El 24 de octubre de 1929 se inició la mayor crisis del capitalismo registrada hasta hoy. El año negro del capital mundial se inició cuando la Bolsa de Valores de Nueva York se quebró y ocasionó un crack nunca antes visto.
A continuación, un reportaje de Miguel Ángel Cárdenas M., reportado en el Diario El Comercio el 27.09.2008.
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Por: Miguel Angel Cárdenas
Un día después del jueves negro, el viernes 25 de octubre de 1929, El Comercio tituló: “La más formidable baja registrada en la historia de las finanzas se produjo ayer en la Bolsa de Nueva York”. Y la desconcertante información tenía la conmoción de los números: “Cerca de 13 millones de acciones fueron vendidas, estableciéndose un récord”, “tres mil quinientas personas se agitaron en la sala de la bolsa, gritando y gesticulando frente a los puestos de venta de acciones”, “con todo, las pérdidas se calculan en cinco mil millones de dólares”. En estas páginas se leían las historias de los corredores en shock que debían ser trasladados a un hospital.
Fue la más estrepitosa caída del mayor mercado de capitales del mundo. Fue una bomba neurálgica para el mundo capitalista porque Nueva York se había convertido en la mayor metrópoli del globo (había desplazado a Londres) y su Bolsa de Valores en Wall Street era el cerebelo financiero mundial.
Cayó como un balazo en la boca del sistema porque los dorados años 20 habían sido una época de prosperidad y dispendio. Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), la especulación en el mercado de valores estadounidense sostenía precios altísimos con tanto optimismo que el prestigioso economista y especulador bursátil estadounidense Irving Fisher declaró: “Los precios de las acciones han alcanzado lo que parece ser una meseta alta permanente”. Era la misma soberbia especulativa de quienes antes de que zarpara el Titanic declararon que solo lo podría hundir Dios.
Hubo dos días oscuros en esta historia. El jueves negro (24 de octubre de 1929) fue el canto de una inestabilidad tormentosa: ese día se negociaron a bajo precio 12,9 millones de acciones (un récord de la desesperación) y no encontraron compradores. La bolsa colapsó y los valores de estas se hundieron el martes negro (29 de octubre de 1929) con niveles de desastre y pavor financiero, que ocasionaron en el futuro cercano fúnebres quiebras en los países más industrializados.
El viernes 25 de octubre, luego del jueves negro, se reunieron los banqueros más poderosos de Wall Street: Thomas Lamont del JP Morgan Chase, Charles Mitchell del National City Bank y Albert Wiggin del Chase National Bank. Y, usando un intermediario, compraron bloques de acciones de dos grandes empresas a precios por encima del mercado para intentar menguar las caídas de los precios. Pero sería en vano.
El 29, martes negro, se pusieron a la venta 16,4 millones de acciones. Se superó la trágica marca del jueves negro. Ese día la bolsa perdió 14 mil millones de dólares. Y en total, 30 mil millones; según datos de la época: “diez veces más que el presupuesto anual del gobierno federal y mucho más de lo que EE.UU. gastó en la Primera Guerra Mundial”.
En lo que coinciden la mayoría de analistas es que la crisis se debió a una sobreproducción del mercado estadounidense, que desde ese entonces era el principal exportador mundial y la potencia más industrializada (reunía el 42% de la actividad mundial). Sin embargo, esta situación de hiperactividad productiva coincidió con paradójicos bajos niveles de consumo y demanda tanto en el mercado interno como en el europeo; las importaciones menguaron en los países del viejo continente luego de la Primera Guerra Mundial; literalmente: todos le debían a Estados Unidos. Entonces, con más o menos matices: no había quién adquiriera los excedentes de su superproducción.
El mundo entero estaría aquejado de una crisis de endeudamiento, también sus propios inversionistas -sobre todo de la clase media que anhelaban hacerse ricos en la publicitada Bolsa de Nueva York-, quienes colocaban el ahorro de sus vidas valiéndose de créditos, pero sin garantías para pagarlos.
