Aimara: origen de la lengua y origen del nombre. Algunos nuevos apuntes sobre el tema
Introducción
La lengua aimara constituye la segunda lengua andina con mayor difusión en el territorio sudamericano. Fue también la segunda hablada por los incas históricos, luego del puquina, y antes de utilizar el quechua como lengua general. Sin embargo, su estudio suele quedar relegado por sus características léxicas y, sobre todo, por una compleja morfofonolgía. Las investigaciones actuales han revelado hechos que hasta hace poco no se conocían del origen de esta lengua y de su desplazamiento en territorio andino. ¿Cuál es su lugar de origen?, ¿qué significa el nombre aimara?
Resumen
-La familia lingüística aimara está constituida en tres lenguas: por el jaqaru, el cauqui y el aimara. Esta familia cuenta con aproximadamente tres millones de hablantes repartidos en Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
-Esta familia lingüística se divide en dos ramas: la central constituida por el cauqui y el jaqaru; y la sureña constituida en la actualidad por una sola lengua denominada aimara desde época colonial. La primera se habla en la zona de Yauyos, en el departamento de Lima. La segunda, en la zona del Sur del Perú, el norte de Bolivia y el norte de Chile.
-La teoría más aceptada, y contraria a lo que se pensaba tradicionalmente, sobre el foco de origen de esta lengua remite a la zona central del Perú y no en el sur. Desde este lugar se extendió hacia el sur. La evidencia de esto reside en el alto número de nombres de origen aimara repartidos en estos territorios usados para nombrar lugares.
-El significado del nombre “aimara” es aún esquivo para los investigadores. Sin embargo, parece remitirse a tierras de uso comunal repartidas a lo largo del territorio andino, las cuales eran trabajadas en ritos con música y cantos.
La familia lingüística aimara
El aimara suele postergarse en los estudios lingüísticos frente al quechua. Las razones serían dos: no se encuentra vinculada en el imaginario nacional con el pasado incaico y es una lengua de acceso complicado para el aprendizaje. En primer lugar, tradicionalmente se vincula esta lengua con el país vecino boliviano y con la cultura Tiahuanaco. Esta es una visión parcial del asunto ya que, como hemos mencionado en notas anteriores, se sabe que la segunda lengua de los incas fue el aimara. Antes que ellos, el imperio Tiahuanaco y Wari parecen haber sido usuarios de la misma y haberla difundido por casi todo el territorio peruano, incluyendo costa y sierra. Dos ejemplos: el propio nombre Cuzco tiene origen aimara con el significado de “lechuza” y el nombre Lima, la capital del Perú, presenta el sonido inicial modificado como lo tienen todas las palabras con “r” de origen quechua usadas en territorios donde se habló previamente aimara. Este es el motivo del paso de rimac a limac y luego a lima; y de runa-wanay a lunahuaná. Es decir, fue una lengua con una fuerte expansión en territorio del actual Perú antes de la difusión del quechua.
Ahora bien, la misma fue abandonada por los incas. Esto tuvo lugar en el gobierno de Huayna Cápac y fue el momento en que adoptaron el quechua, al parecer, por motivos comerciales. Al llegar los conquistadores españoles, encuentran a los incas hablando quechua y, al ver su alta difusión, la reconocen como “lengua más general”. El adjetivo “más” da cuenta de que existían otras con amplio uso, pero que esta estaba por encima de las otras mayores, a saber, el aimara, el puquina y el mochica.
En segundo lugar, en el aimara se pueden advertir ciertos aspectos complicados para el oído castellano y, con ello, una barrera inicial para su aprendizaje. Por ejemplo, un fenómeno propio de esta lengua es la caída de vocales para advertir la presencia de algún proceso gramatical. Por ejemplo, tenemos el verbo “apa-” que significa “llevar”. A este verbo se le añade un sufijo de segunda persona “-ta” y la marca de objeto también “-ta” produciendo una forma “apa-ta-ta”, pero, por una demanda del nivel oracional, se pronuncia <aptt>. Esto se traduciría como “tú llevas eso”. Este término es de difícil pronunciación para un hablante de castellano. Esta sería una razón, entre otras, por las cuales puede resultar el quechua una lengua más accesible para un hablante foráneo.
El conjunto de estas lenguas constituye una familia lingüística denominada de tres formas distintas por los investigadores en las últimas décadas: familia aru, por el lingüista sanmarquino Alfredo Torero; jaqui, por la lingüista estadounidense Martha Hardman y aimaraicas, por el lingüista de la PUCP Rodolfo Cerrón Palomino.
En esta nota usaremos el último por corresponderse, además, con la forma en que el sacerdote jesuita colonial Ludovico Bertonio, el primer gramático del aimara, utiliza en sus trabajos pioneros sobre esta lengua.
