Soledad era una mujer trigueña, de grandes y largos ojos tristes, de largos cabellos negros hasta allí, de hablar delicado y tono bajo. No hacía mucho para mostrarse, pero era vista sin proponérselo. Trabajaba como asistenta en un instituto cuando yo era muy joven. Hoy probablemente sea una abuela, pero quiero recordarla como era a los veinte.
Su nombre Soledad no es muy común. Mi madre habló alguna vez de lo sola que se habría sentido su madre durante la gestación o que quizá era una madre abandonada pues no le cabía en la cabeza que alguien le ponga un nombre tan triste a su hija. Y triste era su nombre así como triste era ella.
Y ¿es triste la soledad? Pienso que no. En esta semana la extrañé pues me sentí “en vitrina”, invadida en mi privacidad; por supuesto, yo elegí esa situación por curiosidad malsana conmigo misma al meterme a ese mundo inhóspito para mí. Sentí que Facebook me robaba Mi Soledad. Sentí que al poner una aplicación, mis emociones, que suelo compartir en el espacio que quiero, eran disparadas al espacio sideral y yo sin poder controlar eso. En un momento sentí la necesidad de suicidarme virtualmente para recuperar mi YO estepario, pero un sentimiento de solidaridad con las otras almas solas me hizo quedarme allí sin mover una tecla. Sentí que todos mis seguidores y seguidos, sentí que todos aquellos con los que compartía amistad, todos estábamos solos y pretendíamos estar acompañados al estar allí. Pero en el Twitter, uno puede esconderse detrás de su avatar; en el Facebook no. Desde la fotos hasta las fotos de los amigos y los amigos de los amigos son vistas por todos los aceptados y los que están detrás de los aceptados.
En una vorágine sin control se copiaba y recopiaba todo lo que yo decía y retwiteaba para unos, pero yo no quería que salga para otros, y para otros de los otros. No sé si las almas solitarias de ese loquerío que se llama Facebook me leían o no, para mí que era un mercado chino en el que nadie lee a nadie. El hecho es que no me doy mucho tiempo de vida allí. Reclamo Mi Soledad.
Me di cuenta de algo más: cada vez se nos hace más frecuente entrar en el mundo virtual. Al menos yo, reclamo más horas para mi hijo, más horas para mis lecturas, más horas para dormir, más horas para platicar con gente real, más horas para amar.

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