Dedicado a todas aquellas que tuvieron por suerte
pasar por mi vida, o que yo me cruce en las suyas.
En su defensa, aunque tardía, va este post.

Mi madre, así mi hermano y yo hubiésemos sido asesinos de masas, ella nos habría defendido a capa y espada. Si bien no sabía ni cocinar ni planchar ni tener una casa bien arreglada y siempre estaba corriendo contra el tiempo, vale por mil su ejemplo. De ella aprendí el coraje para defender lo indefendible. Así que mamá no entra en este post.

Las malditas no eran mujeres malas, solo amaban con locura desmedida a sus hijos. Probablemente, dejaron al marido tiempo atrás y todos sus sueños de opio los centraron en esos pequeños que jalaban de la mano, hasta cuarenta años después. Eran mujeres que fueron bellas, de fuerte carácter, “bondadosas de corazón”, de esas que dan limosna a los menesterosos, van a misa los domingos y siguen las fiestas de guardar, se golpean el pecho a cada rato y ven el pecado en cualquier escote pronunciado o falda “demasiado” alta. Las conocí desde adentro y puedo decir en su favor que tenían razón al no querer a una “señorita” con el pecho con goteras, pues olían que “esa” era una desestabilizadora del sistema.

Unas eran las salvajes, de esas que rompían sartenes en las cabezas de sus críos; otras eras las crueles, de esas que destrozaban el corazón de sus hijos al romper las fotos de sus perros o de sus chicas; otras eran las manipuladoras, las de los látigos emocionales y el amor hecho comida. Y yo allí, frente a ellas, con las ganas de defender a sus niños de sus garras o con las ganas de quedarme con sus puestos en la casa. Me enfrentaba y disfrutaba de la lucha, pero no por el gusto de ganar sino por competir. Cabe agregar que nadie quería hacerles frente pues convenía estar bien con ellas. Recuerden que ellas eran el “sistema”.

Por supuesto, nunca gané, ellas ganaron finalmente, y felizmente para sus hijos. Y es que el cariño de una madre, vale por mil loquitas que van por la calle. Esa relación madre-hijo, me dijo alguna vez mi bien amado líder y guía, es una relación incestuosa, en la que NADIE podía ni debía meterse.

Yo creo ser una de esas malditas llamadas “Madre”. Dada la característica de mi niño niño yo seré su madre, su padre y su amiga siempre, pero confieso que si algún día mi hijo me manda al carajo por una “señorita con el pecho con goteras”, sería la madre más feliz que pisó estas tierras.

P.D. Doy mi elogio a aquellas madres que socializaron su amor, que abrieron sus brazos a todos los hijos de todas las madres.
A ellas, toda mi admiración; a las otras no, solo busco su perdón.

Para no devenir en maldita llamada “madre”: ame hasta que se canse; con nuevos bríos, será más condescendiente con los demás y sobre todo con sus hijos. El mundo se lo agradecerá.

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