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El 15 de julio de 2017, en el Diario El Comercio, Catherine Contreras escribía una interesante crónica (“Memoria visual: así eran los habitantes de Jauja a inicios del siglo pasado”) sobre Teodoro Bullón Salazar, fotógrafo jaujino de comienzos del siglo XX que retrato a la sociedad de esa hermosa ciudad del valle del Mantaro. Era a propósito de la presentación del material fotográfico puesto en valor por Sonia Cunliffe en la Galería Pancho Fierro de Lima, quien había entrado en contacto con el mismo a través de un anticuario que se lo ofreció en venta.
Recientemente, el 27 de agosto pasado, el periodista Enrique Planas vuelve sobre el personaje en otra crónica (“Teodoro Bullón Salazar: el fotógrafo de “El país de Jauja”) con ocasión de la presentación de la obra del 5 al 7 de setiembre en el Blue Door Art Center de Yonkers, que es la galería que tiene un nieto del fotógrafo en Nueva York.
A continuación reproduzco ambas crónicas, dado el interés en recuperar la memoria que Teodoro Bullón Salazar retrató en su trabajo fotográfico..
Memoria visual: así eran los habitantes de Jauja a inicios del siglo pasado – Por: Catherine Contreras
Identificándose como un relojero y fotógrafo que laboró en el número 73 de la calle Grau, en Jauja, un desconocido Teodoro Bullón Salazar ofreció a sus clientes de inicios del siglo XX el sueño de la inmortalidad. “Fotografía indeleble” fue la frase que utilizó para vender su estilo de retrato, que plasmó sobre esas placas que Eastman Kodak Co. comercializó y que la modernidad relegó tras la aparición del celuloide. Desgastadas por el tiempo y el olvido, un lote de estas placas centenarias cautivaron a la artista visual Sonia Cunliffe, quien desarrolló un proyecto fotográfico que se exhibirá desde el 25 de julio en la Galería Municipal Pancho Fierro.
“Fotografía indeleble. El imaginario de Teodoro Bullón Salazar” se titula la muestra en la que Cunliffe recupera imágenes de estas placas propiedad del coleccionista Jorge Bustamante. Lo hace con múltiples intenciones. Por un lado, poner atención a la estética de un material deteriorado, “cuyas manchas de hongos nos recuerdan la valoración que Duchamp daba al azar y lo espontáneo”, reflexiona Fernando Ampuero en su presentación.
Por otro lado, la artista destaca el valor histórico de imágenes que perennizan a la sociedad jaujina de 1900, su gente y relaciones sociales, incluso su entorno natural, pero también un estilo de trabajo que involucra la experimentación: para Cunliffe, Bullón no solo fue un fotógrafo detallista en términos de composición, sino que experimentó en la intervención de la imagen, pintando fondos y corrigiendo elementos para crear una nueva realidad.
El legado de Bullón también ha motivado en Cunliffe la creación del “Muro de los fantasmas”, una instalación de adobe que representa una ventana jaujina. Lo explica la artista: “Me cuentan que una comunidad campesina encuentra estas placas y, para ser parte de la modernidad, transforma sus ventanas de madera usando este vidrio. La instalación recoge esta memoria perdida de personas que quizá nada tenían que ver con esta comunidad, pero al apropiárselas están inmersas en ellas y en su imagen fantasmal”.
Cunliffe arma esta gran pieza con negativos de vidrio que miden 22, 18 y 9 cm de alto por 12 de ancho. En el resto de la sala se mostrarán ampliaciones de 1,20 m. “En ellas destaco la destrucción y los trucos fotográficos que Bullón usó”, apunta la artista, dejando al espectador la oportunidad de descubrir detalles de lo que ella llama “una belleza extraña”.
“Teodoro Bullón Salazar: el fotógrafo de “El país de Jauja” – Por: Enrique Planas
Esta es la historia de una ida y una vuelta: en julio del 2017, un artículo publicado en esta sección daba cuenta de la muestra “Fotografía indeleble”, imágenes del entonces desconocido Teodoro Bullón Salazar (1885-1959) en la galería Pancho Fierro.
Mujer lectora, uno de los tópicos de la pintura europea romántica del siglo XVIII y XIX.
Deterioradas por el tiempo y la desmemoria, un lote de placas de vidrio había llegado a manos de la artista visual Sonia Cunliffe. Un anticuario puso ante ella una serie de imágenes que parecían sacadas de un mundo macondiano: salidas campestres, reuniones familiares, multitudinarios velorios. Las composiciones eran cuidadas, las poses aprendidas de la pintura europea del siglo XIX, a la manera de los prerrafaelistas.
A Cunliffe le fascinó aquel lote por la estética, su valor documental e incluso la condición de abandono en que se encontraban dichas imágenes. En su mayoría, la emulsión, craquelada o devorada por el hongo, evidenciaba una interesante pátina de tiempo, como si la descomposición de su naturaleza química aportara un nuevo lenguaje para esas imágenes. “Me enamoró la modificación que el mismo tiempo producía en las fotografías. Evidenciaba la necesidad de la conservación de la memoria”, recuerda la artista.
