LA REVOLUCIÓN CUBANA: Un largo acto de ilusionismo

A continuación unas reflexiones de Yoani Sánchez sobre el balance de la Revolución Cubana. La autora es una cubana, que vive en la Isla, y ha sido premiada por su blog periodístico. Creemos que su opinión es mesurado, esto es no se trata ni de una propagandista ni de una opositora recalcitrante.

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Por: Yoani Sánchez (febrero de 2009)

Había un sol hermoso esa mañana del primero de enero. Algunos esperanzados vieron en ese limpio amanecer, la señal de que 2009 sería el año que estábamos esperando. La propensión a aguardar ya se ha hecho crónica entre los cubanos, así que el renovado sol nos encontró apáticos e indiferentes, comentando en la intimidad de la familia nuestros deseos de cambios. Mientras, las revistas y los periódicos de todo el mundo redactaban extensos dossiers sobre el 50 aniversario de la Revolución Cubana. Dos tendencias marcaron las miles de páginas que le han dedicado al tema: contar la historia de lo ocurrido o hacer el balance de lo logrado. Aquellos que han optado por narrar los hechos históricos con una tendencia apologética cuentan con un rico anecdotario en el que no faltan las invasiones armadas, los atentados, los peligros atómicos de la guerra fría, los héroes antiterroristas, las misiones internacionalistas, sin olvidar las primeras medidas transformadoras, como fueron la campaña de alfabetizació n, la reforma agraria, la confiscación de toda la industria, la banca y el comercio. Los críticos, por su parte, reseñan los fusilamientos, las prisiones, los incuestionables errores económicos, la lista de prohibiciones, las deserciones masivas.
Algo similar ocurre cuando se elige hacer un balance. Aquellos que sólo tienen ojos para los ribetes resplandecientes tienen a su favor las estadísticas oficiales de una mortalidad infantil de 4.7 por mil nacidos vivos, la expectativa de vida, los logros deportivos, los niños en las escuelas, los avances sociales en la disminución de la discriminació n a las mujeres y a los negros. Visto desde el otro lado, el inventario descubre muchas sombras: una agricultura devastada, un fondo habitacional catastrófico, un enorme atraso en el campo del transporte y las comunicaciones, una deuda externa desmesurada y el tema por excelencia: la injustificable carencia de derechos ciudadanos.
Muchos cubanos han sido beneficiados por la revolución, muchos otros han sido perjudicados. En realidad habría que decir que todos los cubanos han sido, en diferentes grados, beneficiados y perjudicados por la revolución. Ésta no es una afirmación infundada para complacer una vocación de equilibrista, basta con acudir a algunos ejemplos emblemáticos: gracias a que hace 50 años triunfó en Cuba el proceso revolucionario, podemos ir gratis a la escuela y al hospital; pero por culpa de ese mismo proceso no podemos fundar un partido político ni salir del país sin permiso. Gracias a la revolución, la vivienda, el transporte público, la electricidad y una pequeña parte de los alimentos se alcanzan a un precio subvencionado; pero por culpa de la revolución no es posible comprar o vender una casa, ni siquiera intentar alquilar una habitación de manera legal, tampoco está permitido adquirir un auto nuevo si no se posee una carta de autorización de muy alto nivel, y para completar la mínima canasta básica, resulta imprescindible buscar el dinero más allá del salario oficial, generalmente haciendo algo prohibido por la ley.
Tengo un amigo que hace este chiste: “Antes de la revolución ningún obrero llevaba en su muñeca un reloj digital, ninguna familia tenía en su casa un televisor en colores, en ningún sitio había computadoras? ” y así continúa mencionando todo lo que no existía hace 50 años, porque ni siquiera se había inventado. La broma se comprende mejor cuando se lee el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista, o se escucha la cándida argumentación de “los extranjeros amigos de Cuba” que tienen la idea de que en este país todo empezó en 1959 y que hasta la proverbial alegría de los cubanos es resultado exclusivo del socialismo. No todos los avances comenzaron desde cero y muchos tuvieron más que ver con la evolución del mundo y los adelantos tecnológicos logrados en otros países, que con los logros del sistema.
La ventaja que le llevan los críticos a los apologéticos es que los defectos del proceso sí son originales y nadie les puede negar la paternidad. El partido único, el monopolio de la prensa oficialista, la excesiva centralizació n y estatalizació n de la economía, la anulación de la sociedad civil, no sólo son frutos exclusivos de la revolución socialista, sino que han sido pasos contrarios a la marcha del tiempo.
Medio siglo después de haberse profetizado un futuro luminoso no hay que comparar a Cuba con Suecia ni con Haití, ni siquiera con su pasado, sino con lo prometido.

