Nova Terra

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20141106-nova.jpg Nova refulgía bajo la luz de un sol gigante, sus lunas se encontraban dispersas entre anillos de asteroides. Se ubicaba a años luz de aquél punto que ocupaba la tierra antes de explotar. Kilómetros debajo de la superficie, una nueva humanidad bullía en actividad.

Kwart caminaba arrastrando los pies, embadurnados de polvo rojizo iridiscente, por el camino que lo llevaría a casa, ubicada en una red de viviendas globulares, características de la clase obrera. Refunfuñaba acerca de su vida. Habituado a la ausencia de luz del mundo subterráneo, no conocía otro paisaje que las rocas ni otra forma de vida que el resto de humanos. Rústicas antorchas iluminaban el sendero.  Tétricas sombras se alargaban sobre el piso. Kwart las escuchaba y temía, murmuraban en idioma desconocido, acerca de una época pasada.

Un feroz temblor azotó el suelo. Kwart corrió alarmado hasta la excavación donde trabajaba su padre. Un derrumbe de piedras había sepultado a los trabajadores. Desesperado, intentó rescatar su cuerpo enjuto, pero fue inútil. Antes de morir, su padre le imploró recordar sus sueños y trazó en su mano un símbolo de círculos concéntricos. Lloró amargamente la partida de quien era su única familia y trató de descifrar su última voluntad. Su mente consiguió remontarse años atrás, cuando de niño escapó para explorar las excavaciones más antiguas, dinamitadas y clausuradas por considerarse muy peligrosas. Su cuerpecito consiguió meterse por una rendija entre las rocas. Caminó por horas. El olor a moho y metales era asfixiante. Cuando estaba por rendirse, observó un mural extraño. Representaba una colección de imágenes nunca antes vista: no había oscuridad sino una radiante luz que provenía de una bola de fuego; no habían túneles sino una verde extensión donde personas jugaban;  seres deambulaban en cuatro patas, con cabello en todo su cuerpo, algunos mostraban sus colmillos y devoraban otros seres más pequeños; por encima de todo estaba un tapiz azul donde flotaban formas que parecían hechas de blanco algodón.  El símbolo coronaba el mural.  En su inocencia infantil, no tenía otras palabras para describir el cielo o los animales, cuando nunca los había visto. Ahora, en su madurez, el recuerdo había regresado y entendía que eran rezagos de una era anterior, centurias antes que los humanos migraran a la colonia extraterrestre. Solo tenía dos alternativas, condenarse a morir trabajando en las excavaciones, en una sociedad resignada a la penumbra, o en rebelarse contra el sistema y salir a la superficie. Optó por lo segundo y maquinó su plan.

 Se dirigió a casa de Druiza, su vecina de veinte años, a quien consideraba su alma gemela, motivado por un impulso de no estar solo en la misión. Druiza poseía habilidades psíquicas y según la opinión del resto de la sociedad, era una lunática. Como de costumbre, había previsto su visita y le esperaba en el umbral de su puerta.

Druiza tenía su propia teoría de qué estaba pasando en la colonia y el misterio del símbolo. Convenció a Kwart de seguir al funcionario que visitaba la excavación para entregar los vegetales deshidratados y la harina, que constituían el único pago de los obreros. Al día siguiente, se escondieron en una gruta cercana. Ni bien apareció el tren que traía los alimentos, Druiza lanzó al aire una pastilla negra que se transformó en un humo denso y oscuro. Burlando la atención del funcionario, se escondieron entre la carga de los vagones.  

El destino final del tren era la villa de los científicos, ubicada en la posición más alta de la colonia.  Los científicos eran los hombres más poderosos porque creaban en sus laboratorios vegetales y harinas que alimentaban a toda la colonia. Druiza usó sus poderes mentales para confundir a los guardias apostillados a la entrada de la villa para que no se percaten de su presencia. Saltaron de los vagones al acercarse al edificio principal. Kwart aprovechó a su conocimiento adquirido en el trabajo para manipular los minerales. Sabía qué combinaciones explosionaban al mezclarse. Exploró los alrededores y juntó lo necesario. Druiza concentraba sus fuerzas en perforar un reservorio de agua de la villa. Su plan tuvo éxito y la férrea seguridad que defendía el edificio principal, se vio imposibilitada de actuar ante la explosión y el alud de la tierra mezclada con el agua. Entraron a la colosal edificación que asemejaba una pirámide.  Los recintos hexagonales de los científicos se apilaban uno encima de otro. Druiza en sus visiones había visto el símbolo en la cúspide. Druiza y Kwart lanzaron varias pastillas de minerales que al explotar liberaban un gas repulsivo. En medio de la confusión, lograron llegar a la oficina principal y extrajeron de una urna de cristal, el pergamino con el símbolo de círculos concéntricos e inscripciones indescifrables alrededor.