Había además todo un negociado de brókeres que prestaban a pequeños inversores, dinero que llegaba a cifras indiscriminadas: U$8,5 mil millones en préstamos, más que todo el dinero activo que en ese entonces circulaba en Estados Unidos. Fue el 9% de su población que invirtió en la bolsa para cumplir su sueño americano. Pero el sistema tenía techo de vidrio: y la orgía especulativa -que hacía subir los precios, pero no los beneficios tangibles de las empresas- fue como un apedreamiento y provocó una devastadora burbuja económica.
La crisis perduró. El promedio industrial Dow Jones llegó a su histórico nivel más bajo el 8 de julio de 1932. Y solo regresó a sus cauces de antes del crack del 29 en el año 1954. Es decir, 25 años después.
Los tumbos continuaron después, sobre todo en 1930 cuando la Banca Morgan opta por vender sus acciones y se hunden otra vez las cotizaciones de la bolsa. Era el gobierno de Herbert Hoover y en Estados Unidos se produciría el período de debacle económica, laboral y social profunda conocido como la Gran Depresión. Tanto que si el desempleo era 3,1% en 1929, en un año llegó a 9% y en 1932 ya había 12 millones de desempleados, el 25% de su población económicamente activa. Sin contar los millones de campesinos que se arruinaron con el declive total de los precios agrícolas, la formación del lumpen, de un millón de personas que terminaron sin hogar y el aumento de la prostitución y el alcoholismo. Así, en 1933, llega a la presidencia Franklin Roosevelt y aplica el New Deal, basado en el modelo keynesiano de intervención del Estado. Y fue reelegido tres veces.
La estrecha relación con las otras economías hizo que también quedaran a la deriva -sobre todo cuando aumentaron las unilaterales medidas proteccionistas-, y las secuelas fueron inmensas, sobre todo en Alemania cuando quiebra el Credit Amsteld, el más importante banco austríaco que repercutió a otros bancos austríacos y alemanes y a toda Europa. La proletarización de la clase media fue uno de los caldos de cultivo del nazismo y la ascensión de Hitler al poder reivindicando políticas autárquicas y de expansión territorial para sostenerlas (el “espacio vital”).
El comercio mundial perdería una cuarta parte de su volumen. El único país que se libró fue la otrora URSS y la hecatombe financiera fue utilizada por los ideólogos de izquierda para predecir el fin del capitalismo y el ineluctable triunfo del marxismo. Aunque también fue criticada por escritores norteamericanos como Steinbeck (“Las uvas de la ira”) y Dos Passos (“Paralelo 42”). Los ultraliberales dirían que el problema fue porque no se solucionó la crisis con más mercado.
Si de algo se ha hablado mucho es de los suicidios masivos que provocó el crack del 29. El humorista Will Rogers contaba que “cuando aquello ocurrió, había que hacer cola para conseguir una ventana de hotel por donde arrojarse” y la prensa londinense contaba que había que caminar por las calles “esquivando los cuerpos de los financieros caídos”. Pero el libro “The Great Crash, 1929”, del gran economista John Kenneth Galbraith, demostró que no fue cierta esa ola de suicidios masivos, además el método más aplicado entre quienes se decidieron a hacerlo fue la asfixia por gas, según el historiador William Klingaman y otros se demoraron once años en hacerlo, como el gran especulador Jesse Livermore.
Hoy se compara el crack del 29 con la crisis actual del sistema, que hizo que el “The New York Times” titule hace poco: “Enterrando los viejos dogmas del mercado”. Conviene escuchar a Galbraith: “La memoria financiera dura un máximo de 10 años. Este es aproximadamente el intervalo entre un episodio de sofisticada estupidez y el siguiente”. Y eso que alguna vez alguien habló de “el fin de la historia”…
1 Comentario
Muy didáctico . ¿ Observas alguna diferencia con la situacion actual? ¿ Tienes alguna idea para resolverla? Lo digo porque visto lo de los gurus, y grandes dirigentes, la moda de nombres anglosajones de las cosas, cfdwarrants, call, put, de los departamentos de las entidades, profit Warning, etc, el orgullo de los poderosos cuando creyeron que solo dios podía hundir el titanic… y a veces cualquier desconocido puede dar con la más simple solución.