(Selección de artículos publicados para el grupo EPENSA)

Mientras subía por la bajada o bajaba por la subida, Cadi pensaba en su nombre. Era difícil y como primerizo hurgó primero entre los anaqueles de libros usados, entre los árboles, en la internet y por último en su conciencia.

A punto de cumplir los 24 años de su accidentada existencia y mientras esperaba algo de fortuna de la vida incierta que decidió vivir. El mismo día que él vio la luz, ella anunciaba su llegada y le arrojaba la vida entera sobre sus hombros. Sin embargo, estaba determinada a levantarlo, curarle las heridas y enseñarle a caminar.

Él, fustigado por la injusticia de los hospitales y chamusqueado por la indiferencia de sus padres, bajando la subida y subiendo la bajada, se iluminó. Su conciencia tradujo todo el dolor en perdón, el fracaso en esperanza y la debilidad en súbito aliento para progresar. Entendió que el parto que lo acontecía dejaría atrás la tragedia que marcaba su vida y buscaría – si no la felicidad – la paz que todos necesitaban para volverse a sí mismos y volver a empezar.

Pero nunca llegó a tiempo para escuchar sus primeros alaridos de vida. Dijeron, los doctores, que lo buscaron; pero Cadi buscaba sangre para reponer las hemorragias que la madre ofreció en sacrificio por ésa vida; y dinero para los primeros pañales que osarían tocarla antes que las manos de su padre. Había corrido cuadras enteras asustado por la ventura de verla y no sentirse orgulloso de sí mismo ante sus ojos.  Agitado, se la imaginaba toda melosa y enrollada en los brazos de la mujer que amó con desesperación.

Minutos más tarde,  cuando el sol se despedía acariciando los cerros, y Cadi exprimía los últimos aires que le quedaban, al fin llegó y pudo verla detrás del ventanal. Allá en la sala de cunas, cuando todo el orbe contuvo la respiración, “ya llegué mi Paz”, murmuró.

(El título original fue Paz, cosas de editores)

JOHN SANTIVAÑEZ

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