Druiza consiguió decodificar el pergamino y dijo que era el mapa de un laberinto que conectaba con la superficie. Partieron juntos donde se indicaba la entrada.  El laberinto estaba poblado de peligros: guardianes hechos de luz, esqueletos que retornaban a la vida y trampas que daban a pozos sin fondo. Druiza podía dirigir su energía, a través de rocas de poder que había recolectado a lo largo de su vida. Con ello, pudieron defenderse de las fuerzas que impedían su avance. Tiempo después, Kwart creyó descifrar el idioma de las voces que acechaban en las sombras. Eran ecos de advertencia y lamentos de los primeros humanos que pisaron la colonia. Druiza interrumpió sus pensamientos al anunciar que la superficie se encontraba a menos de un metro. Removieron frenéticamente la  tierra. Finalmente, entró luz verdadera y vieron por vez primera el cielo, donde remolinos de colores tornasolados se enfrentaban entre sí.

Salieron del agujero, mudos de la impresión, con la ansiedad palpitando. Profirieron un grito aterrador cuando un ejército de hormigas descomunales se acercaba a ellos con sus fauces amenazantes. No había vegetación ni animales salvajes, no quedaba nada en la superficie más que una amplia llanura rojiza, cubierta de piedrecillas. Comprendieron al instante, que los insectos en ese planeta eran los humanos.

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Tu voz me acaricia

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Cojo el teléfono para desearte feliz cumpleaños. Tu voz me acaricia y avasalla mis entrañas en una oleada de placer. No puedo escucharte. Mi mente ha viajado al momento en que me entregaste el último placer exquisito con tus labios y mis manos asían con fuerza tu cabello ondulado. Mi intimidad vibra con el recuerdo de tu cuerpo sobre el mío. Dejamos de hablar y empezamos a desearnos nuevamente.

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El mago

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-La brujería si existía –me digo horrorizado a mí mismo mientras observo cómo mis manos se tornan arrugadas y manchadas con un sinnúmero de pecas. Mi cuerpo se tuerce y siento que me he reducido varios centímetros hasta quedar en una posición encorvada. Me toco vacilante el rostro,  percibo su nueva textura rugosa y la piel colgante donde antes había sido firme. Mi visión se deteriora, hasta percibir la realidad como un conjunto de sombras de colores. Mi corazón late cada vez más lento. Escucho una risa malvada mientras el mago destruye la taza de una pisada.

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El anciano de luenga barba, nariz ganchuda y gafas con forma de media luna inicia su día en el cuarto de alquimia. Está bien oculto a los ojos curiosos de visitas inesperadas en el sótano de su casa de estilo victoriano. Retira de la alacena el mortero y sus adminículos de magia. Muele con serenidad huevecillos de araña y polvo de ancas de rana. Recoge unos fósforos del escaparate para cocer a fuego lento la pócima que dejó madurar hace más de quince lunas.

Parado junto al portón de madera tallada de la residencia, se encuentra un joven fornido y de aspecto marginal. Las gárgolas de piedra en los dinteles de la puerta, amedrentarían a cualquier otro pero el muchacho tiene coraje y muchas ganas de trabajar. Toca el intercomunicador.

-Vengo por el anuncio de ayudante de limpieza- dice con una voz ronca y segura.

El mago observa la imagen del muchacho a través del video del intercomunicador. Sus ojos cansados parecen reanimarse con un brillo especial en la contemplación de aquel porte gallardo y rebosante de juventud.

-Pase por favor –le responde pausadamente.

Ingreso a la residencia lujosamente decorada sin comprender del todo porqué viviría alguien solo en un lugar tan grande. Mi futuro jefe parece una persona muy amable y bondadosa por la expresión de su rostro. De inmediato me invita a sentarme en el sillón principal de la sala y se ofrece a convidarme un té. El asiento es bastante mullido y cálido. Repaso la habitación y observo una colección de libros de aspecto muy antiguo.

El anciano regresa con la taza humeante.

-Es una preparación especial – receta de mis antepasados.

La recibo con gusto y me la tomo rápidamente. El calor del agua se esparce por todo mi cuerpo. Inesperadamente, el calor se transforma en frío helado y comienzo a temblar de pies a cabeza. La taza se desliza de mi regazo y cae sobre la alfombra.

