Estimados blogueros:
A continuación una muy interesante reflexión del economista Paul Krugman, Premio Novel de Economía, aparecida el día de hoy (02.007.2014) en el Diario de México. El profesor Krugman revisa la tesis de que bajar impuestos puede dinamizar la economía, mostrando casos empíricos de que eso no ocurre necesariamente, y menos cuando el interés de por medio es el beneficio económico de algunos en detrimento del conjunto social.
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Por: Paúl Krugman
Hace dos años, Kansas se embarcó en una asombroso experimento fiscal: recortó drásticamente los impuestos al ingreso sin ninguna idea clara de lo que remplazaría la pérdida de los ingresos. El gobernador Sam Brownback propuso la legislación –en términos de porcentajes, la reducción tributaria más grande en un año, en cualquier estado, que se haya promulgado alguna vez, en estrecha consulta con el economista Arthur Laffer. Y Brownback pronosticó que los recortes echarían a andar un auge económico.
Sin embargo, no hay un auge en Kansas –de hecho, su economía se ha rezagado tanto respecto de los estados vecinos como de Estados Unidos en su conjunto. Entre tanto, el presupuesto del Estado ha caído profundamente en un déficit, provocando que Moody’s le baje la calificación de su deuda.
Se puede extraer una lección importante de ello: pero no es la que se piensa. Sí, la debacle en Kansas muestra que los recortes fiscales no tienen poderes mágicos, pero eso ya lo sabíamos. La verdadera lección es el poder persistente de las malas ideas, mientras que sirvan a intereses de las personas correctas.
¿Por qué, después de todo, cualquiera debiera creer a estas alturas en la economía de la oferta, que dice que las reducciones fiscales impulsan a la economía tanto que, en gran medida, si nos es que totalmente, se pagan solas? La doctrina se hizo añicos y se quemó hace dos décadas, cuando casi todos en la derecha –tras decir, engañosamente, que el desempeño de la economía con Ronald Reagan validaba su doctrina, prosiguió a pronosticar que el aumento tributario a los acaudalados que hizo de Bill Clinton causaría una recesión, si no es que una depresión total. Lo que de hecho pasó fue que hubo una expansión económica espectacular.
Ni tampoco son sólo los liberales los que, de tiempo atrás, han considerado que la experiencia ha desacreditado a la economía de la oferta y a quienes la promueven. Es famoso que en 1998, en la primera edición de su libro de texto sobre economía, de grandes ventas, N. Gregory Mankiw, de Harvard –muy republicano y después presidente del Consejo de Asesores Económicos de George W. Bush– escribió sobre el daño que hicieron los ‘charlatanes y ogros’.
En particular, resaltó el papel de ‘un grupito de economistas’ que ‘asesoraron al candidato presidencial Ronald Reagan en cuanto a que una reducción total de las tasas del impuesto sobre el ingreso incrementaría el ingreso fiscal’. Principal en ese ‘grupito’ estaba, ningún otro que Art Laffer.
Y no es que los ofertistas no se redimieran después. Por el contrario, han estado tan absurdamente equivocados en los últimos años como lo estuvieron en los 90. Por ejemplo, han pasado cinco años desde que Laffer advirtió a los estadounidenses que ‘podemos esperar un rápido incremento en los precios y unas tasas de interés muchísimo más altas, en los próximos cuatro o cinco años’. Casi todos en su campo estuvieron de acuerdo. Sin embargo, lo que hemos tenido, en cambio, ha sido inflación baja y tasas de interés a mínimos históricos.
¿Cómo es que los charlatanes y los ogros terminaron dictando la política en Kansas y, a un grado más limitado, en otros estados? Hay que seguir al dinero.
Los recortes fiscales de Brownback no surgieron de la nada. Se siguió muy cuidadosamente el plan expuesto por el Consejo Estadounidense de Intercambio Legislativo o ALEC, por sus siglas en inglés, que también ha apoyado una serie de estudios económicos que pretenden mostrar que los recortes fiscales para las corporaciones y los acaudalados promoverán el crecimiento económico rápido. Los estudios son vergonzosamente malos, y el Consejo de Académicos del ALEC –que incluye tanto a Laffer como a Stephen Moore, de la Fundación Heritage– no grita credibilidad, exactamente. Sin embargo, es lo suficientemente bueno para el trabajo antigubernamental.
¿Y qué es el ALEC? Es un grupo hermético, financiado por grandes corporaciones, que elabora modelos de legislaciones para políticos conservadores en el ámbito estatal. Ed Pilkington de The Guardian, quien adquirió diversos documentos del ALEC que se filtraron, lo describe como ‘casi un servicio de citas entre políticos en el ámbito estatal, políticos elegidos localmente y muchas de las compañías de Estados Unidos’. Y la mayoría de los esfuerzos del ALEC están dirigidos, como era de esperar, a la privatización, la desrregulación y los recortes fiscales para las corporaciones y los acaudalados.
Y sí me refiero a los acaudalados. Mientras que el ALEC apoya los grandes recortes a los impuestos sobre el ingreso, hace llamados a los incrementos en los impuestos sobre las ventas –que caen más pesadamente sobre los hogares de bajos ingresos– y las reducciones al apoyo basado en los impuestos para los hogares de familias trabajadoras. Así es que su agenda involucra recortar impuestos hasta arriba, mientras que, de hecho, se aumentan hasta abajo, así como recortar los servicios sociales.
Sin embargo, ¿cómo se puede justificar enriquecer a los ya acaudalados, mientras se les hace la vida más difícil a quienes batallan para irla pasando? La respuesta es: se necesita una teoría económica que sostenga que tal política es la clave para la prosperidad de todos. Así es que la economía de la oferta llena una necesidad apoyada por mucho dinero, y el hecho de que siga fallando no importa.
Y la debacle en Kansas tampoco va a importar. Oh, le dará brevemente una pausa a los estados que estén considerando políticas similares. Sin embargo, el efecto no durará mucho porque la fe en la magia de los recortes fiscales no se trata de evidencias; se trata de encontrar razones para darles lo que quieren a los intereses poderosos.
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