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Nova Terra

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20141106-nova.jpg Nova refulgía bajo la luz de un sol gigante, sus lunas se encontraban dispersas entre anillos de asteroides. Se ubicaba a años luz de aquél punto que ocupaba la tierra antes de explotar. Kilómetros debajo de la superficie, una nueva humanidad bullía en actividad.

Kwart caminaba arrastrando los pies, embadurnados de polvo rojizo iridiscente, por el camino que lo llevaría a casa, ubicada en una red de viviendas globulares, características de la clase obrera. Refunfuñaba acerca de su vida. Habituado a la ausencia de luz del mundo subterráneo, no conocía otro paisaje que las rocas ni otra forma de vida que el resto de humanos. Rústicas antorchas iluminaban el sendero.  Tétricas sombras se alargaban sobre el piso. Kwart las escuchaba y temía, murmuraban en idioma desconocido, acerca de una época pasada.

Un feroz temblor azotó el suelo. Kwart corrió alarmado hasta la excavación donde trabajaba su padre. Un derrumbe de piedras había sepultado a los trabajadores. Desesperado, intentó rescatar su cuerpo enjuto, pero fue inútil. Antes de morir, su padre le imploró recordar sus sueños y trazó en su mano un símbolo de círculos concéntricos. Lloró amargamente la partida de quien era su única familia y trató de descifrar su última voluntad. Su mente consiguió remontarse años atrás, cuando de niño escapó para explorar las excavaciones más antiguas, dinamitadas y clausuradas por considerarse muy peligrosas. Su cuerpecito consiguió meterse por una rendija entre las rocas. Caminó por horas. El olor a moho y metales era asfixiante. Cuando estaba por rendirse, observó un mural extraño. Representaba una colección de imágenes nunca antes vista: no había oscuridad sino una radiante luz que provenía de una bola de fuego; no habían túneles sino una verde extensión donde personas jugaban;  seres deambulaban en cuatro patas, con cabello en todo su cuerpo, algunos mostraban sus colmillos y devoraban otros seres más pequeños; por encima de todo estaba un tapiz azul donde flotaban formas que parecían hechas de blanco algodón.  El símbolo coronaba el mural.  En su inocencia infantil, no tenía otras palabras para describir el cielo o los animales, cuando nunca los había visto. Ahora, en su madurez, el recuerdo había regresado y entendía que eran rezagos de una era anterior, centurias antes que los humanos migraran a la colonia extraterrestre. Solo tenía dos alternativas, condenarse a morir trabajando en las excavaciones, en una sociedad resignada a la penumbra, o en rebelarse contra el sistema y salir a la superficie. Optó por lo segundo y maquinó su plan.

 Se dirigió a casa de Druiza, su vecina de veinte años, a quien consideraba su alma gemela, motivado por un impulso de no estar solo en la misión. Druiza poseía habilidades psíquicas y según la opinión del resto de la sociedad, era una lunática. Como de costumbre, había previsto su visita y le esperaba en el umbral de su puerta.

Druiza tenía su propia teoría de qué estaba pasando en la colonia y el misterio del símbolo. Convenció a Kwart de seguir al funcionario que visitaba la excavación para entregar los vegetales deshidratados y la harina, que constituían el único pago de los obreros. Al día siguiente, se escondieron en una gruta cercana. Ni bien apareció el tren que traía los alimentos, Druiza lanzó al aire una pastilla negra que se transformó en un humo denso y oscuro. Burlando la atención del funcionario, se escondieron entre la carga de los vagones.  

El destino final del tren era la villa de los científicos, ubicada en la posición más alta de la colonia.  Los científicos eran los hombres más poderosos porque creaban en sus laboratorios vegetales y harinas que alimentaban a toda la colonia. Druiza usó sus poderes mentales para confundir a los guardias apostillados a la entrada de la villa para que no se percaten de su presencia. Saltaron de los vagones al acercarse al edificio principal. Kwart aprovechó a su conocimiento adquirido en el trabajo para manipular los minerales. Sabía qué combinaciones explosionaban al mezclarse. Exploró los alrededores y juntó lo necesario. Druiza concentraba sus fuerzas en perforar un reservorio de agua de la villa. Su plan tuvo éxito y la férrea seguridad que defendía el edificio principal, se vio imposibilitada de actuar ante la explosión y el alud de la tierra mezclada con el agua. Entraron a la colosal edificación que asemejaba una pirámide.  Los recintos hexagonales de los científicos se apilaban uno encima de otro. Druiza en sus visiones había visto el símbolo en la cúspide. Druiza y Kwart lanzaron varias pastillas de minerales que al explotar liberaban un gas repulsivo. En medio de la confusión, lograron llegar a la oficina principal y extrajeron de una urna de cristal, el pergamino con el símbolo de círculos concéntricos e inscripciones indescifrables alrededor.

Druiza consiguió decodificar el pergamino y dijo que era el mapa de un laberinto que conectaba con la superficie. Partieron juntos donde se indicaba la entrada.  El laberinto estaba poblado de peligros: guardianes hechos de luz, esqueletos que retornaban a la vida y trampas que daban a pozos sin fondo. Druiza podía dirigir su energía, a través de rocas de poder que había recolectado a lo largo de su vida. Con ello, pudieron defenderse de las fuerzas que impedían su avance. Tiempo después, Kwart creyó descifrar el idioma de las voces que acechaban en las sombras. Eran ecos de advertencia y lamentos de los primeros humanos que pisaron la colonia. Druiza interrumpió sus pensamientos al anunciar que la superficie se encontraba a menos de un metro. Removieron frenéticamente la  tierra. Finalmente, entró luz verdadera y vieron por vez primera el cielo, donde remolinos de colores tornasolados se enfrentaban entre sí.

Salieron del agujero, mudos de la impresión, con la ansiedad palpitando. Profirieron un grito aterrador cuando un ejército de hormigas descomunales se acercaba a ellos con sus fauces amenazantes. No había vegetación ni animales salvajes, no quedaba nada en la superficie más que una amplia llanura rojiza, cubierta de piedrecillas. Comprendieron al instante, que los insectos en ese planeta eran los humanos.

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