Como comentamos, esta familia está constituida por tres lenguas: el aimara, el jaqaru y el cauqui. La primera ubicada en la zona sur del Perú, Bolivia y el norte de Chile. A esta rama se le denomina también aimara sureño. Las otras dos lenguas se ubican en la zona de Yauyos en el departamento de Lima. A esta rama se le conoce también como aimara central. De esta manera, las ramas sureñas y centrales constituyen la familia lingüística aimaraica.
En la actualidad, contamos con cuatro millones de hablantes de esta lengua: cerca a 1, 462, 286 en Bolivia; 443, 248 en Perú tanto en el sur como en el centro; 41, 000 en el norte de Chile y 35, 000 en Argentina. Este último número ha aumentado debido a los fuertes procesos migratorios procedentes de Bolivia.
Origen de la lengua y desplazamientos
Hay dos momentos en las investigaciones sobre el origen de esta familia lingüística. Podríamos denominar al primero como la etapa temprana y al segundo como etapa contemporánea. La primera podemos ubicarla en los años finales del siglo XIX e inicios del XX. Esta etapa está marcada por dos rasgos: el inicio de las investigaciones formales sobre el mundo andino y por el fuerte nacionalismo de los primeros años de vida de los países de sudamérica. Por un lado, es una época donde diversos investigadores, principalmente extranjeros, se interesan en el pasado andino. Es una época de descubrimientos iniciales donde se empezaba a comprender el alcance de estas culturas. Por otro lado, en esta etapa todo elemento que ayude en la construcción de una identidad nacional era fuertemente custodiado. Un elemento de esta naturaleza eran las lenguas que hablaban las culturas identificadas con estos países. Así, por ejemplo, se vinculó al quechua con los incas y el Perú y el aimara con Bolivia y la cultura Tiahuanaco, por ejemplo.
El segundo momento, la etapa contemporánea, corresponde con un perfil científico en el estudio de estas lenguas e inicia desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. En esta se cuenta ya con materiales claramente fijados y metodologías de investigación destinadas a validar evidencias con mayor objetividad que en épocas previas.
Revisaremos dos hipótesis de cada uno de estos momentos de manera breve. Paso seguido, trazaremos el trayecto geográfico que han seguido desde su foco de origen hasta los lugares que ocupan las tres lenguas en la actualidad.
En la primera etapa tenemos al viajero y fundador de la lingüística andina Ernst Middendorf quien propuso en 1891 la hipótesis del origen norteño de esta lengua. Según este autor, el aimara tiene un origen centroamericano y se habría desplazado rumbo al sur hasta la meseta altiplánica. Para sustentar su hipótesis usó evidencia lingüística y arqueológica. Por un lado, el investigador alemán alegó que existe un amplio número de nombres de lugares de origen aimara en la zona norte con dirección al sur. Esta hipótesis se vería respaldada por la presencia del enclave lingüístico aimara en Yauyos y por la fuerte toponimia aimara en la zona del Cuzco y derredores. Además, y como acuñó el naturalista italiano Antonio Raimondi en 1864, no son solo dos lenguas de origen aimara en dicha zona, sino ocho distribuidas en Huantan, Carania, Huaquis, Quisque, Cusi, Tupe, Cachuy y Pampas . Sin embargo, su número iba en declive en esta época y era más evidente su presencia en el sur del Perú. Esto daría cuenta de la dirección que siguió la lengua al adentrarse en territorio andino. La evidencia arqueológica para advertir el desplazamiento norte sur es la presencia del dios de las varas en Chavín y en la Tiahuanaco. Esta relación, complicada de explicar aún para la arqueología actual, evidencia la ruta que los nombres de lugares y la cantidad de hablantes ya habría advertido. Esto porque Chavín se reconoce anterior a la cultura Tiahuanaco, pero al presentar la misma deidad, se asumiría un vínculo y una movilización de Chavín hacia Tiahuanaco, del centro hacia el sur.
Ya a inicios del siglo XX, el historiador británico Clements Markham defiende que el quechua presenta mayor presencia en el área andina y que el aimara solo aparece en pequeñas islas en el centro y el sur del Perú. Vale mencionar que estas ideas fueron respaldadas por José de la Riva Agüero con un fuerte ímpetu contra Middendorf, ya que consideraba su hipótesis del origen norteño como extranjerizante, es decir, que reducía la importancia del Perú como cuna de cultura.
Bajo esta idea, otra vez, la diversa toponimia aimara y la isla del aimara central serían producto del desplazamiento de mitmas, mano de obra móvil de origen inca, relocalizados en estos territorios. De esta manera, el historiador asume que esta lengua fue traída por la mano de obra del imperio y, por ello, no se puede visualizar una continuidad territorial entre estas. Es más, la información documental y el alto número de hablantes de esta lengua en el sur del Perú y sobre todo en Bolivia sugiere la idea de que esta habría tenido un origen más sureño incluso.
