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A quemarropa

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El guapo entrevistador me mira directamente a los ojos y me pregunta:

–              ¿Quién fue su mayor amor? No quiero resultar indiscreto, pero se cuecen muchos rumores entre los admiradores de sus películas. Hay un personaje recurrente en sus producciones…

–              Aún no he conocido el amor, Miguel -dije escuetamente.

Sus ojos pardos me recorrieron de pies a cabeza y me lanzó una mirada cómplice.

–              Sinceramente lo dudo mucho. Usted me parece una mujer apasionada, que sabe lo que quiere y cómo obtenerlo… – dijo con un dejo de atrevimiento que me pareció totalmente seductor.

–              Nunca dije que no viví la pasión. Son cosas completamente diferentes – expresé observando con detenimiento el semblante de Miguel. A pesar de su edad, no tenía la imagen de niño que encontraba irresistible sino la serenidad de un hombre experimentado- . Le diré algo, Miguel y le seré totalmente sincera, los rumores tienen algo de verdad, quienes me conocen saben que soy un libro abierto. Si quiere la historia deberá ser más persuasivo. – dije misteriosa.

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–              Salgan todos de la habitación. Voy a quedarme a conversar a solas con la directora de la obra.- dijo Miguel, mientras pulsaba el botón de pare de su grabadora- . Bueno, ya me tienes, soy todo tuyo – susurró acercando sus brazos fornidos hacia el brazo de mi silla.

–              Esas mismas palabras son las que mencionó una vez el hombre que me hizo vivir la mayor pasión que he experimentado. – expresé sintiendo como la avalancha de sentimientos que guardaba dentro de mi corazón ansiaban ser libres y expresarse por todo lo alto, dejando de lado los simbolismos de mis películas- Es verdad que mis películas tienen un tinte autobiográfico.

–              Se dice que el joven actor y fotógrafo Christian Madrid, protagonista de su película, ha logrado conjugar el talento artístico con una vida bohemia y disipada, tal cual el personaje recurrente en sus películas  –dijo Miguel, provocándome. 

Christian. No solo el nombre era melodioso, sino que su sola mención tenía la facultad de despertarme placenteros cosquilleos en todo el cuerpo, tal y como fue la primera vez que estuvimos juntos.

Esa noche nos habían invitado a una fiesta por el fin de ciclo. Durante todo el trayecto en el taxi, Christian, había estado más próximo que nunca, casi podía sentir su aliento y su calor sobre mí.

Llegamos a la fiesta, las insinuaciones eran cada vez más evidentes y no escatimábamos en caricias furtivas. Finalmente logramos escabullirnos a un rincón de la sala de estar, iluminada apenas por una tenue luz. La música retumbaba una melodía pegajosa en un ambiente cargado de adrenalina. Tenía un encendedor en la mano y jugaba pasando las yemas de sus dedos sobre el fuego, la luz iluminaba su rostro precioso y sus largos rizos caían libremente sobre su frente amplia. Me le acerqué a tratar de arrebatarle el encendedor y me dio un beso fugaz. Fueron solo unos segundos, durante los cuales rebobiné nuestra historia, desde el primer día en que conocí su carácter libre y seductor, su cultura y amor al arte, sus bromas y expresiones libertinas, condenables por una sociedad restrictiva y cucufata como era la que me había desenvuelto toda la vida. Sabía que no era hombre de una sola mujer, como lo evidenciaba la cantidad de admiradoras que tenía.

–            Guardo mucha gratitud y cariño hacia Christian, fue un buen amigo mío durante mis años de universidad. Su talento y su éxito lo cosechó el solo y nadie tiene el derecho de criticar su vida. – dije a fin de acallar el largo silencio transcurrido.

-¿Tuvo o no tuvo alguna aventura con él? – lanzó certero.

Impulsados por el ignífugo primer beso, salimos apresurados de la sala hacia el jardín de la casa, alejados del bullicio de la fiesta.  Allí, bajo la luz de las estrellas, nos besamos apasionadamente, un segundo por cada instante de deseo experimentado. Sentía sus manos asirse fuertemente de mi cintura y explorar deseosas mis curvas enfundadas en un enterizo de jean pegado al cuerpo. Mis manos a su vez se infiltraban por debajo de su polo hasta recorrer su abdomen plano y su pecho lampiño. Anhelaba tanto ser suya, pero mis virginales temores frenaron mis impulsos ante la idea de buscar el momento y la persona perfecta, en el marco tradicional de una relación promisoria. Esa noche no se consumó el deseo pero el recuerdo de ese episodio aún me servía de inspiración para los capítulos más candentes de mis producciones.

–            No tuve una aventura en la manera convencional que tiene la sociedad de interpretar esa frase. – contesté cortante.

Durante los años siguientes se sucedieron encuentros furtivos con los mismos resultados, donde fui explorando y ahondando en el corazón inundado de tristeza y desazón que era la verdadera cara de Christian. Finalmente me decidí a confesarle mi amor, adivinando que sería nuestra despedida y que lo perdería para siempre. Aquél día me enseñó a trepar un árbol muy alto, en medio de un parque. El aroma de la hierba humedecida y las hojas de la copa del árbol contribuyeron a crear la atmósfera perfecta. Se lo conté todo, cada instante y cada sensación vivida a su lado y cómo esos sentimientos habían impactado en mi vida. Visiblemente turbado, me respondió que si quería podíamos seguir viéndonos, lo cual evidentemente era una mentira.

Pasaron años sin vernos. Durante el transcurso de los mismos decidí desarrollar mi faceta libre y artística, la misma que permanecía latente dentro de mí y que alcanzaron su cenit al conocerle. Finalmente lo convoqué para mis incipientes películas y es historia conocida el éxito que alcanzó con las mismas. No hemos vuelto a hablar de aquella declaración de amor ni nuestra relación ha vuelto a ser la de antes, solo somos compañeros de trabajo…

–          Pero quizás si quisiera tener una aventura convencional, lo digo solo a título de información si es que llega a leer esto Christian. A veces las cosas solo pasan en el momento indicado. – lancé osada.

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