RECETA PARA HORNEAR UN PARAISO A LA CARRERA
En los años sesenta, setenta, y todavía en la década del ochenta, se acusaba a los inconformes de ser hombres de poca fe, pesimistas y descreídos. Se les decía que la humanidad estaba viviendo una crucial etapa de su historia, caracterizada por el tránsito del capitalismo al socialismo. La futura sociedad comunista, en la que los bienes materiales correrían a chorros y el trabajo dejaría de ser un castigo para convertirse en una íntima necesidad emocional de las personas, no sólo era deseable sino además ineludible. El socialismo se nos presentaba como algo transitorio, pero en él la justicia no estaba divorciada del bienestar y por eso su primera ley era “satisfacer las necesidades siempre crecientes de la población”. Estas abstracciones que aparecían en los discursos políticos, en los informes centrales de cada congreso, en los libros de texto y hasta en las vallas propagandísticas (“El futuro pertenece por entero al socialismo”) , se traducían en promesas de cosas muy concretas, como fabulosas cosechas de azúcar, vacas con ubres prodigiosas capaces de producir más leche de la que fuéramos capaces de consumir, nuevos pueblos que surgirían por doquier, la industria, la agricultura, la ciencia, en una pujante marcha, guiadas por una teoría infalible: el marxismo-leninismo, en medio de una sociedad sin explotadores ni explotados, donde no habría ni rastros de miseria, donde nadie tendría que prostituirse, donde robar o corromperse sería inimaginable.
Negar esos pronósticos, sospechar de su inexorable cumplimiento, era visto como una “debilidad ideológica”. Ya lo decía con fina ironía el poeta Heberto Padilla en su libro Fuera del juego: “A ese tipo, despídanlo. Echen a un lado al aguafiestas, a ese malhumorado del verano, con gafas negras bajo el sol que nace”. Para ascender socialmente se hizo necesario estar de acuerdo y, mejor aún, aplaudir. En muchos casos no bastaba con aplaudir, era necesario hacerlo con evidente entusiasmo. Había una cancioncilla popular: “Esto es socialismo, pa’lante y pa’lante y al que no le guste que tome purgante”. Y aquellos a los que no le gustaba el sistema fueron purgados, despedidos de sus puestos de trabajo y hasta encarcelados si sobrepasaban los estrechos límites de la tolerancia bajo la dictadura del proletariado. La simulación se convirtió en la única forma de sobrevivir sin contratiempos y la deserción en la única salida que encontraban los que se resistían a creer en el espejismo. “¡Que se vaya la escoria!”, gritaba el máximo líder desde la tribuna y las masas coreaban la consiga: “¡Que se vayan! ¡Que se vayan!”. Así nacieron los “mítines de repudio” en los que las turbas desenfrenadas escupían, apedreaban, arrojaban huevos o excrementos a “los infames traidores” que insistían en no dejarse hipnotizar con las consignas. Esos que fueron llamados “gusanos” eran en su gran mayoría impacientes, que no querían seguir esperando por el prometido paraíso.

