Por: Joseph E. Stiglitz (Profesor de la Universidad de Columbia, recibió el premio Nobel de Economía en 2001. Es coautor, junto con Linda Bilmes, de The Three Trillion Dollar War: The True Costs of the Iraq Conflict).
El mundo no ha sido piadoso con el neoliberalismo, ese revoltijo de ideas basadas en la concepción fundamentalista de que los mercados se corrigen a sí mismos, asignan los recursos eficientemente y sirven bien al interés público. Ese fundamentalismo del mercado era subyacente al thatcherismo, a la reaganomía y al llamado “consenso de Washington” en pro de la privatización y la liberalización y de que los bancos centrales independientes se centraran exclusivamente en la inflación.
Durante un cuarto de siglo, ha habido una pugna entre los países en desarrollo y está claro quiénes han sido los perdedores: los países que aplicaron políticas neoliberales no sólo perdieron la apuesta del crecimiento, sino que, además, cuando sí que crecieron, los beneficios fueron a parar desproporcionadamente a quienes se encuentran en la cumbre de la sociedad.
Aunque los neoliberales no quieren reconocerlo, su ideología suspendió también en otro examen. Nadie puede afirmar que la labor de asignación de recursos por parte de los mercados financieros a finales del decenio de 1990 fuera estelar, en vista de que el 97 por ciento de los inversores en fibra óptica tardaron años en ver la salida del túnel, pero al menos ese error tuvo un beneficio no buscado: como se redujeron los costos de la comunicación, la India y China pasaron a estar más integradas en la economía mundial.
Pero resulta difícil ver beneficios semejantes en la errónea asignación en masa de recursos a la vivienda. Las casas recién construidas para familias que no podían pagarlas se deterioran y se destruyen, a medida que millones de familias se ven obligadas a abandonar sus hogares en algunas comunidades y el gobierno ha tenido que intervenir por fin… para retirar las ruinas. En otras, se extiende la plaga. De modo que incluso los que han sido ciudadanos modélicos, han contraído préstamos prudenciales y han mantenido sus hogares, ahora se encuentran con que los mercados han disminuido el valor de sus hogares más de lo que habrían podido temer en sus peores pesadillas. Desde luego, hubo algunos beneficios a corto plazo del exceso de inversión en el sector inmobiliario: algunos americanos (tal vez sólo durante algunos meses) gozaron de los placeres de la propiedad de una vivienda y de la vida en una casa mayor de aquella a la que, de lo contrario, habrían podido aspirar, pero, ¡con qué costo para sí mismos y para la economía mundial! Millones de personas van a perder sus ahorros de toda la vida, al perder sus hogares, y las ejecuciones de las hipotecas han precipitado una desaceleración mundial. Existe un consenso cada vez mayor sobre el pronóstico: la contracción será prolongada y generalizada. Tampoco los mercados nos prepararon bien para unos precios desorbitados del petróleo y de los alimentos. Naturalmente, ninguno de esos dos sectores es un ejemplo de economía de libre mercado, pero de eso se trata en parte: se ha utilizado selectivamente la retórica sobre el libre mercado… aceptada cuando servía a intereses especiales y desechada cuando no.
Tal vez una de las pocas virtudes del gobierno de George W. Bush es la de que el desfase entre la retórica y la realidad es menor de lo que fue durante la presidencia de Ronald Reagan. Pese a su retórica sobre el libre comercio, Reagan impuso restricciones comerciales, incluidas las tristemente famosas restricciones “voluntarias” a la exportación de automóviles.
Las políticas de Bush han sido peores, pero el grado en que ha servido abiertamente al complejo militar-industrial de los Estados Unidos ha estado más a la vista. La única vez en que el gobierno de Bush se volvió verde fue cuando recurrió a las subvenciones del etanol, cuyos beneficios medioambientales son dudosos. Las distorsiones del mercado de la energía (en particular mediante el sistema tributario) continúan y, si Bush hubiera podido salirse con la suya, la situación habría sido peor.
Esa mezcla de retórica sobre el libre comercio e intervención estatal ha funcionado particularmente mal para los países en desarrollo. Se les dijo que dejaran de intervenir en la agricultura, con lo que expusieron a sus agricultores a una competencia devastadora de los Estados Unidos y Europa. Sus agricultores habrían podido competir con sus colegas americanos y europeos, pero no podían hacerlo con las subvenciones de los EE.UU. y de la Unión Europea. Como no era de extrañar, las inversiones en la agricultura en los países en desarrollo fueron disminuyendo y el desfase en materia de alimentos aumentó.
Quienes propagaron ese consejo equivocado no tienen que preocuparse por las consecuencias de su negligencia profesional. Los costos habrán de sufragarlos los de los países en desarrollo, en particular los pobres. Este año vamos a ver un gran aumento de la pobreza, en particular si la calibramos correctamente.
Dicho de forma sencilla, en un mundo de abundancia, millones de personas del mundo en desarrollo siguen sin poder satisfacer las necesidades nutricionales mínimas. En muchos países, los aumentos de los precios de los alimentos y de la energía tendrán un efecto particularmente devastador para los pobres, porque esos artículos constituyen una mayor proporción de sus gastos.
La indignación en todo el mundo es palpable. No es de extrañar que los especuladores hayan sido en gran medida objeto de esa ira. Los especuladores afirman no ser los causantes del problema, sino que se limitan a practicar el “descubrimiento de precios” o, dicho de otro modo, el descubrimiento –un poco tarde para poder hacer gran cosa sobre ese problema este año– de que hay escasez.
