Christopher Nolan (Londres, 1970) se ha caracterizado por presentarnos films de alta factura visual, sólidas líneas argumentales y, sobre todo, tramas con giros inteligentes y bien pensados: formula que termina dibujando historias resueltas de modo similar a los trucos de magia clásicos. Con Interstellar todos estos ingredientes están presentes, pero, en este caso, al elevar tanto la expectativa, el film no culmina en muy buenos términos. En resumen, promete más de lo que da. Veamos por qué.
El film nos inscribe en un futuro distópico donde la Tierra ya no puede sostener a la humanidad: el irresponsable despilfarro de recursos en el siglo XX ha puesto al planeta en nuestra contra a través de diversas plagas y de fuertes tormentas de polvo que han reducido a la población a una comunidad, principalmente, agrícola. En este mundo viven en una casa en medio del campo, Cooper (Matthew McConaughey) ex piloto de la NASA, ahora agricultor con toda las características de un cowboy clásico; su suegro Donald (John Lithgow), personaje entrañable que representa a nuestra generación en la Tierra (los nacidos entre el 80 y 90), y dos niños: Tom (Timothée Chalamet, luego interpretado por Casey Affleck) y Murph (Mackenzie Foy de niña, luego interpretada por Jessica Chastain) quien piensa que la casa donde están hay fantasmas. En un momento de la historia, las tormentas aumentan en intensidad y se descubre que los “fantasmas” de casa tienen un mensaje para sus habitantes. Este mensaje los lleva a vincularse con la NASA, dirigida por el Dr. Brand (Michael Caine), y a implicar a Cooper en un viaje a través del cosmos en búsqueda de un nuevo planeta para la humanidad; y a Murph dentro de la exploración matemática, también central para culminar el mismo objetivo: así, padre e hija se separan y el film se convierte en una metáfora extensa para su posible rencuentro.
En términos formales, Interstellar es impecable. Su principal aporte, en nuestra opinión, el excelente encuentro entre música, imágenes y evocación de sentimientos. Es ahí donde la edición de sonido se amalgama perfectamente con el tiempo de la historia y el carácter dramático de cada momento. En este mismo sentido, la fotografía juega un papel central que es cumplido a la perfección. Recuérdese que hay una travesía planetaria de por medio y es la visión el sentido más estimulado. La fotografía permite mantener la grandilocuencia de la situación y posicionar al espectador al mismo nivel de los personajes. Efecto, sin duda, pensado por el director para la experiencia en el cine[1].
La historia surge de un breve cuento del hermano de Nolan, Jonathan Nolan y es desarrollado como guión junto a su hermano. En él, los diálogos son acertados, incluso cuando están implicadas ideas del futuro, como por ejemplo, la ausencia de milicia, la coexistencia con la tecnología, el futuro educativo de los niños, etc., este es claro en su desarrollo. Una evidencia puntual del excelente dominio del guión es la presencia de los robots TARS y CASE a quienes se les regula el porcentaje de humor y este cambia adecuadamente con la escala sugerida. Asimismo, la tensión existente en el viaje se hace manifiesta en las conversaciones o en los silencios que el texto dispone. Sobre el papel, el film no falla, incluso, parecería ser uno de sus características más sólidas.
Asimismo, hay una larga lista de aportes conceptuales propios del film: ideas que el film esboza como parte de su relato y que representan alcances interesantes para repensar algunos tópicos. El primer punto es la idea de comunicación y su relación con el ser humano. En cierta medida, el film puede reducirse a una sofisticación de la capacidad comunicativa del ser humano. Si bien compartida por otras especies, nunca de la forma en que el ser humano la hace su sello distintivo. Esto se encuentra en las diversas formas que los “fantasmas” intentan comunicarse, o las tecnologías de enlaces cuánticos que permiten comunicarse desde lo más recóndito de la galaxia, o en el grado de sinceridad que hay en las mismas conversaciones. Este elemento en central, y puede servir para seguir explorando los aportes del film. Nosotros solo dejaremos esto como un apunte breve.
Otro punto central que atraviesa la obra es la presencia de la ciencia como la religión más extendida y popular. El reproche a los niños en casa se da en esta línea: “no puedes creen en fantasmas, porque nosotros creemos en la ciencia”. Esto se complementa con el método científico recitado un par de veces como si fuera el credo católico. En esta misma línea, las coordenadas científicas donde se inscribe la intuición y el amor son dignas de mención, ya que renueva la perspectiva sobre ellas y las articula muy bien con el espíritu científico que impregna al film.
Un tercer aporte es el alto estándar de ciencia que se utiliza en el film. Este no es dejado al azar y se basa en teorías que están en el debate actualmente. No es gratuita así la presencia de Kip Thorne como asesor de contenidos: reconocido físico, famoso por ser el compañero de apuestas teóricas de Stephen Hawkings. Esto no solo se queda ahí sino que aventura hipótesis para el futuro de la humanidad, no fuera del marco científico y dentro de la teoría de las súper-cuerdas y multi-dimensiones. Lo interesante aquí es que no pierde de vista cómo estas implican al ser humano y evita dejarlas como simples teorías matemáticas.
Los problemas son evidentes: la amplia cantidad de temas, la diversa cantidad de información y la articulación perfecta con una línea narrativa simple vuelve el producto final un objeto complicado de cerrar a la perfección. Las actuaciones son pertinentes se convierten en irrupciones fuertes que no se condicen con el momento del film: pienso en la conversación entre la Dra. Brand (Anne Hataway) y Cooper al escapar de una ola gigante en una de los planetas que visitan o el Dr. Mann (Matt Damon) en su breve aparición no deja explicar muy bien el giro que toma: no hay tiempo para articularse como sujetos claros. Es evidente que estos problemas surgen por la cantidad de hilos, tanto narrativos como conceptuales que quedan abiertos, y el tiempo que necesita el film para cerrarlo: las casi tres horas no son suficientes para esto. Esa sensación sí puede ser considerada un obstáculo para el disfrute pleno del film. El problema no queda ahí, ya que en el cierre es evidente que Nolan busca confundir con el guión mismo para tratar de dejar un final abierto que el espectador cierre desde su butaca. Tradicionalmente sería un aporte si la idea de truco de magia es la línea, pero la confusión es explícita y alta, como buscando cerrar rápidamente la película. Como se advirtió líneas atrás es el exceso la falla y el tiempo, uno de los temas centrales, curiosamente, no acompaña al film.
Nolan es quizá el estandarte de una nueva generación de directores, entre ellos David Fincher, Spike Jonze, Alonso Cuarón, Wes Anderson, que han encontrado el equilibrio perfecto entre el cine de autor y los blockbusters. Sospechamos que esta es una línea saludable para el cine y para expandir las posibilidades del mismo, produciendo películas inteligentes para las masas que acuden constantemente al cine. Mantener la línea, incluso con films no tan redondos como este, es un acto saludable para el cine y para el cerebro de los espectadores.
[1] No me equivocaría en inscribir este film en el género del western o en lo que Gilles Deleuze denomina imagen-acción. Esto por dos razones: a) la confrontación del hombre a la naturaleza y b) la presencia del duelo en espacio abierto. Por ello, es fácil que la acción tenga lugar y los personajes se inscriban en esta tensión con facilidad. Por ello, el film no decae en acción en ningún momento.
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