Van unas importantes reflexiones de Wilfredo Ardito sobre el habla que usamos los peruanos para relacionarnos con otras personas.
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Por: Wilfredo Ardito Vega
-¡Amiga! –llamó mi colega inglés a la señora que atendía- ¿Puedes traer mostaza?
Yo sonreí, me contuve y al final me decidí a comentar:
-Se acaba de confirmar que en el Perú has parado sobre todo con sectores C y D.
-¿Cómo sabes?
Yo le expliqué que en los sectores A y B no es tan común llamar “amigo” a un mozo, pues implicaría establecer una relación horizontal o cercana, con alguien percibido como socialmente inferior. En el sector E tampoco es frecuente, porque nunca comen en restaurantes.
“Amigo” se emplea mucho en sectores populares limeños para dirigirse a un desconocido que por su juventud no merece el trato de “señor” y por su extracción social no merece el trato de “joven”. En algunas ciudades, se emplea prácticamente por todos los estratos sociales, acompañado de tú o de usted.
Si se dirige a una persona equivocada, esta palabra puede generar disgusto:
-¡Yo no soy tu amiga! –le respondió con frialdad una universitaria que conozco a una vendedora de Gamarra, que había osado espetar el consabido: “-¿Qué te ofrezco, amiga?”
Para personas como esta amiga mía, parte del encanto de Wong o Vivanda es que ningún empleado “igualado” emplea las expresiones usuales en los mercados: “amigo”, “casero”, “seño” o “señito”. En esos supermercados, los empleados se limitan a decir “señor”, “señorita” o “señora” o simplemente guardan silencio, como se espera de una sumisa trabajadora del hogar. Sólo cuando una verdadera trabajadora del hogar aparece en la sección carnes o embutidos, puede volverse a escuchar, pero despacio “-¿Qué te despacho, amiga?”.
Mientras amigo implica horizontalidad, joven revela la existencia de una relación jerárquica. Se trata de un término respetuoso (siempre acompañado por usted) dirigido a un varón no casado que tiene cierto poder (como una versión femenina de “señorita”). Por eso, las empleadas del hogar llamarán así al hijo de la familia donde trabajan, aunque sea mucho mayor que ellas (o les doble la edad, como sucede en mi caso). Sin embargo, también alguien que se considera en una situación social superior puede decir joven, como algunas mujeres de sectores altos y medios cuando al dirigirse a un mozo o un taxista.
Mientas joven es una palabra usada predominantemente por mujeres, entre varones existen diversas palabras (compadre, pata, socio, ‘on, flaco, broder, causa, cuñado, etc), que trascienden estratos sociales, carecen de connotación jerárquica y se usan entre conocidos o desconocidos, desde el emotivo“¡Tú eres mi pata!” hasta el indiferente: “Pregúntale al pata que atiende”. Maestro es la palabra que puede introducir una distancia, porque se usa con usted y la emplean las mujeres hacia un gasfitero o un electricista. Entre hombres, también suele tener un tono de falsa solemnidad.
A cierta edad, aparece el término hijito/a, normalmente para dirigirse a una persona más joven de condición social inferior. Lleva implícito el tuteo y suele encubrir un reproche: “¡Apúrate, hijita!”, aunque una señora más coloquial le dirá a su jardinero eficiente: “¡Te pasaste, hijito!”.
Los términos pueden cambiar con el tiempo. Por ejemplo, actualmente, sólo personas mayores llamarían “niña” a la cajera de una tienda. Otro cambio lo he visto en la última década en mi Universidad, donde los profesores hemos pasado de ser llamados “doctor” (tengamos o no Doctorado) a “profe” o, en el mejor de los casos “pro’sor” (aunque siempre de usted). Ahora sólo las secretarias y el personal de limpieza usan el “doctor”. En otra universidad, que prefiero no mencionar, algunas docentes se angustian al ser llamadas “Miss” por alumnos de colegios que tampoco quiero mencionar.
Últimamente algunos que pretenden ser progresistas llaman cholo a sus amigos (con el argumento que “todos los peruanos somos cholos”). Otros, más osados, recrean términos llamando a sus patas chicho o bróster.
En la vida cotidiana, uno puede pasar de ser señor a choche o de doctor a hijito en dos minutos, dependiendo de con quién esté alternando. A veces se produce en la misma persona un cambio abrupto, como sucede cuando un taxista empieza tuteándome y luego, por algo que dije (o por dejar propina) pasa al “señor”. Ocurre también a la manera inversa.
El problema con las expresiones coloquiales y el tuteo, es que muchas veces quien habla así con un desconocido pretende que le contesten de usted, estableciendo una relación vertical. Por eso yo prefiero decir “señor” y, cuando siento confianza con alguien como para tutearle, intento saber su nombre, sean alumnos, taxistas o colegas de la piscina. Por eso también, en la sierra, me resisto a mamita, papá o papacito lindo porque los siento como demasiado ambiguos, que se emplean tanto para señalar la superioridad o la inferioridad de una persona.
En una sociedad tan jerarquizada y discriminadora como la nuestra, aún las expresiones aparentemente horizontales pueden encubrir relaciones de poder.
1 Comentario
Interesante reflexión, aunque a veces las palabras las entendemos desde el ojo ideologico que tenemos. Cuidado con ello…