 

 

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Un cumpleaños repetitivo

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Abro los ojos. La luz entra apenas por la rendija de mis persianas. Siento un letargo apoderarse de todo mi cuerpo mientras me envuelvo entre las colchas para dormir un rato más. Hoy cumplo un año más de vida. Un año más de esta monótona e insufrible existencia.

Horas más tarde los ladridos estruendosos de Sparky, mi perro salchicha, me terminan de despertar. Observo con pesadez la deprimente decoración de mi apartamento. Mi mirada se fija en mi calendario personal. Recuento una a una las aspas rojas que uso para marcar un nuevo día.

-No puede ser. ¿Sparky has dejado entrar a alguien a la casa? –increpo a mi mascota.

Sparky me contesta con una mirada llena de resentimiento. Y luego me babea en señal de cariño.

-Maldito perro bipolar.

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Vuelvo a poner toda mi atención en el calendario. Es imposi

ble que el calendario termine justamente antes de mi cumpleaños en mitad de junio. No hay más espacios ni números después, ni hay más hojas donde deberían estar el resto de meses. Ya no podré marcar ninguna otra cruz.

Reflexiono por algunos minutos la situación en la que me encuentro.

-¡Este día no existe! –concluyo en una exclamación.

Atravieso mi habitación hasta la salita de estar, aún en trance y examinando todas las posibilidades que esta realidad me ofrece. La sala hedía a orines de perro. Tomo la bolsa enorme de Pedigree que había comprado y le abro una perforación en la base.

-Sparky ahora tendrás comida para toda la semana.

Me dirijo hacia el baño y prendo la música a todo volumen. Abro la llave de agua caliente y vierto en la tina todo el jabón espumante. Me sumerjo en el agua que poco a poco va subiendo su nivel y jalo la cortina plástica para dentro. Me protejo con ella a manera de crisálida mientras el plástico se pega a mi cuerpo desnudo. El agua alcanza su máxima temperatura y su nivel ya casi roza el borde de la tina. Sumerjo la cabeza. Lo último que escucho es una canción de hace dos décadas en honor a los excesos de la vida.

-Esta mujer está loca, intentó quitarse la vida y no ha parado de decir que este día no existe  -explicó el policía que encontró Sparky para rescatarme- denle la atención necesaria.

Amanece un nuevo día. Me despierto con una camisa de fuerza, en la cama de un centro de reposo mental. En mi cómoda yace un calendario, esta vez completo, las aspas rojas se detienen a mitad del mes, un día antes de mi cumpleaños, solo que esta vez sí queda espacio libre para marcar el día de mi cumpleaños y el resto de días. 

 

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Cómo saber si es amor (boceto para una canción)

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Cómo saber si es amor

Si solo el tiempo pasa cuando tú estas

Si siento que sin ti la vida me da igual

Caigo en tu mirada de tan solo pensar

Y solo pienso en ti cada momento

Y solo pienso en ti cada instante

 

Los recuerdos vienen y van

Y nace en mí una nueva ilusión

Siento que los latidos dictan en mi corazón

Una melodía  incontrolable que acaba en desazón

 

No hay mayor dolor

Que saber perdido

Algo que nunca fue tuyo

 

 Eras libre eras fuerte

En ti vi la imagen de lo que yo jamás podría ser

 

Junto a ti yo pude ver

Un nuevo amanecer

Algo por lo que valía le pena seguir

Pero ahora ya no estás

Y mi mundo vuelve a ser gris

 

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No hay mayor dolor

Que saber perdido

Algo que nunca fue tuyo

 

