Hay varias reflexiones sobre el Perú de hoy, especialmente luego del viraje conceptual de Alan García en sus políticas de Gobierno. El problema, como ya se habrán dado cuenta, es el de siempre: falta de compromiso y visión futuro de las elites dirigentes peruanas (políticas, económicas e intelectuales).
Esa parece ser también la visión que se desprende de la Entrevista realizada a MOISÉS LEMLIJ, Psicoanalista peruano, aparecida en el Diario El Comercio de Lima el día 03.02.2008, la misma que reproducimos a continuación:
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Por Francisco Tumi Guzmán
En abril del 2006, usted se pronunció contra el abismo que representaba Humala y llamó a votar por García. ¿Qué le parece el Perú desde entonces?
No tengo ninguna duda de que tuvimos una suerte enorme de salvarnos de Humala. A diferencia de algunos amigos míos, que creen que eso es izquierda, yo creo que eso es extrema derecha populista. Es tan izquierda como el nacional socialismo de los nazis, o como el fascismo. De modo que de saque yo respiro con alivio. Antauro, Ollanta e Isaac son la cáscara, la clara y la yema del mismo huevo. No sé qué bicho engendrarán, pero ciertamente sí importa quiénes los acompañen en empollarlo.
Los que votaron por García superaron rápido el susto del 2006 y hoy ya no parecen tan preocupados por ese asunto. ¿Es un acto de sanidad o es la típica falta de previsión peruana?
Creo que es nuestra versión criolla, huachafa, del comportamiento de la llamada masa festiva: de pronto todos se olvidan del Miércoles de Ceniza, todos se olvidan del Viernes Santo y todos se ponen su máscara y se ponen a bailar. Luego del miedo, qué alivio es pan y circo. Felizmente, los dioses están de alguna manera de nuestro lado y ocurre este extrañísimo fenómeno de que el comunismo oriental chino esté salvando al capitalismo occidental.
Es una versión peculiar de comunismo.
De todas maneras. Nosotros vivimos gracias al crecimiento chino y, quizás, gracias al crecimiento indio. China es la esperanza no solo contra el colapso del capitalismo, sino también contra el avance del Islam. Es una de las cosas raras que están pasando en el mundo actual. Es la posmodernidad.
¿No es natural que el peruano común se olvide de Humala si la economía parece ir bien?
El problema es qué cosa es ese peruano. Tenemos un país con límites claros, excepto un pedacito de mar ahí en el sur. Pero cuando uno habla de peruano, ¿qué está diciendo? Para mí está claro que mi perspectiva (mi patria chiquita es Magdalena, donde vivo) es totalmente diferente de la del peruano que está en Puno, donde todavía hay una gran cantidad de gente que está pensando en Humala como una expectativa.
¿No les cree a quienes dicen que la mejora económica hará que esos dos países comiencen a ser uno?
La parte productiva del país de pronto está creciendo: hay sectores que han visto una gran mejora, esos centros comerciales, esos conos, ¡cómo han cambiado! Maravilloso. Pero llevamos doble contabilidad: por un lado, vamos al cine y todo el mundo tiene celular; por otro, vivimos un resentimiento, una cólera que viene desde siempre y que se manifiesta en una característica muy particular, que es la envidia. Si me preguntan a qué le tengo más miedo, diría: “A la envidia y al resentimiento”. Eso es lo que parió a Abimael Guzmán, a Sendero y al MRTA, y es lo que está dentro de este huevo al que he hecho mención.
¿No percibe, aunque sea en niveles muy incipientes, un acercamiento de estas dos contabilidades?
Yo siento que hay dos líneas: tenemos una historia de conflictos semirresueltos y de fraccionamientos en semiunión. Pero de pronto nos encontramos con una oleada de buena suerte: China empieza a comprar metales, tenemos acceso al desarrollo y a la tecnología, la economía crece. Pero si no fuera por la globalización y la economía mundial, no tendríamos prosperidad aquí.
Eso suena a que el actual respiro económico se debe casi exclusivamente al buen viento externo.
Son dos puntos importantes: uno radica en las circunstancias, el destino accidental de lo que va pasando aquí y allá; el otro es la capacidad de organización y de liderazgo que tengamos, la capacidad para aprovechar las circunstancias y usar adecuadamente la oportunidad. Yo creo que sonó la flauta y que, de alguna manera, nos hemos dejado llevar.
¿No cree que aquí sí se tomó la decisión de adaptarse al mundo del siglo XXI? Pudo escogerse seguir como antes.
