playa con un grupo de amigos miraflorinos bebíamos PEPSI, una marca de gaseosa a la que nunca he tenido nexo alguno, a no ser por una que otra borrachera. Ya que sentía insípida a la PEPSI, me compraba una botella de coca cola helada, aquella que me acompañó en extensos viajes o en buses incómodos.

Aquellos que me conocen, sin duda alguna, saben que siempre me verán con una coca cola o bebiendo un cafecito caliente en mi escritorio. De hecho, a la próxima chica que conozca, de seguro, la invitaré a un Café.

Recuerdo que en mi viajé de promoción logré conseguir el famoso café de Chanchamayo, deliciosa fragancia la que emanaba mi taza de NESCAFÉ color roja. Lástima. Mi efímera felicidad duró tres semanas. Después de mi deleite solo quise tener otro viaje de promoción para traer ese delicioso café de vuelta a mis manos, o mejor dicho, a mi paladar.

Durante Junio consumía hasta tres botellas de coca cola diarias, era como una manía irreparable que me ataba a la tristeza. Por aquel motivo escribía diariamente, para controlar aquel afán que no me tenía misericordia. Luego de escribir novelas, o tratar de hacerlo, incursioné en la lírica, siempre acompañado de un misterioso café. Llegué al punto de comprarme una lata de NESCAFÉ para mí solo, aquel que escondía de manera diligente debajo de mi cama. Cuando sentía que no tenía amigos, familia y solo a Brisa – mi mascota- bebía con angustia, tanto que llegué a tener escalofríos seguidos de náuseas. El café me hizo su eterno dependiente.

Mientras estaba en el CEPREPUC tomaba la basura de ALTOMAYO, un café que a duras penas podía pagar con una paupérrima propina diaria, puesto que costaba un sol. Llegué a alquilar mi crédito de celular tres veces, solo para consumir un A3, y hasta prestar una tarea y enseñar redacción por el módico precio de un nuevo sol. No creo que mi adicción haya sido negativa, gracias a ella logré conocer y hasta desconocer a las personas. Con un café en la lluvia me sentía dentro de una de esas películas francesas, sentado en una mesita con un lápiz 2B en mi mano, tratando de hacer mi tarea, bebiendo un café caliente cada media hora, invirtiendo mi dinero en un litro diario de cafeína.

El café, creo yo, lo inventaron para ver los instintos del hombre y convertirlo en un ser analítico, pero el análisis muchas veces es conducido por los nervios, las ansias, etc. Por eso los escritores toman café, fuman y beben, porque esto los vuelve más racionales de forma universal y no de forma matemática. Mi hipótesis es la siguiente: si un hombre gastase un día estudiando o trabajando, esto provocaría una necesidad, la de beber algo que lo reponga. Por tanto, necesita del café a su lado.

Mientras escribo esto, tomo café. Es mi sublime manera de pasar mis días. Por aquella razón invoco a todas las industrias cafetaleras a que pongan una máquina dispensadora en cada esquina de Lima. El limeño olvidaría sus problemas, aunque filosofaría sobre su existencia y bestialidad.

Solo hay un momento donde no consumo café; cuando amo. Amar y beber café son una mezcla negativa. Cuando tratas de amar no necesitas beber ni consumir nada. Es como el tabaco, lo consumes en algún paradero de Lima, Madrid o Francia, pero cuando amas, solo lo haces en un lugar. El amor es como el café, debes saber cuál te hace más feliz, cuál te quita el sueño, cuál será tu fiel compañero. En mi caso, el perro es el segundo mejor amigo del hombre; el primero es, de hecho, el café.

No sé cómo he hecho para escribir dos caras acerca del café, lo más increíble es que, escribiendo estas dos caritas, he tomado cinco tazas de café, y para, siquiera, pensar en escribir algo como esto, he consumido once vasos plásticos de café ALTOMAYO, una taza de café en la casa de mi mamá, tres coca colas y un Red Bull helado. Como es fácil de apreciar, mi vida se torna mohína si no tomo algo con cafeína; físicamente siento espasmos, falta de apetito y desmayos repentinos.

No existe recomendación que me haga cambiar. Así que, si sientes aprecio por mí, no me sermonees e invítame un café, sino ni te acerques. Bueno, dado que todo relato llega a su fin, éste se concluye aquí. Mientras parto a servirme una taza o dos o quizá hasta tres de café.

