“El pensamiento dominante nos conduce a aceptar como imposible una economía sin crecimiento. La realidad, sin embargo, nos dice que superar esas visiones es la gran tarea del momento; eso demanda flanquear “la religión del extractivismo”.

(Alberto Costa)

La clase dominante peruana, experta en mantener el “statu quo” nos empuja a aceptar como un imposible una economía sin crecimiento. Para lograr el progreso, se reitera hasta el hartazgo que, el extractivismo es la única vía para salir del subdesarrollo, y en un país como el nuestro engullir el cuento neocolonial, es sencillo, más aún, en una población poco reflexiva.

Desde hace más de 500 años, hemos sido un país primario exportador, dependientes de la demanda externa y los “benditos” precios internacionales. El milagro peruano se resume a los años de bonanza económica del guano, el salitre, el caucho y ahora los minerales; estas acciones vienen conduciéndonos a una situación cada vez más insostenible en términos ambientales y sociales.

Ante un panorama ensombrecido, donde las economías de Asia, China, India y EE. UU decrecen, y sus demandas de materias primas también, mal haríamos en seguir sosteniendo que las exportaciones de nuestras materias primas nos sacarán del abismo económico y generar bienestar.

Las empresas que controlan la explotación de recursos naturales no renovables como enclaves, por su ubicación y forma de explotación, se convierten frecuentemente en poderosos entes empresariales (o para-estatales) dentro de Estados nacionales relativamente débiles como el caso peruano. Así se debilita la lógica del Estado-nación, dando paso a la «desterritorialización» del Estado dejando, por ejemplo, la atención de demandas sociales a las empresas extractivistas. Todo eso consolida un ambiente de violencia y marginalidad crecientes que desemboca en respuestas represivas, miopes y torpes por parte de un Estado policial que no cumple sus obligaciones sociales y económicas, basta analizar el caso “Aymarazo” como símbolo de la criminalización de la protesta.

“Si me dedico, por ejemplo, a depredar totalmente un recurso natural, mi economía crece mientras lo hago, pero a costa de terminar más pobres. En realidad, la gente no se percata de la aberración de la macroeconomía convencional que contabiliza la pérdida de patrimonio como aumento de ingreso. Detrás de toda cifra de crecimiento hay una historia humana y una historia natural. Si esas historias son positivas, bienvenido sea el crecimiento, en todo caso es preferible crecer poco, pero crecer bien, que crecer mucho pero mal”.

Es momento de liberarnos de las ligaduras del “desarrollo económico” y encontrar otros caminos que nos permitan edificar sociedades que garanticen la vida digna a todos sus miembros, inspirada en nuestras propias visiones ancestrales, y no copias inviables y paporretas de otras realidades.

Contamos con valores, experiencias y prácticas como las que ofrecen  el “Buen Vivir” o Sumak Kawsay de nuestras comunidades indígenas y amazónicas, aunque Alberto Costa, propone hablar de “buenos convíveres” en plural, para no abrir un Buen Vivir único, homogéneo e imposible de construir. Es una labor de todas y todos, cumplir con la tarea de aprehender de las experiencias de pueblos que han vivido con dignidad y armonía desde tiempos inmemoriales, sosteniendo sus economías en la solidaridad y la reciprocidad.

Para plantear respuestas posextractivistas es preciso identificar los problemas por resolver y las capacidades disponibles para enfrentarlos.

(Fuente: Caminos Alternativos al Desarrollo / Alberto Costa)

*A Publicarse en la revista de la Red de Periodistas Juliaca 2018.