DE LA CRISIS ECONÓMICA AL DESARROLLO

Estimados blogeros:

A continuación un artículo de Alfredo Barrenechea publicado en el diario Correo de Lima el 13 de Setiembre del 2009 sobre las reflexiones de como lograr el desarrollo.

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Por: Alfredo Barrenechea

¿Estamos saliendo realmente de la crisis? ¿Debemos ser pesimistas u optimistas?
Este fue uno de los temas de la conversación que tuvimos Andrés Oppenheimer, Hernando de Soto y yo, con ocasión de la visita a Lima de Oppenheimer.
Los datos globales distan de ser malos. La recuperación parece sorprendentemente sincronizada, en “tándem” a lo largo de la economía mundial.
Pareciera que Estados Unidos podría crecer 3,5 por ciento en el tercer trimestre, y Alemania un 4. La eurozona como conjunto marcaría 2 por ciento. Naturalmente son las locomotoras asiáticas las que jalan más esta recuperación. China crecería en ese período 10 por ciento. Japón apunta a un crecimiento de 3,2. India se recupera pero tendría un bache por pobres lluvias de los monzones.
De Soto cree sin embargo que la economía del mundo, y primordialmente la norteamericana, tiene un problema de transparencia no resuelto, debido a los “derivados” (cuyo monto podría ser unas diez veces el producto mundial), y que a largo plazo las monedas sufrirán.
Curiosamente, el mismo día que nos reuníamos, el presidente de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein, decía en Alemania algo muy parecido: los bancos crearon instrumentos que “superaron su utilidad económica”, y que sería bueno que los derivados se transaran en las bolsas, para cerrar o reducir los mercados paralelos que nadie controla.
Oppenheimer está escribiendo hace cinco años un libro sobre la educación y la innovación en América Latina, y nos contó algunos de sus sorprendentes hallazgos. Venía a Lima directamente de Singapur, y quizá por eso la comparación de América Latina con la punta de Asia prestaba a sus palabras un cierto pesimismo.
Yo le dije que había razones para un optimismo estructural en el Perú. Entre otras cosas porque un “nuevo” país ha emergido, espoleado por un crecimiento constante de casi una década, pero tal vez originado más atrás, en la combustión combinada de varios fenómenos: terrorismo, hiperinflación, migración interna, cambio demográfico.
Cuando un país crece sostenidamente, no sólo se moderniza, sino que se pluraliza socialmente, muda su piel. Un país que crezca 7 por ciento duplica su tamaño económico cada 10 años. Si crece 5, cada 14. Si crece menos de 3 (como la década de Fujimori), cada 23.¿Podemos “sostener” el optimismo?
Dani Rodrik, profesor de la escuela Kennedy de gobierno de la Universidad de Harvard, analiza en su libro One economics, many recipes (o “Una economía, muchas recetas”) 83 “aceleraciones” del crecimiento que se produjeron en el mundo desde mediados de los años 50 (una de ellas en Perú), pero que no “cuajaron” en desarrollo.
Rodrik establece cuatro hechos a partir de ese análisis:
Primero, esos “arranques” de crecimiento están asociados a un rango muy reducido de “reformas”.
Segundo, esas reformas asociaron casi siempre elementos “ortodoxos” y “heterodoxos”.
Tercero, las recetas no “viajan” bien.
Cuarto, sostener el crecimiento es mucho más difícil que “encenderlo”.
Una de sus constataciones es muy interesante para un país como Perú, donde los mismos teóricos neoliberales que daban consejos a Fujimori siguieron dándoselos a Toledo y siguen dándoselos a García: “Una conclusión de la Historia es que nuestra habilidad como economistas para diseñar estrategias de crecimiento es extremadamente limitada.
Básicamente, todo fluye, y corresponde a políticos imaginativos encontrar recetas que funcionen”.
Hoy se sabe bastante sobre el desarrollo, y lo primero que se sabe es que no hay “una” fórmula mágica. En otras palabras, que el desarrollo lo causa la combinación, variable en cada país, de una suma de cosas.
Lo segundo que se sabe es que el desarrollo requiere infraestructura. Por ejemplo que no habría habido desarrollo de los Estados Unidos del siglo XIX sin el Erie Canal, ni el del siglo XX sin la Autoridad del Valle de Tennesse. O que no existiría el Brasil del G-20 sin Kubitschek y sin Brasilia. Ni la India del “outsourcing” sin los institutos de ingeniería que creó Nehru.
Lo tercero que se sabe es que la educación, lo que se llama el “capital humano”, es más importante que los recursos naturales o el capital “físico”.
La cuarta cosa que se sabe es que el desarrollo requiere cerrar las brechas sociales, y que para ello no sirven los mercados sino los Estados. Que la función de estos, además de proveer seguridad (el origen de todos los contratos sociales según el primer gran teórico del contrato, Thomas Hobbes), es la “inclusión”.

¿Por qué tarea del Estado y no de los mercados, o las empresas privadas?
Los neoliberales creen que siempre hay “mucho” Estado, y que sólo basta más de lo mismo, “más reformas”, y sucederá el “chorreo hacia abajo”.
Pero hay una parte de la pobreza probablemente impermeable al “chorreo”, lo que exige políticas públicas directas.
Reconocer esto es, entre otras cosas, una de las diferencias entre el neoliberalismo, que domina el discurso económico peruano hace casi dos décadas, y la socialdemocracia en la que nosotros creemos.
También es el camino para transformar las “aceleraciones” del crecimiento en desarrollo.
Cuando esto ocurre, el pesimismo es injustificado.
Hoy tenemos en el mundo, por vez primera, los capitales y las tecnologías para lograr un progreso para todos.

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Acerca del autor

Luis Alberto Duran Rojo

Abogado por la PUCP. Profesor Asociado del Departamento de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Director de ANALISIS TRIBUTARIO. Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la PUCP. Candidato a Doctor en Derecho Tributario Europeo por la Universidad Castilla-La Mancha de España (UCLM). Con estudios de Maestria en Derecho Constitucional por la PUCP, de Postgrado en Derecho Tributario por la PUCP, UCLM y Universidad Austral de Argentina. Miembro de la Asociación Peruana de Derecho Constitucional, del Instituto Peruano de Investigación y Desarrollo Tributario (IPIDET) y la Asoción Fiscal Internacional (IFA).

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