A PROPOSITO DEL TRABAJO HUMANO: Apostillas al cambio

Unas interrogantes
A propósito del día del trabajo me ocupé de analizar algunos textos de los clásicos padres de la economía moderna (Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx) y de economistas contemporaneos (Amarthia Sen especialmente) para intentar saber los alcances del concepto “trabajo” y de su relación con la naturaleza de los seres humanos. Me queda claro que para los clásicos: (i) el trabajo es una necesidad existencial humana, (ii) el trabajo por el que se transforma la naturaleza (dándole mayor valor al bien transformado) es el idóneo y, en ese sentido, a mayor división del trabajo es mayor la ganancia social. A su vez, para todos, existe apropiación de la riqueza por parte del detentador de los medios de producción (para algunos eso es bueno y para otros no).
Sin embargo, es verdad que esos postulados estan cambiando, pues: (i) al parecer el trabajo humano -en el sentido clásico- ya no es necesario en todos los casos en que se produzca riqueza, (ii) la mayor riqueza no se esta produciendo hoy por transformar bienes sino por realizar servicios y, además, (iii) la plusvalía es en algunos casos inexistente pues el valor del trabajo -en sentido clásico- es menor.
Ahora, ayuda un poco a entender estas ideas dos textos de Richard Web, muy lúcidos y -desde mi punto de vista- muy esperanzadores de un nuevo tiempo de la humanidad. Ambos salieron publicados en el Diario EL COMERCIO de Lima en meses pasados.

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Un fantasma que no es
Por Richard Webb

Adam Smith tuvo la culpa. Fue el padre de la ciencia económica, pero se equivocó cuando sostuvo que el trabajo productivo consiste en crear bienes materiales y no servicios. En una de sus frases famosas dijo que el trabajo del rey, el clero, los ministros, militares, abogados, médicos, escritores, actores, payasos y cantantes de ópera es improductivo. Ninguno de ellos agrega nada a la riqueza nacional, como sí lo hacen los agricultores y los industriales, dijo. Y no obstante lo risible de esta idea para el economista actual, Smith creó una confusión que no desaparece del todo.
El alumno más influyente de Smith fue Karl Marx. Lamentablemente, la idea del trabajo improductivo fue precisamente una de las que acogió de su maestro. Para Marx lo improductivo no era la producción de servicios sino el trabajo que no crea utilidad para el capitalista, pero ni él ni sus seguidores se sacudieron del todo del concepto original, antiservicios, de Smith. Un marxista moderno, por ejemplo, señaló que el número de trabajadores improductivos en Gran Bretaña, como los vendedores y los banqueros, había crecido mucho más que los trabajadores en fábricas y pronosticó malos tiempos para los capitalistas. En los años 70 surgió una gran crítica al capitalismo en los países en desarrollo. Se dijo que había crecimiento pero que este no llegaba a los pobres porque no había suficientes puestos de trabajo en las fábricas y en otros sectores de avanzada tecnología. Así, se descubrió el fantasma del problema del empleo, que tuvo como propulsor a la Oficina Internacional de Trabajo (OIT), burocracia internacional que cobró mucho protagonismo a raíz de ese descubrimiento. La tesis de la OIT me hizo recordar una de las conferencias más interesantes de mis años de estudiante, del economista Kenneth Boulding. Luego de dibujar una larguísima raya horizontal en la pizarra, Boulding dijo: “Esta raya representa la era de la precivilización, cuando todos tenían que trabajar para que todos pudieran comer. Después –dibujando una cortísima subida al final de la raya– vino la era de la civilización, cuando el 90% debía trabajar para que el 100% pudiera comer. Y hoy está empezando la postcivilización, donde el avance tecnológico hará posible que solo el 10% necesite trabajar para que todos puedan comer. El gran problema, dijo, es ¿a qué se dedicará el resto de la población que ya no necesita trabajar?”. Este fantasma acaba de ser reeditado por el Banco Interamericano de Desarrollo en su informe titulado “¿Los de afuera?”. La pobreza, dice el BID, se debe en parte a un aumento en el desempleo y especialmente, al número de malos empleos que, son mayormente los del sector informal donde las remuneraciones son bajas y no existe pensión ni seguro médico.
No comparto la preocupación por el empleo de Smith, Marx, Boulding, la OIT y el BID, como explicación de la pobreza actual, y menos aun como fantasma de un futuro de desempleo masivo. En Japón los que trabajan en el comercio y en los servicios suman 77% del empleo total, en EE.UU. 87%, y en Gran Bretaña y Suecia 81%. En Lima, desde el 2003 el salario de los que trabajan en servicios creció 22% y en el comercio 28%, mucho más que en las fábricas donde aumentó apenas 5%. La empresa informal tampoco condena al trabajador limeño. Si bien paga salarios reducidos, estos crecieron 18% desde 2003, mientras el de la gran empresa subió solo 4%. Vislumbro un futuro donde la tecnología desplaza al arduo trabajo agrícola e industrial y los trabajadores en servicios como comunicaciones, ventas, educación, salud, artes y entretenimiento estarán bien remunerados.