Muy poco era lo que entonces se sabía de Teodoro Bullón Salazar, más allá de sus oficios como fotógrafo, comerciante y relojero. En su bazar y taller, ubicado en el 73 de la calle Grau, Bullón retrató a la europeizada sociedad jaujina de los años veinte, utilizando placas de vidrio de la Eastman Kodak & Co. Sin embargo, el archivo había sido depredado sin pausa, hasta terminar en el limbo de La Parada, donde los anticuarios buscan joyas entre el detritus. Poco después de la aparición del artículo en El Comercio, la memoria alrededor de Bullón empezó a recomponerse de maneras insospechadas. Vía Facebook, contactó a la artista una joven bisnieta del fotógrafo, quien la derivó luego con su tía, Tania Bullón, quien a su vez le presentará a su primo, Iván Amaro Bullón, el nieto que más sabía del fotógrafo, al haber vivido desde niño con la abuela Ricardona, entonces ya separada de don Teodoro.
Así, la historia de Bullón Salazar fue adquiriendo densidad y color. La familia reencontrada no dejaba de enviarle fotos a Cunliffe, compartiendo increíbles anécdotas sobre el abuelo. Así, supo que en su tienda sobre la plaza principal de Jauja se vendía desde alimentos hasta armas, pasando por libros de arte, aparatos eléctricos y musicales, artículos deportivos y herramientas para minería.
Miembro del Club de Tenis de la ciudad, Teodoro cultivó el deporte del tiro, pasión que legó a su hijo mayor, quien representó al Perú en las Olimpiadas de Berlín. La riqueza del comerciante se plasmaba en las 40 mulas que cargaban los productos que importaba de Europa.
“Por entonces, las condiciones climáticas de Jauja atraían a muchos enfermos de tuberculosis en el mundo, y la influencia europea en la ciudad fue muy grande. Si observas todo lo que había en su bazar, comienzas a entender cómo se gestó el imaginario tan grande de Bullón”, señala Cunliffe.
Por cierto, además de su legado visual, Teodoro Bullón es conocido en Jauja por ser el primero en poner a circular un automóvil por las empedradas calles de la ciudad. “Lo trajo al país por partes, lo armó en su garaje y cuando quisieron sacarlo, se dieron cuenta de que la máquina no salía por la puerta. Tuvieron que romper las paredes para sacarlo a la calle”, explica la artista. Uno de los asistentes más conspicuos a la muestra en la galería Pancho Fierro fue el escritor Edgardo Rivera Martínez, el entrañable autor de la novela “País de Jauja”. “Hicimos una fiesta dentro de la muestra, donde se bailó huaino y se sirvió muña y galletas. ‘Este es mi país de Jauja’, me dijo emocionado el escritor”, recuerda Cunliffe. La exposición fue luego llevada a esta ciudad del valle del Mantaro. Por primera vez en décadas, el público podía ver la obra fotográfica de un paisano que se pensaba desaparecida. Actualmente, la Beneficencia de Jauja expone su obra en una sala permanente.
De compromisos anteriores, nacieron Lucilla Bullón Mayor y Luisa Bullón Núñez. Y de su unión con Ricardona Ríos, Teodoro Bullón tuvo a Teodoro (el tirador olímpico), Elva, Áurea, Hugo, Iris, Dante, Brisa, Jesús y Ada, la menor, quien destacaría como educadora y directora teatral. Muy pocos de sus descendientes conocían de la calidad del trabajo fotográfico del abuelo.
Iván Amaro Bullón, hijo de Ada, guardián de la memoria del fotógrafo jaujino, es el nieto más joven. Arqueólogo de profesión, Iván migró a Nueva York, donde se convirtió en cantante de ópera. Actualmente trabaja como doble en la industria del cine. Con su esposa administra Blue Door Art Center, pequeña galería ubicada en Yonkers, en el condado de Westchester, estado de Nueva York. En un reciente viaje a la Gran Manzana, Cunliffe y Amaro Bullón se reunieron para hablar del hiperbólico abuelo y de la posibilidad de exponer su obra en la galería neoyorquina. La exposición, que se inaugura el 5 de setiembre, consta de una serie de ampliaciones a partir de las placas de vidrio originales. La curaduría planteada por Cunliffe incide en mostrar cómo era la sociedad jaujina a principios del siglo pasado.
Una muestra que cierra una historia de ida y vuelta, de Jauja a Lima y viceversa, y luego a Nueva York en una muestra pequeña y emotiva. “Para mí, el arte se trata de contar y devolver una memoria”, comenta Cunliffe. En efecto, su rescate fotográfico no supone solo recuperar un archivo perdido, sino mostrar de dónde viene y soñar hasta dónde, gracias a socios inesperados, puede llegar.
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