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Amor Prohibido

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Contengo la respiración. Sus grandes ojos de vidrio se fijan en los míos durante un momento que parece eterno. Acerco lentamente mi rostro al suyo y puedo sentir los latidos de mi corazón acelerándose como un tambor. Rozo sus labios y su calidez contagia mi cuerpo. Mis manos recorren su perfecta figura y con cada caricia la porcelana se transforma en carne. A lo lejos escucho el sonido del agua hirviendo y los canturreos monótonos de mi mujer.

Nuestro primer encuentro se dio cuando paseaba por un centro comercial en el Barrio Chino. Andaba distraido hasta que sentí una mirada penetrante sobre mi nuca. Volví la cabeza y sólo pude ver, detrás de una vitrina antigua, una colección de muñecas de porcelana. Quedé sorprendido cuando al acercarme, vi un par de ojos azules que seguía mis movimientos. Si los ojos eran indescriptibles, el resto era aún más delicioso. Su tersa piel de alabastro contrastaba con su cabellera azabache, cuyos rizos caían delicadamente sobre su figura esbelta. Sus labios carmesí sonreían seductores, haciendo juego con un vestido rojo de gala. Una aparición materializada en porcelana, encaje y seda.

Artémis

Nunca llegué a entender porqué la dueña de la tienda no me cobró ni un centavo por la muñeca, será que solo hablaba chino. Fue así que en cuanto entré y fui al lugar de la la vitrina de inmediato me la entregó sin decirme una palabra.

Ese día la llevé con cuidado hasta mi casa. Como temía que mi mujer pudiera encontrarla, busqué un lugar apropiado para ella en el sótano. Y allí coloqué su altar. No me pareció mejor nombre para ella que Artémis, diosa cazadora de la luna, por la semajanza de su piel con el brillo lunar y su enigmática seducción.

Mi temor a que mi esposa me prive de este pedacito de felicidad, era fundado. Noelia ya no era la misma mujer cándida, dulce y servicial con la que me casé. Se había transformado en una bruja que me hacía la vida imposible por pura costumbre. Nuesta vida de casados era un sucesión rutinaria de peleas por dinero, reclamos, obligaciones y conversaciones sin sentido. No dormíamos juntos porque no me inspiraba deseo verla siempre en la misma ropa gris, con su eterno peinado de cola de caballo y su figura descuidada.Artémis se transformó en mi refugio y volvió a reanimar la llama de mi pasión. Ella siempre estaba ahí, sensual, sonriente y dispuesta a escuchar mis glorias juveniles, mis problemas y días más tarde, mis confesiones de amor. Ella nunca me respondía, mas su mirada acompañaba mis pasos y ya no me sentía solo.

Transcurrió una semana y mientras más tiempo pasaba en ese idilio sentimental, Artémis adquiría una apariencia más humana. Primero fue la manera en que parecía que las comisuras de sus labios adquirían movimiento, luego fue la manera como sus cabellos adquirían vida propia bajo la luz de las velas y lo más sorprendente fue cuando toqué su rostro por casualidad y su textura se volvió similar a la piel humana…

El pitido del agua hirviendo me trae de vuelta a la realidad.
Artémis está en mis brazos y mis sueños se han vuelto realidad. Nuestro primer beso y mis caricias bastaron para transformarla en una mujer real. Siento su cuerpo cálido y sus brazos firmes alrededor de mi cuerpo. Sus labios comienzan a bajar por mi cuello.
La oscuridad del sótano donde nos encontramos despierta mis deseos más íntimos con ella.

Interrumpen mis reflexiones, unos pasos precipitados bajando por la escalera que da al sótano.
Aprieto la cintura de Artémis con firmeza y le digo que mi esposa está a punto de descubrirnos.
– Eso no sucederá- dice Artémis.
Artémis se levantó, despeinada por el momento y se ajustó el soberbio escote de su vestido. Atraviesa la puerta del sótano que da a la escalera y la cierra detrás de ella.

Puedo escuchar muy cerca los pasos atolondrados de mi mujer y el andar delicado de Artémis. Luego, silencio.

Pasaron 5 minutos y Artémis regresa, diciéndome que ya no seremos interrumpidos. Embriagado por la felicidad y la pasión, nos entregamos al momento de amor. Cuando salimos, veo tirada en el último peldaño de la escalera que da al sótano, una muñeca de porcelana, vestida de gris, con una cola de caballo y el rostro de Noelia. Sus ojos inmóviles me miran con reproche…

– ¡¡Ernestooo!! !!Se hace tarde para que me lleves al trabajo!! Levántate de una vez bueno para nada. No sé porqué nunca le hice caso a mi madre cuando me dijo que arruinaría mi vida de casarme contigo. – Dijo Noelia, cuando el sonido del despertador, interrumpió el sueño mas hermoso que tuve alguna vez en nuestros 25 años de matrimonio. Sigue leyendo