El siglo del doctorado
Por Richard Webb

La historia humana empezó hace millones de años, pero en el breve espacio de un siglo o siglo y medio la vida se viene transformando radicalmente de tres maneras: entre los años 1900 y 2050, casi toda la población del mundo pasará de vivir en el campo a vivir en ciudades y de ser analfabeto a ser egresado de estudios superiores. Junto con la nueva tecnología de la comunicación, la educación formal y la urbanización multiplicarán el círculo de posibles relaciones personales de cada persona durante su vida.
El secreto de “La riqueza de las naciones”, título de la obra principal de Adam Smith, siempre preocupó a los líderes de las grandes naciones y se relacionaba principalmente con la tecnología y el capital físico. Si bien se reconocía la importancia productiva del alfabetismo, fue solo a inicios del siglo XX que se empezó a identificar la riqueza de las naciones con la educación primaria y secundaria más allá de saber leer y escribir. Desde ese momento, las naciones más poderosas empezaron a competir agresivamente para educar a sus poblaciones, elevando rápidamente el gasto educativo y la matricula escolar. Cuando se inició el siglo, la matrícula escolar era insignificante en casi todos los países, con la única excepción de Estados Unidos. Cuando cerró el siglo, la educación primaria y secundaria era un logro universal en los países desarrollados. Ese ejemplo fue seguido vigorosamente por los países menos desarrollados, los que a su vez ya vienen logrando la educación primaria casi universal y tasas de escolaridad secundaria de más de la mitad de la población. Incluso en muchos países del tercer mundo la educación superior, universitaria y en institutos, se está acercando a los niveles que tenían los países más ricos hace pocos años. En Asia del Este, por ejemplo, los egresados de la educación superior eran apenas 4% de la población en 1980, pero hoy son 20%, mientras que en América Latina el nivel creció de 14% a 29%.
La ola de estudios superiores responde ya no a una política oficial de desarrollo nacional, como fue inicialmente, sino al hambre educativo de la gran masa de la población. Un título universitario para sus hijos es el anhelo común del que llega a un asentamiento humano en el Perú. Y crecientemente, la respuesta ya no es del Gobierno sino de la actividad privada. En todo el mundo se privatiza la educación superior, no por un desinterés de los gobiernos sino por su incapacidad fiscal y ejecutiva para satisfacer la extraordinaria demanda de la población por una educación superior práctica, moderna y bien administrada. La educación privada ha permitido una rápida diversificación del contenido y de la forma de enseñar, generando nuevas carreras, educación virtual, horarios flexibles, y una gama de niveles de calidad que se adaptan a la diversificada realidad socioeconómica de países como el Perú. En Corea del Sur, por ejemplo, el número de instituciones educativas privadas de nivel superior era cero en 1980 y hoy llega a 298: Cambios similares se dieron en Chile, Polonia, Turquía y Tailandia. Cabe señalar, sin embargo, que si bien se viene creando un capital humano que contribuye al desarrollo productivo de los países, la educación superior que en forma creciente proviene de la iniciativa privada no cumple con dos funciones tradicionales e importantes de la universidad: el desarrollo de los valores a través del estudio de las humanidades y la investigación científica. El doctorado debe prepararnos no solo para producir más sino también para saber como vivir mejor.

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Acerca del autor

Luis Alberto Duran Rojo

Abogado por la PUCP. Profesor Asociado del Departamento de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Director de ANALISIS TRIBUTARIO. Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la PUCP. Candidato a Doctor en Derecho Tributario Europeo por la Universidad Castilla-La Mancha de España (UCLM). Con estudios de Maestria en Derecho Constitucional por la PUCP, de Postgrado en Derecho Tributario por la PUCP, UCLM y Universidad Austral de Argentina. Miembro de la Asociación Peruana de Derecho Constitucional, del Instituto Peruano de Investigación y Desarrollo Tributario (IPIDET) y la Asoción Fiscal Internacional (IFA).

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