Cristhian Trinidad, Septiembre de 2009
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No mojé la cebolla antes de pelarla

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No puedo decir que siempre quise un padre, de hecho, lo tuve. Es decir, sí tengo papá. Mi padre trabaja en uno de esos lugares en los que se vende artefactos de, supuestamente, calidad. Creo que él tiene un gran cargo allí. Al menos es lo que me contó mi mamá. Creo que lo que une a mi madre y a mi padre es un nexo económico (deudas, etc.), lo que de hecho no me importa. No me siento apenado. Aunque, quizá sí. Porque, pensemos. Hay un día del padre, en este día se convoca a todos los papás para darles un festejo propicio a su digno esfuerzo como lo que son. Sumando cuentas sencillas, durante 3 años de jardín, 6 años de primaria y 5 años de secundaria son 14 años de celebración al hombre de la casa. Esos 14 años, celebré con toda la alegría para un ente, para mi mamá y la audiencia presente. Durante ese tiempo, no le tomé la debida importancia. Y al final de cada presentación, una voz de alguna profesora o anfitriona decía:”Vayan a abrazar a sus papis”. Yo recuerdo que me iba donde mi madre y le entregaba el típico presente que se acostumbraba hacer, cabe decir, una manualidad hecha en el colegio.

Me acostumbré a la idea de no tener una representación de un padre. Me aferré a la vaga sensación de ver a los demás colgándose de sus padres de la manera más alegre. Y quizá esa fecha sea la más insensible, pero existe el día de la familia, Navidad. Y si existiese el día del hijo, me imagino que debe ser tan marginal que un padre no llame a su hijo en esa fecha. Debería existir tal día. Pero mi vida no es tan desgraciada, pues nunca necesité de mi padre. Osea, no necesité de alguien que me castigue, que me enseñe a manejar bicicleta, que me lleve a un partido de futbol, que me aconseje de una chica. No tuve un padre. No tuve alguien a quien desobedecer, a quien echar la culpa, a quien contarle lo jodido de estar en secundaria. Pero, puta madre, eso ya no importa. Para mí ya no importa.

Pedro Suárez Vértiz cantaba No pensé que era amor, y lo cantaba durante mis decepciones amorosas. Tranzas cantaba Un nuevo amor en las noches desoladas, en las que deseé estar con una u otra chica. No creo haberme enamorado de verdad. Creo que mis relaciones han sido ensayos emocionales. Ensayos facundos de sentimientos alegres y tristes. Así quiero que sean mis relaciones hasta que sea anciano y me dé cuenta que nunca quise, y que, posiblemente, ninguna de las chicas me haya querido. La vida es ese encuentro mezquino entre la felicidad y la desgracia, entre el amor y el odio. He llorado, sí. Pocas veces delante de una chica. El que me venga con esa frasecita de que los hombres no lloran es porque no ha querido lo suficiente. ¿Lágrimas? Son las que descienden mientras escribo y recuerdo fugazmente a las personas a las que quise. Ya no están más a mi alrededor. Ellas fueron ilusiones momentáneas que el tiempo las condujo a distintos destinos lejos de mí. Es mejor. Y la música me ha atado a cada mujer. Hay una canción por cada chica a la que he querido. Es una lástima que uno no pueda esperar que todo sea retribuido. Pero, lo más criminal es ver a esa persona con otro, lo cual ha sucedido casi en todas las veces, ya que he sido muy cobarde y ese es el resultado.

Kiara es la que ha inspirado el título de este artículo. Kiara me ha hecho llorar. Es verdad, no lo niego. Un año y tres meses. Hace poco me dijo que estaba escribiendo una lista de recuerdos. Pensé:” ¡Qué paja! ” Quiero leer esos recuerdos, aunque ya los he vivido. Siento que los últimos meses no le di la importancia debida. Siento que descuidé la relación, me descuidé en todo. No sé lo que quiero. Pienso en darnos una oportunidad y, a la vez, en darme una oportunidad. Y cuando decido dejarlo al tiempo, resulta ser éste mi peor enemigo. Quizá la solución se encuentre en otro aspecto. Quizá ya no deba ser yo su chico. Quizá nadie se merezca esta barbarie tan subliminal. Quizá el detalle aún no lo conocemos y ese espíritu que debe brotarnos para estar juntos siempre, todavía está latente. Quizá no deba hacerle daño.

Nadie tiene por qué olvidar de mojar la cebolla antes de pelarla.

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Sumando los días

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Hoy es lunes primero de marzo. He empezado a escribir desde hoy. Este será como un diario durante la semana. Bueno, la rutina es simple, salir a las 6 y media a pasear a mi mascota que, según mi tía, necesita respirar. Luego, saldré en bicicleta a toda la velocidad cual Schumacher en una pista de carreras. Y mucho después, estudiaré.

