Mi “Abuelita” dormirá en Navidad.

Mi abuelita, no es en si mi abuelita, ella es una señora que tuvo su tienda, alguna vez, a 5 casas -contando ambas aceras- de la mía y a donde acudía presurosamente cada mañana a comprar pan, pan francés. Donde, tal vez me equivoque (quizá no tenga tanta edad), iba a comprar los mandados de mi abuelito con los famosos “Intis” de antaño y que cuando no tenía nada en los bolsillos – como ahora – me fiaba desde pan, leche y atún, claro “a lo más unos panes y leche, Johnsito”, protestaba.
Ella es mi abuelita, le dije – y le digo – abuelita, porque nunca supe su nombre a ciencia cierta, aún hasta ahora que ella está a punto de “cambiar de barrio”. No sé su nombre, tampoco, porque no le pregunté, porque nunca me interesó (al menos hasta hoy que quisiera saberlo porque quisiera escribirlo), porque lo único que me interesó fue la calidez de su rostro, su faz ajada que me inspiraba maternidad desmesurada, ella es mi abuelita.Acabo de verla sentada en una silla, sentada y arropada hasta los tobillos frente a una pequeña pantalla de televisor que no veía, no porque no quería sino, tal vez, porque no podía ver. “Háblale más fuerte”, me dijo una de sus hijas, y la frase me destrozó; sin embargo guardé algo de ecuanimidad (algo que no tengo normalmente porque vivo afectado de sensibilidad por estas fechas tan “años que se van”, para mí) y me dirigí hacia ella, recordándole quien era yo y que hacía por aquí por Huancayo, por Pio Pata, por el barrio, porqué no era tan niño ya, novedades de mi familia, el lugar donde estaba enterrado mi abuelito, y demás.

Ella me reconoció enseguida, me dijo: Johncito. Yo impresionado, escondí también mi alegría y proseguí preguntándole como estaba, que si sentía dolor, que cuál era los planes para navidad. “No sé si pase navidad, yo ya me voy a dormir. Ayer amanecí en el hospital Johncito, no podía hacer la caca, no volveré nunca más allí”, respondió. Si abuelita, quizá ya no vuelvas nunca más, pensé. La abracé, toqué sus fruncidas manos, gocé –advirtiendo que quizás sea la última vez – de su nariz aguileña, de sus ojos empequeñecidos, acaricié sus canicies, su tamañito ahora enrollado por la edad y le dije quizá hipócritamente; feliz navidad.

Cuando era más joven, me imaginaba muy frecuentemente, como jugando, cómo seríamos de viejos junto con mis vecinos, con mis amigos. Ahora que ya han partido como cinco de mi entorno (sin contar a mi convaleciente abuelita), sé que no siempre viviremos para hacernos viejos, que sólo queda retomar el principio de vivir con entereza, con honor, con signos notorios de que aún tengo sueños y que lucho por ellos, que sufro y sangro deliberadamente para saber si estoy vivo, sé que eso es lo que hubiesen querido los que ya no están.

 

Puntuación: 5.00 / Votos: 1

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.