La pasión gobierna la razón

Y por más que te quise mantener

Tu destino no estaba junto a mí

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El retrato del anciano

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La famélica luz amarilla de una modesta lámpara de techo es lo único que me permite trabajar en la estrechez de mi estudio. Las paredes teñidas de azul cobalto se ciernen sobre mí como las fauces de una ballena, minutos antes de engullir a su presa. En el exterior, resguardada por la oscuridad de la noche, respira agitadamente la vida bohemia con sus perversiones, alcohol y promesas de amor. Mi ser entero se entrega a lo único que conoce como verdadero y lo único que puede corresponderme: mi arte.
El lienzo blanco se presenta vulnerable ante mí. Mis manos sostienen con fuerza una paleta salpicada con pinturas de colores vibrantes, las cuales se me hacen más difíciles de conseguir por lo crítico que se torna mi condición económica. Tomo un poco de rojo y con pincelada firme, escribo Vincent. No creo en las convenciones, la mayoría de mis compañeros tiene la poca virtud de anteponer lo académico a sus impulsos de expresión y critican mis obras, acusándolas de faltas de proporción, faltas de orden y rebeldes por esa manía de firmar al inicio y no al final. No se sorprenden de que hasta ahora no haya conseguido vender un solo cuadro de mi producción que alcanza las sesenta y siete obras.
Continúo pintando absorto en mi trabajo y con el transcurrir de los minutos siento como va tomando posesión de mí una fuerza creadora que inunda de colores y amalgamas armónicas de formas el lienzo desnudo hasta transformarlo en un retrato. Me devuelve la mirada un rostro un rostro amable, pequeño y enjuto, casi senil, de un enfermizo tono de piel amarillo que sostiene entre sus manos vacilantes un pequeño mirlo violeta. En el horizonte se aprecia unas montañas terrosas y una bandada de mirlos, emprendiendo el vuelo. Tomo un poco de pintura verde para darle una mirada de esperanza a los ojos del anciano y luego tomo el azul para desplegar con trazos circulantes mi furia contenida en un cielo oscuro plagado de centellantes constelaciones enfrentadas entre sí.
Me acomodo en mi silla de mimbre color ocre para darle una mirada más distante al cuadro. Al lado de donde estoy sentado, se yergue solitaria otra silla de mimbre, más elegante y refinada, esperando el regreso imposible de mi ex mejor amigo Paul. Dirijo la mirada a su asiento vacío como en tantas otras ocasiones que me sentía melancólico y agito la cabeza tres veces. Jamás volverá y con su partida murió en mí la esperanza de encontrar la felicidad en otro ser humano. Doy por finalizado el cuadro con pinceladas de color rojo sangre aplicadas a manera de ráfagas que se extienden sobre el anciano y el mirlo como una lluvia bíblica.

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Transfiguración

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Cuando vio que una nube en forma de espiral se acercaba a ella a una velocidad astronómica, supo que había muerto. La mezcla de ácidos no habría resultado como esperaba. A sus 35 años y una prometedora carrera de científica, no podía dejar de pensar en todo lo que estaba dejando atrás. Miró sus manos de alabastro y vió como iban haciéndose cada vez mas transparentes. Su cuerpo adquiría una consistencia inmaterial. El río de sus ideas más descabelladas era expulsado de su mente en un torrente de luz y color. Uno de esos recuerdos, era de aquél día de campo con su madre, cuando descubrió complacida que un agujero en el árbol resguardaba el castillo de las hadas que narraban sus cuentos. Sentía como se hacía más pequeña. Una cubierta de tapa dura reemplazó su columna vertebral y sus extremidades se transformaron en decenas de rectángulos blancos. Manchas negras salpicaban su piel en extrañas formas. Al finalizar la transfiguración, sus recuerdos se habían ido pero la esencia de su historia labró unas palabras en dorado sobre la tapa de un cuento de fantasía.

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Día 0

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Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie en el mundo: todos los otros seres han muerto. Alguien golpea la puerta.

– ¿Quién es? –

– ¡PUM, PUM! –

Abrió la puerta y en efecto, era PUM PUM.

– ¡Me diste tremendo susto! ¡Cómo se te ocurre tocar la puerta si tienes la llave!

– PAM PIM- PAM PUM – PUM PIM –

– Sí ya sé que tu creador no tuvo tiempo de completarte los circuitos de sentido común y sólo te dejó los de hábitos y rutinas. ¡Pero ahora, ya no necesitas tocar la puerta para entrar! ¡A nadie le importa!¡No hay nadie con vida que se vaya a quejar!

– PIM PUM- PAM PAM- PIM PUM –

– ¿Sobrevivientes? ¿Estas demente? ¡Nadie podría haber resistido tal explosión nuclear!. Cuéntame qué ha quedado de la civilización…

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– PUM PUM- PUM PAM- PAM PIM- PAM- PUMMMM –

– Entiendo. Necesitaré un uniforme anti-radioactividad si necesito volver para arreglar mi nave. ¡Qué suerte tienes de estar hecho de titanio! Esos uniformes pesan una barbaridad. Felizmente tengo el equipo de emergencia en la nave… Y al respecto, ¿en qué estado se encuentra…?

– ¡PIM PIM PIM PUM PAM! –

– ¡Dónde voy a conseguir tanto Plutonio! ¡Las últimas reservas fueron empleadas en generar este Apocalipsis!

