Estimados blogueros:
Huancayo, ciudad donde nací, ha sido un espacio extraordinario de construcción de lo peruano y, además, fusión de lo mejor del mundo andino y lo mejor del mundo moderno. Yo por eso, cuando reflexiono sobre el Perú, no tengo sino que recordar mi experiencia infantil y visionar un futuro de andinidad pero anclada en lo más moderno, de tradición y de progreso (por eso en algún momento lancé la tesis de lo “Andino-Moderno” que después fue retomada por un grupo de amigos (Los Constructores al Bicentenario) como la tesis política sobre lo “cholo”.
En todo orden de cosas, casi siempre Huancayo ha sido una ciudad progresista. En sus bases, el Reino Huanca resistió la avanzada Inca queriendo preservar su libertad. Yo muy tarde, luego de leer a Valdemar Espinosa, pude entender que no se trataba de una “traición al mundo andino” como lo ponían algunos historiadores, sino de un grito de libertad frente al imperio incaico, tan cruel y opresor con los pueblos que se le resistían.
Luego en el virreinato, desde un apoyo inicial a Pizarro, los líderes huancas lograron mantener su estructura étnica, y sus costumbres y modos de vivir, a pesar que en el resto del Perú lo español reconstruía (muchas veces para mal) todo el espacio cultural, político, religioso y económico, del territorio conquistado. Capaz eso permitió que el Valle del Mantaro sea uno de los espacios privilegiados del Perú donde se mantienen cantidad de usos y costumbres que lo han hecho famoso en todo el mundo, e incluso a lo largo del valle y en las alturas aún se puede reconocer personas que hablan un idioma propio (el huanca, que incluso recuerdo haber leído algún diccionario en la biblioteca de mi padre).
La ciudad se formó de pueblerinos andinos, del comercio de toda la zona central que encontraba en esa “pascana” el lugar perfecto para comercial étnicamente distintos a la mayoría de ciudades del territorio nacional surgidas durante la colonia. De hecho no tenemos una plaza mayor semejante a la de aquellas ciudades fundadas por españoles.
En la Independencia, la ciudad proclamó su adhesión al movimiento el 20 de noviembre de 1820 (8 meses antes de que lo haga el Libertador San Martín en Lima). Luego tuvo un papel destacado apoyando a Castilla y su idea de liberación de los esclavos negros, y también fue central para la actividad del gran Andrés Cáceres durante la Campaña de la Breña.
En fin, en estos días de fiesta y alegría, no tengo sino que pedir que siga la pujanza y el futuro le sea pleno. Que se logre coger lo mejor (y no lo peor, como parece ahora) del mundo actual y también se mantengan las costumbres ancestrales. Ese será el mejor legado para la peruanidad.
Al hilo de lo que digo, quiero transcribir a continuación un hermoso texto de Nelson Manrique, también huancaíno, aparecido el 18.11.2014 en el Diario La República como “Huancayo a sus 150 años”.
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Por: Nelson Manrique
Cuando Felipe Huamán de Ayala pasó por el Valle del Mantaro a inicios del siglo XVII anotó que Huancayo era una pequeña posada de arrieros. En esa época la “jornada” era el tramo que una acémila podía recorrer en un día y a esa distancia nacían las pascanas: lugares donde los pasajeros y las bestias podían alimentarse y descansar. Y en torno a ellas surgían toda una serie de servicios: alojamiento y alimentación de los pasajeros, pastizales, cuidado y reemplazo de las bestias, venta de productos que congregaba a comerciantes, etc. Así surgían los pueblos. En la Europa medieval las grandes ciudades surgieron a la distancia de una jornada.
En la sierra peruana, sobre la ruta del Camino del Inca, Huancayo quedaba a una jornada de Jauja, al norte, y a otra de Huando, la siguiente pascana importante al sur, en Huancavelica. Eso construiría su hegemonía a nivel regional.
El Valle del Mantaro es un territorio de campesinos libres. La alianza hispano huanca les brindó un privilegio fundamental: la prohibición de haciendas y encomiendas en el valle. Por eso no prosperaron las relaciones de servidumbre, el gamonalismo no pudo crecer y en cambio se afirmaron comunidades de indígenas libres, que se movían estacionalmente hacia los centros mineros, sencillos, con una fuerte identidad basada en una riquísima cultura regional, altivos y orgullosos, fieros defensores de su territorio. Con una psicología admirablemente captada por el huayno de Zenobio Dhaga, “Yo soy huancaíno por algo”.
Huancayo era además una encrucijada de caminos que conectaba la región central con toda la sierra sur a través de la quebrada de Izcuchaca, con la costa a través de las rutas de arrieraje que partiendo de Chupaca y Sicaya salían a Pisco, Chincha y Lunahuaná, con la selva de Villa Rica y Chilifruta al este –grandes productores de aguardiente de caña–, y al norte con los asientos mineros de Pasco y Huarochirí. Los indígenas comerciantes y productores animaron la feria dominical, que durante el siglo XIX triplicaba semana a semana la población del pueblo. El comercio impulsaba la división del trabajo y en el valle surgieron multitud de especialidades artesanales.
A pesar de todo, todavía a fines del periodo colonial Huancayo era apenas un “pueblo”, con menor categoría que Jauja –la primera capital del Perú– y Tarma, la capital de la Intendencia, que ostentaban el título de “villas”. Como explicaba José María Arguedas, Huancayo era un pueblo de indios sin el damero típico de los pueblos de fundación colonial, que surgió sin plan urbano, con callejuelas enrevesadas que eran la continuación de los caminos que lo conectaban con las comunidades de su entorno y las rutas de arrieraje. No tenía siquiera Plaza de Armas. El año 1791 el cabildo de la ciudad acordó expropiar una manzana de casas para demolerlas y edificar una plaza matriz, a la que significativamente llamaron de Plaza del Comercio. A este aguerrido pueblo lo caracterizaba su fervor libertario. El 1º de enero de 1813 sus pobladores juraron en su flamante plaza la Constitución Liberal de Cádiz y decidieron cambiarle el nombre por el que hasta ahora ostenta: Parque de la Constitución.
Cuando en 1820 el desembarco del general San Martín en Paracas amenazó al ejército realista el virrey La Serna decidió abandonar Lima y trasladar su ejército a la sierra central, convirtiendo a Huancayo en su cuartel general. Los cuatro años de ocupación, prolongados hasta vísperas de las batallas de Junín y Ayacucho, no la convirtieron en una plaza realista. Los sacrificios de los patriotas de Huancayo, sus guerrilleros y soldados por la causa de la independencia fueron recompensados por el título que el general Torre Tagle le otorgara: Ciudad Incontrastable, sin contraste, no derrotable. En 1854 Ramón Castilla, que tuvo allí su bastión, proclamó allí la abolición de la esclavitud. Y Huancayo volvió a jugársela por la patria durante la invasión chilena, en la Campaña de la Breña. Sus mantas bordadas, sus mates burilados y las grandes fiestas patronales rememoran anualmente con orgullo estos hechos.
Cuando fue convertida en provincia, el 14 de noviembre de 1864, Huancayo ya era la provincia más poblada del departamento de Junín. Durante el siglo siguiente se afirmaría como la ciudad más dinámica de la sierra peruana. Hoy afronta los riesgos y desafíos que amenazan a todo el país: la corrupción que corroe las instituciones y amenaza convertirnos en un narcoestado. Depende de sus ciudadanos mantener la vigilancia y hacer honor a sus nobles tradiciones.
Feliz Sesquicentenario, Huancayo, mi tierra
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