UNA PIEDRA BLOQUEA EL CAMINO
Para el discurso oficial, el imperialismo norteamericano ?personalizado en los últimos 10 presidentes de Estados Unidos? ha cargado con la mayor parte de las culpas. La prolongada existencia del embargo comercial, considerado oficialmente como bloqueo o guerra económica, ha sido, junto a los devastadores huracanes del trópico, el más socorrido argumento para explicar ?o quizá justificar? uno a uno los fracasos. Ningún observador medianamente serio negaría la secuela negativa que puede tener, sobre un pequeño y pobre país, la represalia ?sostenida? de la mayor potencia económica y militar del planeta. Lo que muchas veces escapa al análisis es que los dirigentes de este proceso revolucionario apostaron a que “a pesar del bloqueo” se obtendrían los propósitos anunciados.
A los políticos se les consiente fantasear con utopías cuando trazan sus expectativas. Se puede ser romántico y soñador, lo que no se puede ser es irresponsable. Nadie tiene derecho, en nombre de ninguna quimera irrealizable, a embarcar a todo un pueblo en una nave condenada de antemano al naufragio. A un pintor se le permite cualquier extravagancia con su obra, ya lo pagará en el mercado o con el rechazo del público. Podrá aspirar a que la posteridad lo reconozca como el genio incomprendido que tuvo la mala suerte de nacer en una época mediocre, pero tendrá que atenerse a las consecuencias de su atrevimiento en la soledad de su estudio, ninguna otra persona sufrirá su audacia. En cambio, un político debe ser más sensato que temerario.
En La historia me absolverá, alegato de defensa que hizo Fidel Castro cuando fue juzgado por asaltar el cuartel Moncada, no se mencionaba el concepto de antiimperialismo ni se proyectaba un camino de lucha tenaz contra el vecino del norte. En la población cubana no existían reales sentimientos antinorteamericanos , de ahí que en esta isla del Caribe sea uno de los pocos lugares de Latinoa-mérica donde no se usa el despectivo “gringo”. De ahí que el giro abrupto de confrontación con Estados Unidos, que hizo el gobierno revolucionario, fuera una sorpresa para muchos y motivo de oposición para otros.
La alianza con la Unión Soviética tampoco respondía a un verdadero deseo popular y su consolidación sólo era bien vista ?en los primeros años? por el reducido número de los que militaban en el Partido Comunista.
Nadie calculó que el diferendo duraría cinco décadas y que el inadmisible embargo-bloqueo serviría como argumento tan perfecto para silenciar las diferencias al interior de la isla. Una frase martiana ?sacada de contexto? obligaría a cerrar filas bajo el pretexto de que alguien asechaba allá afuera. “En una plaza sitiada, disentir es traicionar”, decían algunos muros de la ciudad y el barbado líder lo repetía en sus discursos. De manera que, la supuesta soberanía terminó en dependencia, pues la política interna de una nación pasó a ser inversamente proporcional a los designios de Washington. Nunca habíamos sido más independientes y, sin embargo, más subordinados a los vientos que soplaran desde el Norte.
Ningún pueblo tiene la iniciativa de suicidarse. Cuando un líder joven e impe-tuoso intenta persuadir a millones de personas que deben cruzar un desierto o desafiar a un enemigo muchas veces más poderoso que él, tiene que anunciarles que al final del camino, o después de la contienda, les espera la tierra prometida. Si, transcurrido un tiempo excesivamente prolongado, lo que se obtiene no llega a ser la caricatura de lo soñado, la frustración se adueña de la gente y surge la idea de tomar un nuevo camino. No han pasado 40 días, sino medio siglo y el paraíso enunciado no se divisa por ningún lado.
En esta historia, tan rica en versiones opuestas, David no se alzaba solo frente a Goliat. Detrás estaba la Unión Soviética con todos sus satélites, más la mayor parte de los movimientos izquierdistas del resto del mundo. Cuando el socialismo se desplomó en Europa del Este la repercusión de la política norteamericana se hizo sentir en todas las ramas de la economía. Entonces comenzó un sorprendente cantinfleo donde se mezclaban poses numantinas con las más inesperadas concesiones. La dolarización trajo de vuelta las desigualdades antes eliminadas. El dinero sustituyó a los méritos laborales como natural intermediario en el mercado, los familiares de Miami superaron su rencor por las humillaciones sufridas, olvidaron el olvido del que fueron víctimas por aquellos parientes que no se atrevieron a escribirles ni una carta y comenzaron a enviar remesas y paquetes. Una canción de un joven trovador cubano ironizaba: “Porque los huevos que te tiramos cuando te fuiste con ‘la escoria’ ahora me los comiera, mi china, lo mismo pasados por agua que fritos, saben a gloria”.