Son las seis de la mañana, me he levantado temprano para empezar bien la semana o, por lo menos, el día. Saco a mi mascota a que haga sus necesidades de animal, es lo único que puede hacer, aunque mi tía piense que el animal practique yoga. Luego, salgo con la bicicleta, pedaleo por toda la Av. San Felipe para luego doblar a la Av. Salaverry. Manejo y respiro la brisa de la mañana. Oigo Radio Oasis (que antes era La eñe) Llego al malecón y veo el horizonte, es todo tan bello, tan infinito desde la posición en la que me encuentro. Regreso a mi casa y veo televisión. Almuerzo. Duermo. Duermo apaciblemente en mi cuarto hasta que me levanto a las 8 de la noche. Ceno. Y me amanezco, pues me he propuesto madrugarme todos los días de esta semana.

Martes a las 6 y cuarto, sacar a mi Schnauzer, manejar alocadamente por mi distrito. Llego a mi casa y trato de estudiar geometría, pienso: “Soy un idiota, geometría ya sé. Debería estudiar lo que no sé”. Esa suerte de arenga no me alienta como yo quería, aun me da fatiga y descanso durante la tarde, me doy con la sorpresa que he dormido cerca de seis horas. No importa. Me espera otro día más de amanecida.

Miércoles por la mañana, muy mañana diría yo. Saco a mi cuadrúpedo animal para que reflexione sobre sus problemas (o eso es lo que piensa un familiar) Manejo, pero esta vez hacia el trabajo de una tía para que me dé algo de dinero, ya que debo inscribirme a el mismo centro preuniversitario en el que estaba. Luego, me dirijo a dicho recinto, me inscribo por última vez. Y después, me trato de matricular para estudiar inglés, sin embargo, me dicen que no hay el horario que deseo. Resignado, regreso a mi hogar. Duermo y duermo demasiado. Ya es tarde, tengo que cenar y con ello predigo mi amanecida.

Jueves. ¡Maldita sea! Ya me acostumbré a sacar a pasear a mi mascota. Eso no debe suceder, porque yo soy vago y por ende, en la mañana debo de dormir como lo hace cualquier persona normal. Debo de ser un anormal. Siguiendo con mi rutina, manejo bicicleta, y me he prometido ya no hacerlo; me he agotado lo suficiente, mi escuálido cuerpo se va deteriorando, voy desapareciendo. Por este motivo y tras una deducción lógica, cambio de ejercicio. Ahora, cargaré pesas. Luego, me siento a escuchar música. De hecho, la estoy mezclando para alucinarme un Dj. Después, mi sedentaria vida, lo mismo de siempre: dormir. Lo paradójico es que duermo para luego estar despierto toda la madrugada.

Viernes. Presumo que mi mascota y yo, ya nos hemos aburrido de la tranquilidad de las mañanas, pues el animal se revela y se niega a avanzar en la calle. Es extraño, muy extraño. Caminando, se me ocurre ir a la casa de mi mamá, la cual duerme con el mejor confort en su cama de dos plazas. Tras esa imagen de entrega a Morfeo, llego a mi casa a dar una siesta. Duermo tanto que no almuerzo. Parezco un anémico, un moribundo en un hospital. Mi familia saca distintas conclusiones, unas lógicas y otras muy estúpidas. Creen que debo de estar consumiendo drogas, lanzo una carcajada. Creen que moriré de tuberculosis, anemia, inclusive inventan síntomas que ni siento. Yo sé que la fatiga se debe a mis consecutivas trasnochadas, pero me quedo callado para que todos piensen que me moriré. Pero, no por ello dejo de amanecerme.

Sábado de cansancio absoluto. Mi cuerpo ya no resiste más madrugadas inútiles. Creo que mi mascota hará huelga por levantarla tan temprano para sacarla a pasear. Creo que hace sus necesidades por compromiso, y creo que es lógico, ya que la sacan en la noche y es allí donde hace todo lo que tiene que hacer para luego dormir. Siguiendo con un fascículo más de mi vida, me hago caso y no manejo bicicleta, en vez de ello mezclo música toda la mañana, me entretengo escuchando mi amplio repertorio de rock, pop, electrónica y reggae. Almuerzo y duermo placenteramente, cualquiera que leyese esto pensaría que soy un vago y que mi vida no tiene sentido, cualquiera que pensase así tendría mucha razón al pensar eso. Claro, mi vida tiene mucho sentido, aunque no parezca. Luego me amanezco, aunque no debo, ya que tengo examen temprano.