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A quemarropa

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El guapo entrevistador me mira directamente a los ojos y me pregunta:

–              ¿Quién fue su mayor amor? No quiero resultar indiscreto, pero se cuecen muchos rumores entre los admiradores de sus películas. Hay un personaje recurrente en sus producciones…

–              Aún no he conocido el amor, Miguel -dije escuetamente.

Sus ojos pardos me recorrieron de pies a cabeza y me lanzó una mirada cómplice.

–              Sinceramente lo dudo mucho. Usted me parece una mujer apasionada, que sabe lo que quiere y cómo obtenerlo… – dijo con un dejo de atrevimiento que me pareció totalmente seductor.

–              Nunca dije que no viví la pasión. Son cosas completamente diferentes – expresé observando con detenimiento el semblante de Miguel. A pesar de su edad, no tenía la imagen de niño que encontraba irresistible sino la serenidad de un hombre experimentado- . Le diré algo, Miguel y le seré totalmente sincera, los rumores tienen algo de verdad, quienes me conocen saben que soy un libro abierto. Si quiere la historia deberá ser más persuasivo. – dije misteriosa.

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–              Salgan todos de la habitación. Voy a quedarme a conversar a solas con la directora de la obra.- dijo Miguel, mientras pulsaba el botón de pare de su grabadora- . Bueno, ya me tienes, soy todo tuyo – susurró acercando sus brazos fornidos hacia el brazo de mi silla.

–              Esas mismas palabras son las que mencionó una vez el hombre que me hizo vivir la mayor pasión que he experimentado. – expresé sintiendo como la avalancha de sentimientos que guardaba dentro de mi corazón ansiaban ser libres y expresarse por todo lo alto, dejando de lado los simbolismos de mis películas- Es verdad que mis películas tienen un tinte autobiográfico.

–              Se dice que el joven actor y fotógrafo Christian Madrid, protagonista de su película, ha logrado conjugar el talento artístico con una vida bohemia y disipada, tal cual el personaje recurrente en sus películas  –dijo Miguel, provocándome. 

Christian. No solo el nombre era melodioso, sino que su sola mención tenía la facultad de despertarme placenteros cosquilleos en todo el cuerpo, tal y como fue la primera vez que estuvimos juntos.

Esa noche nos habían invitado a una fiesta por el fin de ciclo. Durante todo el trayecto en el taxi, Christian, había estado más próximo que nunca, casi podía sentir su aliento y su calor sobre mí.

Llegamos a la fiesta, las insinuaciones eran cada vez más evidentes y no escatimábamos en caricias furtivas. Finalmente logramos escabullirnos a un rincón de la sala de estar, iluminada apenas por una tenue luz. La música retumbaba una melodía pegajosa en un ambiente cargado de adrenalina. Tenía un encendedor en la mano y jugaba pasando las yemas de sus dedos sobre el fuego, la luz iluminaba su rostro precioso y sus largos rizos caían libremente sobre su frente amplia. Me le acerqué a tratar de arrebatarle el encendedor y me dio un beso fugaz. Fueron solo unos segundos, durante los cuales rebobiné nuestra historia, desde el primer día en que conocí su carácter libre y seductor, su cultura y amor al arte, sus bromas y expresiones libertinas, condenables por una sociedad restrictiva y cucufata como era la que me había desenvuelto toda la vida. Sabía que no era hombre de una sola mujer, como lo evidenciaba la cantidad de admiradoras que tenía.

–            Guardo mucha gratitud y cariño hacia Christian, fue un buen amigo mío durante mis años de universidad. Su talento y su éxito lo cosechó el solo y nadie tiene el derecho de criticar su vida. – dije a fin de acallar el largo silencio transcurrido.

-¿Tuvo o no tuvo alguna aventura con él? – lanzó certero.

Impulsados por el ignífugo primer beso, salimos apresurados de la sala hacia el jardín de la casa, alejados del bullicio de la fiesta.  Allí, bajo la luz de las estrellas, nos besamos apasionadamente, un segundo por cada instante de deseo experimentado. Sentía sus manos asirse fuertemente de mi cintura y explorar deseosas mis curvas enfundadas en un enterizo de jean pegado al cuerpo. Mis manos a su vez se infiltraban por debajo de su polo hasta recorrer su abdomen plano y su pecho lampiño. Anhelaba tanto ser suya, pero mis virginales temores frenaron mis impulsos ante la idea de buscar el momento y la persona perfecta, en el marco tradicional de una relación promisoria. Esa noche no se consumó el deseo pero el recuerdo de ese episodio aún me servía de inspiración para los capítulos más candentes de mis producciones.