Los peruanos estamos aprendiendo sobre el caballo. No creo en los méritos maravillosos del empresariado peruano, tampoco en los de nuestros dirigentes políticos: están en el Parlamento y los vemos y escuchamos a diario. Veo los conflictos entre el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional Es decir, falta un Estado articulado que contenga las discrepancias y el caos.
¿Cree en los méritos de García?
Alan García lo está haciendo lo mejor que puede: acaba de estar en España, apoyó el TLC con Estados Unidos. Es decir, se impone lo obvio. El mundo globalizado obliga al TLC. Tendría que ser absolutamente ciego. Salvo que uno sea como Hugo Chávez, que puede darse el lujo de ser ciego porque tiene todo el petróleo del mundo.
¿Qué nos falta a los peruanos para aprovechar mejor ese “destino accidental” que se cocina afuera?
El oro sube, el cobre sube, y así ingresa más riqueza al país, pero tenemos algunos problemas que hay que resolver. Por ejemplo, no puede haber un ministerio del medioambiente que deje de lado el control sobre las mineras: eso es una chifladura; o que no haya en este país un ministerio de cultura, que serviría incluso para el turismo. Por todas partes vemos una desorganización institucional: Forsur se pelea con los presidentes regionales, con los alcaldes. ¿Qué es lo que falta? Falta una articulación, transformarnos en un Estado.
¿Y en términos de mentalidad? ¿Está cambiando la mentalidad colectiva por la emergencia, por ejemplo, de nuevos actores sociales, o de los conos?
Ahora lo que manda es la plata. Hay que hacer negocios en los conos. Hay que tener un socio cholito, chinito, japonesito, cualquier cosa. Eso es bueno. Está ocurriendo. Es otro tipo de inclusión y, al mismo tiempo, otro tipo de exclusión. Creo que estamos comportándonos a la americana: uno podrá ser un negrito, pero si tiene su billete, entra.
Eso sería un gran avance, pero todavía es muy frecuente la discriminación.
La naturaleza humana hace que uno siempre busque un grupo de referencia con el cual se puede identificar y sentir orgulloso. Pero, al mismo tiempo, busca un grupo al cual denigrar: si soy tutsi, tengo que tener mi hutu, y viceversa.
¿Quiénes serían nuestros hutus?
Por momentos, los ecuatorianos; por momentos, los chilenos. Cuando hay suerte, es hacia afuera. Pero cuando no hay suerte, nos miramos entre nosotros: para Sendero, los asquerosos capitalistas; y para nosotros, los asquerosos terroristas. Siempre uno necesita un grupo de referencia al cual odiar y denigrar, algo que nos haga sentir absolutamente únicos, especiales y elegidos. Y también un objeto con el cual identificarnos, algo que idealizar.
¿Está cambiando también la mentalidad de los miembros de esa élite que siempre excluyó a la mayoría?
Están barajándola. En el fondo de sus corazoncitos, todavía hacen sus diferencias, pero tienen que hacer negocios con todos, y la plata manda.
Si en verdad la plata manda, en unos años podríamos tener un Perú mucho más integrado.
En un par de generaciones. Depende de la suerte. Aquí el problema es el liderazgo, los líderes que tenemos a la vista.
Pero un factor clave es también la mejora material en la condición de los individuos.
Por supuesto. No creo que tener un teléfono celular nos haga más inteligentes o cultos, pero aumenta nuestro radio de acción. Saber leer y escribir no nos hace inteligentes, pero nos permite, por lo menos, enterarnos de lo que pasa en el mundo. Es decir, puede haber un incremento de las herramientas, pero no necesariamente de la concepción. Por otro lado, los grandes problemas sociales no ocurren en las zonas más pobres, sino en aquellas donde se ven las mayores diferencias. Cuando lo que uno quiere, desea y otros tienen está más a la vista, allí es cuando se levanta la rabia y el dolor. Los contrastes sociales son un gran factor de resentimiento, de cólera y de envidia.
Y aquí se ven a cada paso, no solo en las playas de Asia.
Tenemos esta mezcla curiosa y desarticulada de fracciones, de modernidad y antimodernidad, de rezagos de burocracia virreinal –en el peor de los sentidos de la palabra– y de computadoras inalámbricas manejadas en cualquier rincón del país. Es como si fuera un mundo de islotes. Aquí estamos, por un lado, conversando en una isla en San Isidro absolutamente conectada con la isla de Manhattan o con un pedazo de París, pero al mismo tiempo estamos rodeados de pedazos de tercer mundo o de cuarto mundo. Somos islas de cierta prosperidad y adelanto inmersas en mares de pobreza.