Domingo. Aproximadamente son las 3 y media de la madrugada. Me encuentro revisando los vestigios de mi anterior relación, son materiales con recuerdos perfectos, recuerdos que me confunden en la variedad de colores que habitan en ellos. Hay de todo, desde una piedra dibujada hasta un cartel inmenso con distintas imágenes. Todo se puede describir como perfecto. Juntando los rescoldos sempiternos de Kiara, las huellas que anidan en mí, caigo en el sueño. Unas horas más tarde, me levanto apresurado para rendir el examen. Llego muy temprano, por ello espero pacientemente en el quiosco que está cerca a la universidad. Logro divisar a Kiara con sus dos hermanos, cabe decir que su menor hermano va a rendir el examen. Mientras doy el examen, todo me resulta aburrido, tanto que no logro hacer la cantidad que me había planteado días atrás. Quizá se deba a las amanecidas o qué sé yo. Salgo del examen atarantado y confundido, por ello me voy con celeridad a mi hogar. Estando allí, recibo la visita de un familiar que no llegaba a mi casa hace mucho. Mucho más tarde, todos esperan con ansias el resultado de los premios Oscar, pues la película “La teta asustada” está apunto de ganar la estatuilla. Cuando dan los resultados, todo el Perú se mantiene en tensión. Pedro Almodóvar anuncia a “El secreto de sus ojos”, película argentina, como ganadora. Yo atino a decir: “¡Puta madre!” Así se acaba mi semana, con mayores expectativas para la semana que viene.

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Promesas por (In)Cumplir

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Paradójicamente, he hecho promesas a inicios de Febrero cuando las pude haber hecho en Enero tras terminar el año anterior; sin embargo, me di cuenta que no iniciaba mal, pues también iniciaba un nuevo año para los chinos, el famoso año del tigre. Al oír dicho acontecimiento, me sentí feliz de iniciar mis insignes promesas con el apoyo del tigre, lo cual me hace sentir audaz y hasta feroz.

Me he prometido no crearme un Facebook, me parece relativamente estúpido tener uno. Es decir, no me gusta lo que todos tienen, ya que sucumbir a dicho vicio me resulta innecesario. ¿Fotos?, ¿comentarios? No necesito tales cosas absurdas que solo forman una pérdida de tiempo, aunque se puede rescatar que abre espacio al debate. Sin embargo, tal cosa no se da con frecuencia. Me jode que todos tengan su face. Discúlpenme aquellos que tengan una cuenta en Facebook, pero es la verdad.

Me he prometido no tomar café, pero es necesario en mi vida de adolescente. El café ocupa el porcentaje adecuado para acelerar mis días de joven preuniversitario e indeciso. Subyacen otros motivos por los que consumo café, quizá motivos que yo desconozco, pero impulsivamente me conducen a beber descontroladamente cafeína, pues no solo consumo café.

Me he prometido no tomar Coca Cola y en vez de ello, ahora consumo Fanta, lo cual no cambia en nada, pues los dos me resultan altamente perjudiciales. Es difícil. La Coca Cola que me ha acompañado desde tiempos remotos ha pasado en segundo plano. Esta es una decisión muy extrema que he optado por mis constantes mareos inoportunos. Si bien cuido mi salud corporal, también trato de cuidar mi salud mental, pues la depresión no es un juego.

Me he prometido dejar de ser tímido ante una chica que me guste. Es una cojudez. He tenido oportunidades únicas, no obstante las he desperdiciado olímpicamente. Esta vez me enfrentaré. Torearé con el valor que se debe. Envalentonado, lucharé por estar con quien yo desee.

Me he prometido dejar de aconsejar a los demás. Es simple. Mis experiencias desafortunadas que ingratamente he conseguido – que supuestamente deberían de ayudar – no sirven. Todo esto se debe a que la gente no sabe recibir consejos. Osea, uno se pasa hablando por las puras. Prefiero ayudar de lejos.

Me he prometido estudiar unos meses más inglés y luego estudiar francés. Esta cuestión de los idiomas es un fenómeno imparable. Muchos me dirán que estudie el chino mandarín que, supuestamente, será el idioma que hablará el mundo.

Me he prometido escribir una novela a lo largo de este año. No importa de qué trate. Simplemente quiero escribir hasta que mi mano se canse. Hasta que las pulsaciones aceleradas de mi corazón se vayan mermando y yo no pueda respirar. No importa si no la publico. De hecho, ya empecé a escribirla.

Me he prometido dejar de fumar. Y pensar que comencé con ese vicio por una chica. Debo dejar de fumar. Debo de dejar el encendedor en mi casa y no portarlo cada vez que salgo. Debo de alejarme cada vez que alguien fuma.

Me he prometido ser seguro de lo que hago, de lo que digo. No dudar en lo general. Me lo he prometido, ya que he causado problemas, he detonados bombas invisibles pero que joden a otros. Lo peor es que, tras todo esto, el que se perjudica soy yo.

Me he prometido, en la medida que yo pueda, hacer feliz a las personas. Una promesa muy compleja, pero que me hace feliz a mí más que todo. Y esto lo he decidido tras una auto terapia antidepresiva, porque la gente merece ser feliz en cuanto pueda.

Me he prometido muchas cosas más, sin embargo, sé que no cumpliré todas. En efecto, las promesas resultan en cuanto la persona lo desea. Por ello, mi mayor promesa es tratar que este año sea tan especial que no lo logre olvidar.

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