Amigos:
Wilfredo Ardito, que es un buen hombre y mejor ciudadano, fue agredido inmerecidamente la semana pasada por el Director del Diario Correo de Lima.
Eso, según le hemos dicho algunos amigos, es como aquella frase del Quijote: “Ladran Sancho, señal de que avanzamos”, y Wilfredo, a deleite mio por cierto, nos ha entregado sus últimas reflexiones peruanas sobre esta temática, que a continuación reproducimos.
Para mí, un Quijote en el siglo XXI es justamente alguien que sabe que no basta con cumplir lo establecido (la norma jurídica diríamos los abogados) sino que por sobre ello debe lucharse por la justicia, pero no como idea, sino como concresión cotidiana; lo que -como sabrán muchos de ustedes- es también luchar contra las normas jurídicas injustas.
Claro, habrá quienes digan que eso es moral y, sinceramente, creo que no. Se trata de hacer el proyecto humano de la felicidad (que los constitucionalistas diríamos hoy es el proyecto del Estado Constitucional) que yo resumiría en dos frases, acuñadas por varios Tribunales Constitucionales: (i) que cada ciudadano pueda tener el proyecto de vida que quiera hacer, y, (ii) que tengamos tanto mercado como sea posible, pero tanto Estado como sea necesario…
Saludos,
Luis Durán Rojo
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Por: Wilfredo Ardito Vega
“Si te odia tanto es precisamente porque lo que haces es importante”, me dijeron muchos amigos la semana pasada, mientras me hacían llegar su solidaridad ante los ataques que recibí por parte de Aldo Mariátegui. Varios, además, citaban la clásica frase del Quijote: “Ladran, Sancho, señal que avanzamos”.
Esta reiterada referencia literaria era curiosa, porque el lunes, durante la presentación de mi texto sobre Las Ordenanzas contra la Discriminación que va adjunto a esta RP, el profesor Armando Guevara precisamente me había comparado con el hidalgo de La Mancha.
Es verdad que el Quijote es asociado a la defensa de la justicia, aunque mientras él enfrentaba enemigos imaginarios como gigantes y dragones, yo, como otros defensores de los derechos humanos, pretendo mas bien contribuir a la solución de problemas muy concretos.
Ahora bien, si contra algún enemigo imaginario he tenido que combatir han sido los mitos negativos que los peruanos tenemos sobre nosotros mismos, como la imposibilidad para hacer las cosas bien, la desidia o la pasividad.
Para mí, los ejemplos de peruanos que desean cambiar las cosas y se enfrentan a la prepotencia con valentía y constancia son abundantes, desde Tambogrande hasta Barranco y desde los antirracistas hasta los antitaurinos.
Un movimiento social que intento seguir de cerca es la defensa de los parques de Lima frente a parecen sus principales enemigos: sean Alcaldes u otras autoridades. Pienso en los vecinos de Jesús María que ya han hecho retroceder varias veces al Alcalde Ocrospoma y actualmente luchan contra nuevas amenazas en la Residencial San Felipe. Recuerdo cómo el año pasado los vecinos de San Borja lograron bloquear los propósitos del Ministro Antero Flores Araoz de urbanizar los jardines que rodean el Pentagonito.
En Lince, la señora Elsa MacKee y numerosos vecinos defendieron durante años al Parque Castilla. Aunque ahora el parque ya no está siendo amenazado, sus incansables defensores ahora promueven que sea considerado “reserva ambiental”, esta vez con el respaldo de la actual gestión municipal. Hace unos días, le tocó a muchas familias de San Isidro organizar una manifestación para defender el Parque Abtao de las pretensiones destructoras de la Municipalidad. Todos estos son casos de “Quijotes”, en el sentido de ciudadanos que luchan por sus ideales.
Sin embargo, debo confesar que cuando más me he identificado con el Quijote, ha sido en aquellos pasajes de la novela donde otros personajes le exhortan a entrar en razón. No me han dicho que esté enfrentando alucinaciones, sino me dan a entender que la discriminación, la injusticia social o la informalidad son enemigos invencibles. Precisamente, debería decir que los enemigos más frecuentes con que me he topado han sido el escepticismo y la resignación.
“Ni intentes luchar, no podrás cambiar las cosas”, ha sido un lema que frecuentemente debe escuchar un activista y que tiene un peligroso contenido paralizante. Oponerse a la re-reelección de Fujimori, pretender que Lucchetti saliera de los Pantanos de Villa, exigir que los locales racistas sean multados, impulsar Ordenanzas contra la discriminación, promover que en los distritos más pobres no se pague aranceles judiciales… Mirando al pasado parece mentira que todo esto haya sido visto alguna vez como luchas perdidas de antemano, que sólo generarían desgaste y frustración, pese a que las consecuencias del esfuerzo y la decisión están ante nuestros ojos (encontrarán varias reseñadas después de la RP).
De otro lado, el escepticismo se vincula a los prejuicios hacia los peruanos. Hasta junio del 2001, había quienes me insistían: “Acéptalo, el Perú nunca la gente se acostumbrará a usar el cinturón de seguridad” y este mismo año 2009 algunas personas me han dicho: “Nunca las combis respetarán los paraderos. Así es su cultura”. Al parecer, era más fácil seguir creyendo prejuicios que ver la realidad.
Esta predisposición negativa juega a favor de aquellos medios de comunicación que se dedican a promover campañas de descrédito. “Quienes te conocemos, sabemos que te están difamando”, insistían mis amigos la semana pasada. Yo lo sé, pero sé también que existen personas dispuestas a creer dichas campañas, sea por ingenuidad o malicia. Las consecuencias personales y sociales de esta credulidad pueden ser graves: el año pasado, en un contexto similar de ataques a los organismos de derechos humanos, varios colegios cancelaron sus visitas al Ojo que Llora, temiendo que sus alumnos fueran víctimas de algún adoctrinamiento subversivo.
El lunes pasado, durante su intervención, Armando Guevara tomó el libro del Quijote y para mi sorpresa escogió leer uno de los pasajes más tristes: cuando el protagonista, hacia el final, anuncia que todas sus batallas anteriores habían sido meras fantasías y que en adelante viviría con los pies en la tierra. Al terminar, Armando me pidió que siguiera siempre adelante, sin claudicar. Muchas personas me han dicho lo mismo en los últimos años y especialmente en los últimos días.
Espero que ninguno de los Quijotes peruanos decida dejar de pelear. En mi caso, me siento comprometido a ello y por eso, a todos los que me han acompañado hasta este momento, muchas gracias.
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