En dolor ajeno, es nuestro.
La madrugada del último martes la muerte rondó en las peligrosas carreteras del pueblo de Apurímac. 13 integrantes de la Policía Nacional del Perú se fueron tempranamente a la eternidad, seguro salieron de casa prometiendo un regalo al hijo o cenar juntos en Navidad; pero nada de eso ocurrirá, pues partieron en un viaje sin retorno.
Es duro escribir estas líneas, pensando en el dolor que sienten las familias, las madres, los padres y; sobre todo, los hijos de los uniformados que una vez más no estarán junto a su familia en las fiestas de fin de año. Es irónico hablar de noche buena, cuando el manto oscuro de la desgracia y la miseria se apoderan de los hogares de peruanos, por el solo hecho de llevar uniforme, muchas veces son linchados por todos nosotros; desde las redes sociales; hasta los medios de comunicación.
No hay un afán de santificar a nadie, es una forma de expresar la sensibilidad humana que lo hemos perdido casi por completo. Es bastante fácil aprender insultos en contra de los policías, es bastante sencillo calificarlos de corruptos, flojos, ignorantes, delincuentes y hasta de narcotraficantes; es tan fácil decir todo eso junto; sin pensar en las repercusiones; sin comprender que son tan humanos y tan ignorantes como nosotros. Es difícil reconocer la función ejercida; es imposible agradecer por la buena labor desempeñada.
Son trece familias sumidas en el fango de la desesperanza, y son muchos más los que aguardan un milagro para salvar de la muerte al ser querido. Echar la culpa al chofer quizá sea sinónimo de encontrar paz, o exigir una indemnización al estado sea otra forma de reparo. No señores, no hay forma de recompensar la partida de un ser querido, de un hijo, de un padre o de un abuelo, hoy uniformado.
La instalación de una mesa de diálogo propició el viaje; garantizar la seguridad y encaminar era la misión. Un conflicto social irresuelto por el estado terminó de la manera más dolorosa posible. Entonces puedo atreverme a decir que, hasta para hablar, necesitamos de un policía. Somos un país tan pobre de diálogo y consenso, que requerimos de la presencia policial para ponernos de acuerdo, así de precarios somos.
Podemos cuestionar muchas cosas de la institución policial, como el cobro de “azules”, las bandas del crimen organizado no capturados, los actos de corrupción y los narco policías; podemos mencionar esta y muchas cosas más; pero hay que comprender que no todo está podrido, hay casos positivos, aunque contados con el dedo, hay estrellas que se iluminan con luz propia; hay pocos buenos, pero hay, y eso debemos reconocerlo.
En estas fechas importantes, la solidaridad nos debe convocar, así como la búsqueda de la paz, la calma, tranquilidad y, sobre todo, la reconciliación, Es tan corta la existencia que es una pérdida de tiempo andar peleados, fregar a todo el mundo o enemistarnos con nuestros padres y vecinos. Es tan sencillo hacer leña del árbol caído y difícil comprender y practicar la empatía. Hoy, ante esta tragedia, reflexionemos nuestro actuar con los uniformados, ellos también tienen problemas, sufrimientos, alegrías y errores como nosotros.