SIN MAQUILLAJE, EL ROSTRO DE LA UTOPÍA
Hacía falta una dosis de fe muy exaltada o un nivel de candidez muy elevado para seguir creyendo en el modelo de “socialismo real” tal como nos lo envolvieron sus propugnadores. En los años noventa y bajo el efecto del Periodo Especial, se hacía evidente que había la necesidad de realizar transformaciones al sistema, pero nadie se atrevía a perfilarlas. La lección de la perestroika en la urss y sus desastrosas consecuencias dejaba a los reformistas fuera del juego.
Los países de la Unión Europea, deseosos de tomar posiciones antes de que ocurrieran los radicales cambios que parecían inminentes, iniciaron una cooperación, que funcionó como una especie de salvavidas. Después apareció Chávez con su petróleo y China con su olfato. Finalmente regresaron los rusos que ya no eran soviéticos ni regalaban cohetes, pero inauguraban catedrales ortodoxas y proponían un nuevo tipo de comercio mientras hacían guiños recordatorios sobre aquella vieja deuda.
El invencible comandante en jefe tuvo un serio problema en sus intestinos y se vio obligado a alejarse del poder. Su hermano Raúl, segundo en todo durante largos años, y con reputación de hombre pragmático, asumió la jefatura del Estado y los optimistas pensaron que de inmediato se introducirían cambios. Los hubo, pero de poca monta, especialmente en el sentido de eliminar absurdas prohibiciones, como las que impedían hospedarse en un hotel, contratar un teléfono celular u obtener una licencia de taxista. Quizá la más significativa de las medidas adoptadas fue la de entregar en usufructo pequeñas parcelas de tierras sin cultivar a campesinos privados. A la medida le colgaron tantas limitaciones en el tiempo de explotación de los terrenos y en la comercializació n de los productos, que pocos agricultores se dejaron llevar por el entusiasmo. Nada esencial se ha hecho todavía. Los pasos son cortos, el ritmo es lento y se va perdiendo la confianza.
A mediados del primer mes de 2009, con los 50 años cumplidos, la Revolución Cubana se encuentra en un profundo letargo. Es como si la acelerada senilidad de sus fundadores se reflejara en la lentitud y falta de frescura que se observa en las decisiones políticas. Demasiado compromiso con el pasado, con los muertos, con la letra de los himnos, con las viejas y desgastadas consignas que ya no logran enardecer a las nuevas generaciones. Los titulares triunfalistas de la prensa oficial no pueden competir con el desenfado y desencanto de los jóvenes que se las arreglan para colocar en internet sus inquietudes, desmarcándose de los antiguos iconos y del rol de arcilla mansa que debería dejarse amasar hasta lograr al hombre nuevo.
Lo que no se logra en la realidad tangible e inmediata puede presentarse fantasiosamente como un proyecto a punto de concluir en breve tiempo. Es un truco que funciona, pero no puede repetirse demasiadas veces. Ningún ilusionista puede esperar el aplauso de los que han pagado un elevado precio para ver la función, si el acto no concluye con la triunfal aparición del conejo en su sombrero. Para colmo, el mago de esta historia hizo mutis del foro y dejó a su asistente haciendo piruetas en el escenario mientras, en el público, se incrementa el número de impacientes. Todo indica que ?en cualquier momento? el piadoso tramoyista dejará caer el telón.

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Acerca del autor

Luis Alberto Duran Rojo

Abogado por la PUCP. Profesor Asociado del Departamento de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Director de ANALISIS TRIBUTARIO. Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la PUCP. Candidato a Doctor en Derecho Tributario Europeo por la Universidad Castilla-La Mancha de España (UCLM). Con estudios de Maestria en Derecho Constitucional por la PUCP, de Postgrado en Derecho Tributario por la PUCP, UCLM y Universidad Austral de Argentina. Miembro de la Asociación Peruana de Derecho Constitucional, del Instituto Peruano de Investigación y Desarrollo Tributario (IPIDET) y la Asoción Fiscal Internacional (IFA).

2 Comentarios

Fernando Cataño Florián

Yo prefiero darle credito al mago artifice y a los asistentes participantes, convidados a un espectaculo trunco. El problema del acto no es el mago o la ilusión, ni siquiera el conejo ausente en el sombrero sino el sabotaje que los artistas del circo electronico de la acera del frente, que a cuesta de envidia y tinieblas, se enacrgó de poner las trabas necesarias para asegurar el fracaso del mago y su ilusión y terminar así con los embebidos entusiasmos de los asistentes.

Saludos hermanos cubanos.

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Jesus Mauricio Zepeda Ramírez

Un saludo a todos desde México, Creo que la diferencia entre lo que leemos y la realidad en Cuba, solo la puedes discernir palpandola directamente, viviendo un solo día en una de las casas de las zonas pobres, no al glamour y a la diversión a donde llevan a los turistas.

La revolución Cubana, fue mal digerida una vez que se dio, los cotos de poder que se crearon con el supuesto "socialismo" entrante, demuestran cualquier regimen puede crear su propio autoritarismo

Jesús Mauricio Zepeda Ramírez, desde México, D.F.

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