–            No tuve una aventura en la manera convencional que tiene la sociedad de interpretar esa frase. – contesté cortante.

Durante los años siguientes se sucedieron encuentros furtivos con los mismos resultados, donde fui explorando y ahondando en el corazón inundado de tristeza y desazón que era la verdadera cara de Christian. Finalmente me decidí a confesarle mi amor, adivinando que sería nuestra despedida y que lo perdería para siempre. Aquél día me enseñó a trepar un árbol muy alto, en medio de un parque. El aroma de la hierba humedecida y las hojas de la copa del árbol contribuyeron a crear la atmósfera perfecta. Se lo conté todo, cada instante y cada sensación vivida a su lado y cómo esos sentimientos habían impactado en mi vida. Visiblemente turbado, me respondió que si quería podíamos seguir viéndonos, lo cual evidentemente era una mentira.

Pasaron años sin vernos. Durante el transcurso de los mismos decidí desarrollar mi faceta libre y artística, la misma que permanecía latente dentro de mí y que alcanzaron su cenit al conocerle. Finalmente lo convoqué para mis incipientes películas y es historia conocida el éxito que alcanzó con las mismas. No hemos vuelto a hablar de aquella declaración de amor ni nuestra relación ha vuelto a ser la de antes, solo somos compañeros de trabajo…

–          Pero quizás si quisiera tener una aventura convencional, lo digo solo a título de información si es que llega a leer esto Christian. A veces las cosas solo pasan en el momento indicado. – lancé osada.

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La generación del 85

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Aquella mañana amanecí con el deseo de sumergirme en los rincones tan lejanos y a la vez familiares del cuarto de recuerdos. La claridad fluía a través de las persianas hasta inundar los rincones polvorientos con un haz de partículas que danzaban en caprichosas formas. Mis ojos recorrieron la habitación amoblada con sillones tapizados de color añil y robustas repisas de cedro que apenas se sostenían por el peso de la colección de libros que guardaban, algunos cuadros con fotografías me devolvían la mirada recordándome las glorias pasadas y aquellos días que no volverían. Curiosa como siempre, tomé un modesto ejemplar de tapa roja que yacía oculto entre sus pares más imponentes y al momento de abrirlo, se dejó caer, casi flotando, una desgastada fotografía.

Solo alcancé a ver la inscripción posterior: ¨Generación del 85 – El cumpleaños de los niños perdidos.¨ Volteé de inmediato la fotografía y apenas me reconocí dentro de la imagen conformada por un variopinto clan que sonreía feliz y con aquella impresión de quien conoce todos los misterios del universo.

´´Los niños perdidos´´. En más de 10 años no había escuchado esa expresión, que invariablemente invocaba renacer en mi mente pasajes de una época que más se asemejaba a un sueño que a la realidad. Por un instante cerré los ojos, apretando con fuerza la fotografía hacia mi pecho y pude sentir que me desvanecía sobre la alfombra.

Desperté y me sentí en casa. Lentamente abrí los ojos y vi su cabeza reclinada sobre mí dirigiéndome una mirada tierna y a la vez burlona. Estábamos al pie de un árbol sobre la grama seca y se escuchaba a lo lejos un bullicio extraño.

−Si siempre que te voy a leer a Manuel González Prada te vas a quedar dormida mejor la próxima vez me lees algún cuento de hadas de esos que te gusta para que veas lo que se siente– dijo cerrando su ejemplar de Pájinas Libres. −Vamos ya se acerca la hora de la fiesta y nos van a comenzar a extrañar.

−Lo hago porque no hay nada que disfrute más que ver tu bello rostro al despertar, Mikael. Y para tu información las Mil y una noches no es un cuento de Hadas, tendrías pesadillas si te leo la versión original. – dije incorporándome de su regazo sobre el que había conciliado tan perfecto sueño, mientras él se levantaba de un salto y aún visiblemente ofuscado.

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Lo seguí hasta el portón de una casa antigua, siguiendo un camino empedrado y resguardado por arbustos llenos de flores. Como de costumbre no podía evitar fijarme en su figura atlética y en su andar despreocupado, algo desgarbado pero absolutamente encantador. Los gritos por detrás del portón se hacían cada vez más ensordecedores y no alcanzaba a entender si correspondían a un idioma real o inventado.

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