Eso no se va a modificar de la noche a la mañana.
Tenemos además el quinto ayllu, los 2 y medio millones de peruanos que están fuera, que mandan 3 mil millones de dólares al año y que obligan a sus parientes –que deben ser otros 5 o 6 millones– a aprender inglés, a recibir plata, a ir a los bancos, a tener tarjetas. Ellos son un enorme factor de transformación de la sociedad peruana, lo mismo que los mil peruanos que se van cada día a vivir afuera y que de todas maneras crean un flujo. Eso cambia al país, pero a la vez apunta también a la creación de pequeños núcleos.
Y por lo tanto más resentimiento y envidia.
Es que el resentimiento y la envidia son el problema central de una gran parte del Perú. Ahora, ¿cómo se resuelve eso? Yo creo que ayudaría bastante entender un poquito mejor cuáles son las envidias y los resentimientos particulares. También hay tareas obvias: cambiar la educación, hacer un servicio de salud único Creo que las respuestas las conocemos todos.
¿Qué papel les corresponde a los individuos?
Cada uno debe hacer lo suyo lo mejor que pueda. Como dice el Eclesiastés: “Si no yo, ¿quién? Si no ahora, ¿cuándo? Cada uno tiene que hacer lo suyo y asumir su responsabilidad individual.
Y tal vez, en la vida cotidiana, comerse pleitos contra las arraigadas malas conductas de los peruanos.
No hay más remedio que abrir la boca y decir lo suyo en cada institución a la cual uno pertenezca, no tan solo en la casa educando bien a los hijos. Eso está muy bien, pero uno también tiene que participar en la municipalidad, en el equipo de fútbol, en el club, en la asociación de padres del colegio, protestar ante el ministro para que ponga orden en la policía para que esta, a su vez, ordene a los choferes individuales.
Es decir, hacer más cotidiana la práctica de la democracia.
Ya sabemos que la democracia no es solo ir a depositar el voto. El voto puede piratearse, como hizo Hitler y ha hecho Chávez. Estamos hablando de la participación ciudadana a nivel individual y también a nivel del pequeño grupo. Para eso necesitamos cambios sustanciales en la reestructura del Estado.
La bonanza económica es una oportunidad para ir hacia ello.
Incluso si hubiera una dificultad económica, la democracia, la libertad, el respeto por los derechos humanos, el respeto por la desigualdad y por las diferencias nos van a hacer bien a todos. Y todo esto, además, que es independiente de lo económico, favorece lo económico.
¿Qué clase de liderazgo necesitamos ahora?
Necesitamos un líder que tenga capacidad de escuchar, con vocación para compartir el liderazgo y con capacidad para poner límites a su propio poder. Tiene que saber que el poder debe ser cedido cuando toca y que debe ir preparando el terreno para otro líder.
¿Conoce a algún presidente peruano que no sueñe con el regreso al poder?
Pero así es en Estados Unidos: dos periodos presidenciales y chau. Esto tiene que estar muy claro, pues ayuda increíblemente. No garantiza que el presidente sea bueno, pero sí garantiza que no vaya a terminar en el poder un déspota maníaco.
¿Cómo ve a García en relación a ese líder ideal?
La suerte de García es haber hecho un terrible gobierno la primera vez, pues ya no puede ser peor: imposible repetirlo. Y la suerte de García es también haber tenido como rival a Humala. En medio de esa gran fortuna, gana con las justas y sabe lo que no tiene que hacer. Me parece que hay partes de él que sí buscan reivindicarse históricamente. Es inteligente.
¿Diría también que vanidoso?
No cabe duda de que tiene a veces su lado de vanidad, como todo líder, o como toda persona alta. Pero un poquito de grandiosidad no le va a hacer daño. Todo líder tiene su toque narcisista, su ambición y su deseo de trascender. Pero yo siento que García, dentro de todo, está bien. Está cumpliendo su papel.
¿No le produce inquietud?
Me pregunto si es que va a preparar adecuadamente la continuidad democrática dentro de una transición de progreso, amplitud y apertura. Cuando me preguntan qué se necesita, yo digo lo que todo el mundo dice: una reforma del Estado, un Parlamento que se renueve, una articulación de la sociedad civil, pues por todo lado se ven conflictos, organismos que se pelean. Hay fallas de articulación y cada uno quiere marcar su territorio para que nadie lo invada. Creo que García tiene también que pensar en el futuro e ir preparando ya la transición democrática.
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