Estimados amigos:
Todos sabemos la importancia e impronta de Europa en la vida de todo nuestro orbe. Por eso, me ha parecido importante transcribir una muy buena mirada de Carlos Fuentes, escritor mexicano, sobre la situación de el viejo continente en este año. El artículo apareción con carácter de exclusivo en el diario El Comercio (11.10.2009).
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Europa Cero Nueve
Por: Carlos Fuentes Escritor
El continente está triste. ¿Qué tendrá el continente? El continente está alegre. ¿Qué tendrá el continente?
Europa está contenta porque por primera vez en un siglo no hay un enfrentamiento bélico entre naciones del continente. Europa está triste porque la paz en sus fronteras corre pareja a una disminución notoria de la influencia internacional de Europa. La paz entre Alemania y Francia ya no es noticia. Noticia es la guerra en Afganistán.
Europa está contenta porque su poder económico es el más grande de su historia. Europa está triste porque el desarrollo no ha podido impedir la crisis. Pero Europa vuelve a sonreír porque gracias a las medidas sociales comunes a todo el continente (seguro social, seguro médico, redes de asistencia, tercera edad), los males del momento se amortiguan, y Europa se pregunta: ¿Por qué motivo las redes de seguridad social aceptadas y aún celebradas en Europa, son denunciadas como atentados “socialistas” en los Estados Unidos de América? ¿Cuándo se pondrá Estados Unidos a la altura de Europa? ¿Qué le impide a la nación estadounidense adherir a una legislación protectora universal de la salud, el bienestar, la tercera edad?
Inglaterra está alegre. El vigoroso discurso del primer ministro Gordon Brown en Brighton destaca los logros del laborismo en el poder tras de 12 años de ejercerlo y anuncia las metas del gobierno: Educación segura hasta los 18 años de edad para todos, la cura del cáncer “en esta generación”, la protección a las empresas medianas, el castigo a los parlamentarios corruptos, las medidas de seguridad contra el vandalismo juvenil (que llevó a Fiona Pilkington y su hija al suicidio) y la reserva de personalidades jóvenes (los hermanos Miliband) para sustituir a la “vieja guardia”. Más unido que nunca, en Brighton el laborismo no dijo lo que todos saben. Tercero en las encuestas nacionales, el Partido Laborista se prepara para pasar a la oposición. Pero Inglaterra está triste. La alianza subsirviente de Blair con Bush disipó para siempre la noción de un “imperio británico”, el león se convirtió en perro faldero e Inglaterra no acaba de integrarse con plenitud a la Comunidad Europea y sus ventajas. El Partido Conservador está contento. Todo indica que ganará, con David Cameron, las siguientes elecciones, no por méritos propios, sino por cansancio con el laborismo, necesidad de cambio y necesidad, acaso, del laborismo de regresar a la trinchera de la oposición. A veces, se cree menos en lo logrado que en lo perdido.
Francia está triste. Por más que lo oculten los desplantes del presidente Nicolas Sarkozy, la nación gala ya no es la gran potencia que fue. Sin embargo, es enorme el poder de su agricultura, su industria y sobre todo, el de su sociedad civil. Esta, la sociedad, está triste porque los antiguos parámetros políticos, izquierda y derecha, se disuelven a causa de la mutación de la industria a los servicios, la desaparición de la clase obrera de antaño a favor de una clase media trabajadora y la ausencia de respuestas partidistas a la novedad social. La izquierda socialdemócrata tarda en despertar. Y la derecha posgolista secuestra la temática de la izquierda. Pero Francia está triste. El juicio contra Dominique de Villepin demuestra las miserias de la rivalidad política. Sarkozy se entrampa a sí mismo condenando a Villepin antes de que este sea juzgado, y Villepin —Francia está contenta—, demuestra que en la vida política la elocuencia, la frialdad irónica y el aplomo personal no están del todo desterrados.
Italia está triste. Las payasadas del primer ministro Silvio Berlusconi ya no hacen gracia. Indignan a un número cada vez mayor de italianos que se sienten ofendidos por el cinismo del jefe de Gobierno, sus bromas de mal gusto (se refiere al matrimonio Obama como los “tostaditos” que se atreven a tomar el sol). Su compadrazgo con sujetos de la baja vida criminal, sus fiestas con prostitutas de lujo, sus veleidades de tenorio septuagenario. Y todo ello con el dominio cuasiabsoluto de los medios de comunicación audiovisuales. Pero Italia está contenta. Los medios libres y el público se manifiestan contra los abusos y las amenazas de Berlusconi y el propio primer ministro se descara demandando a “La Reppublica” y “L’Unitá” por decir la verdad, hostigando la independencia de la RAI (Radiotelevisión italiana) y acercándose peligrosamente a un sistema de autoritarismo sin precedentes desde Mussolini. Solo que Silvio es más ridículo que Benito y la ridiculez mata.
Alemania está contenta. Sus rencores históricos —territorio exiguo y cercado, ambición de expandirse territorialmente, militarismo— han sido superados por la gran virtud germana: La capacidad de trabajo, la disciplina laboral. Ceñida entre el Occidente y el Oriente europeos. Alemania es la potencia económica primera del continente, la mayor productora, la mayor exportadora. Pero Alemania está triste. El régimen de cohabitación entre demócratas cristianos (Ángela Merkel) y social democracia (Frank-Walter Steinmeier) ha sido reemplazado por un gobierno de coalición centro-derecha (democristianos de Merkel y liberales de Guido Westerwelle, el “Guidomóbil”) enviando a la izquierda moderada a una oposición compartida e indeseada con la izquierda extrema. ¿Dañará esta nueva configuración el papel intermediario y equilibrador de Alemania en Europa?
La Europa del Este está contenta. Tras de medio siglo de sometimiento —a la Alemania nazi, a la Rusia soviética— Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, recuperan su pasado nacional y su gran cultura cosmopolita. Pero la Europa del Este está triste. Liberada de la esvástica, de la hoz y del martillo, se creía protegida para siempre por las barras y las estrellas. Barack Obama ha puesto de lado la falsa noción de que la defensa contra Irán empezaba en Varsovia y Praga y ha indicado que los misiles deben mudarse de la Europa central a sitios de intercepción marina. Y ha obligado, sin decirlo, a la Europa oriental a integrarse más a la Europa occidental y a depender menos del escudo estadounidense.
Rusia está contenta. Los yacimientos de gas y petróleo le dan una potencia inmediata con la consiguiente voz global. El gobierno compartido del presidente Dimitri Medvedev, y del primer ministro Vladimir Putin le dan una semblanza de orden a la autoridad, aunque todos saben que en el Kremlin vive el presidente y el que manda vive enfrente. Y Rusia está triste. Los espacios de libertad se encojen. La oposición, la prensa libre, se debilitan, la democracia se logra a medias y la mitad no democrática está demasiado emparentada con la tradición despótica. Un vasto país —el más grande del mundo— espera la transformación y el desarrollo tantas veces aplazados.
¿Y España? Como la siento parte de mi propio mundo hispanoamericano, solo la miraré con otros ojos, más cariñosos y preocupados, más parecidos a los que miran a nuestro continente hispanoparlante.
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