Pero esa respuesta es falsa. Las perspectivas de precios en aumento y volátiles animan a centenares de millones de agricultores a adoptar precauciones. Podrían ganar más dinero, si acaparan un poco de su grano hoy y lo venden más adelante y, si no lo hacen, no podrán sufragarlo, en caso de que la cosecha del año siguiente sea menor de lo esperado. Un poco de grano retirado del mercado por centenares de millones de agricultores en todo el mundo contribuye a formar grandes cantidades.
Los defensores del fundamentalismo del mercado quieren atribuir la culpa del fracaso del mercado a un fracaso del gobierno. Se ha citado a un alto funcionario chino, quien ha dicho que el problema radicaba en que el gobierno de los EE.UU. debería haber hecho más para ayudar a los americanos de pocos ingresos con su problema de la vivienda. Estoy de acuerdo, pero eso no cambia los datos: la mala gestión del riesgo por parte de los bancos de los EE.UU. fue de proporciones colosales y con consecuencias mundiales, mientras que los que gestionaban esas entidades se han marchado con miles de millones de dólares de indemnización.
Hoy hay una desigualdad entre los rendimientos privados y los sociales. Si no están bien a la par, el sistema de mercado no puede funcionar bien.
El fundamentalismo neoliberal del mercado ha sido siempre una doctrina política al servicio de ciertos intereses. Nunca ha recibido una corroboración de la teoría económica, como tampoco –ahora ha de quedar claro– de la experiencia histórica. Aprender esta lección puede ser el lado bueno de la nube que ahora se cierne sobre la economía mundial.
1 Comentario
La primera vía al socialismo es el genocidio practicado por Lenin y Pol Pot, la segunda es la vía expropiatoria de Allende y Hugo Chávez, y la tercera vía es la CONCENTRACIÓN ECONÓMICA impulsada por el estado y el capital financiero, que destruye el espíritu de emprendimiento ciudadano y colectiviza a millones de personas bajo el estado y los monopolios creados por este, como Transantiago por ejemplo.
En Chile, tras la destrucción artificial de 5000 Pequeñas y Medianas empresas (Pymes) del transporte, impulsada por el estado socialista y el capital financiero, los trabajadores, que estaban atomizados, ahora han formado un sindicato gigantesco de trabajadores del monopolio ESTATAL Transantiago, el cual es una falsa empresa privada.
Pero ahora el gobierno socialista prepara un segundo ataque gigante contra los emprendedores de nuestro pueblo, pues van a “licitar” las ferias libres, es decir que los feriantes, que ya pagan patentes expropiatorias a cada mafia municipal de cada comuna, tendrán que comprar sus derechos de sitio en las ferias a los “concesionarios”, nuevos monopolios a ser creados por el estado socialista. Una camarilla de burócratas del estado seleccionará a un pequeño grupo de grandes capitalistas para que se adjudiquen todos los derechos de las ferias aun libres de Chile, y serán los nuevos “operadores” de estas ferias, seleccionados no por un mercado de millones de clientes, sino por una camarilla de burócratas corruptos al máximo, como ya lo hemos visto en Transantiago.
El drama de los feriantes no es que "van a privatizarlos", porque ya son privados. El drama es que van a ser ESTATIZADOS.
Respecto al comercio detallista, formado por miles de emprendedores Pymes, los socialistas no necesitan atacarlos directamente para destruirlos, porque las grandes cadenas de retail y el capital financiero, el socio cobarde del estado socialista, ejecutan esa destrucción en forma mucho mas eficiente y silenciosa.
Aquellos grandes capitalistas que se han aliado al estado socialista, están contentos, porque cada día acumulan un mayor porcentaje de la riqueza nacional, a costa de la destrucción del espíritu de emprendimiento juvenil y popular, pues saben que podrán escapar a tiempo, no así los emprendedores menores que deberán quedarse a morir aquí.
La concentración económica, impulsada artificialmente por la burocracia del estado socialista y financiada por su socio oportunista, el capital financiero, es la 3º vía a la revolución socialista, porque reduce al mínimo el número de personas emprendedoras interesadas en resistirla.
Idea y Propuesta # 1
RN y UDI deben unirse para alentar el espíritu de empresa de nuestro pueblo y nuestra juventud, deben unirse con el objetivo estratégico en mente de convertir Chile en una nación de emprendedores.
El mejor dinero es el que llega a manos de los emprendedores. Nadie cree en los programas sociales del estado, todos saben que sólo alimentan las panzas de los burócratas fiscales, nadie espera otra ayuda que no sea la reducción drástica de los impuestos y la reducción muy drástica del tamaño del estado y sus gastos.
El populismo incipiente de algunos políticos que en su estupidez aun creen que la gente espera ayudas estatales es patético, da vergüenza ajena, es un pupulismo incipiente pero que debe ser extirpado de inmediato.
La gente, el pueblo, las nuevas generaciones quieren libertad de emprender, menos controles, menos IVA, menos impuestos, mas plata en el bolsillo para comprar o incluso desarrollar sus propias herramientas de trabajo. Hay millones de hombres y mujeres fuertes e inteligentes que sólo esperan su oportunidad para emprender negocios e ideas en forma libre e independiente, y sólo una unión entre RN y UDI podrían representarlos.
Idea y Propuesta # 2
Habilitar un registro de militantes de La Alianza, no de RN ni UDI, sino de La Alianza, y es muy probable que por fin la gente comenzará a inscribirse, pero para aportar lo suyo, no para obedecer órdenes verticales.