Ya bien entrado el siglo XX, Alfredo Torero nos propone la hipótesis del origen central. Para él esta lengua tiene como origen la zona comprendida entre la actual Chincha y Nasca. Luego, se habría desplazado en el siglo IX hacia el sur configurando un aimara primigenio que daría lugar a la variedad sureña. La misma se habría adentrado en el altiplano en el siglo XIII. En términos de historia social, el primer momento de esta lengua corresponde con la etapa de nasquización de Ayacucho hacia fines del intermedio temprano; la segunda con el auge y desarrollo de la cultura huari durante el horizonte medio. Al parecer el avance de esta variedad inicial del aimara se habría frenado y entrado en contacto con la variedad de quechua que da lugar a las dos ramas conocidas y sobre las que ya hemos hecho una nota.
Historia del nombre
Las investigaciones recientes sobre el nombre aimara dan cuenta de que este no sirvió en un inicio para denominar ni a la lengua ni menos a los pueblos que la utilizaban. Pero sí fue utilizada para hacer referencia a un grupo étnico de la región sur del Perú. Es más, no tenemos aún una hipótesis final sobre cuál es el significado del término.
El nombre “aimara” es una forma adaptada de “aymaray”. Esta última se registra en Guamán Poma de Ayala en 1615 y es él mismo quien la castellaniza a “aymara”. Este nombre hace alusión a un grupo étnico conocido como los aymaraes por Betanzos (1551) y Sarmiento de Gamboa (1570). Este grupo étnico estaba situado en Abancay en el curso alto del río Pachachaca. Este territorio fue conocido luego como provincia de “aymaraes” justamente por la presencia de este grupo. Hasta acá podemos advertir que el nombre perteneció primero a este grupo y luego pasó a nombrar a la lengua.
La lengua que hoy denominamos aimara fue conocida ampliamente como “la lengua de los Collas” o “lengua colla”. Son los cronistas Cieza de León y Pedro Pizarro quienes se refieren así a dicha lengua por información de los incas quienes los llamaban de esta manera. Recién en 1559 Juan Polo de Ondegardo denominó a esta etnia como aimaras. Dicho nombre lo obtuvo justamente en el Collao, en la zona de Puno, de una pequeña colonia de mitimaes hablantes inicialmente de quechua. Estos eran mano de obra inca que provenía del Cuzco y habían incorporado la lengua local. En 1559, el licenciado Juan Polo de Ondegardo, corregidor del Cusco, escribe la relación “De los errores y supersticiones de los indios” tras haber convocado una junta de «indios viejos que habían quedado» (de la época inca) para que le proporcionarán información sobre los usos de estas personas. Estos le sirvieron de informantes. Gracias a él, se empezó a usar el nombre de la etnia trasplantada como nombre de todo el idioma. De esta manera, en las publicaciones producidas por el III Concilio Limense (1584-85), donde se incorpora un extracto de la mencionada obra de Ondegardo, aparece por primera vez la palabra “aimara” explícitamente aplicada a la lengua.
El uso de este término se extiende con el tiempo y en 1612, con la publicación del “Vocabulario de la lengua aimara” de Ludovico Bertonio, se establece de manera definitiva hasta nuestros días.
La pregunta acá es: por qué pasó este término a denominar a la lengua. Una hipótesis fue propuesta por Markham y Tschudi. Ellos plantean que el nombre de la lengua fue impuesto por los misioneros ubicados en la provincia de Juli, Puno, como comentamos líneas arriba, y serían quienes les enseñaron la misma a los misioneros jesuitas. Lo curioso de esta hipótesis es que supone que estos aimaraes eran hablantes de quechua y habrían aprendido aimara en el altiplano. Esta tesis ha sido revisada ampliamente y en muchos puntos desmentida. Middendorf fue quien descubre que la lengua del lugar desde donde fueron transportados los aimaras sí era el “aimara”, solo que dicho territorio había sido recientemente quechuizado por la expansión incaica. En la actualidad, se asume que quizá estas lenguas, aimara y quechua hayan coexistido en este territorio, ya que hay información donde se usa “quechua” para referir se al quechua y al aimara también. Por otro lado, el historiador boliviano José María Camacho desmiente el rol de los jesuitas. Él nos comenta que los jesuitas llegaron a Juli recién en 1577 y que desde por lo menos quince años antes ya se le denominaba así a esta lengua. Además, es posible encontrar el término aimara para denominar a las “naciones aimaraes”. Estas naciones sería: los canchis, aimaraes, canas, contes, collas, lupacas, pacajes, charcas, carangas, quillacas y otras más referenciadas en el tercer concilio limense de 1584. Con estas críticas a la hipótesis de Markham de demostrarían dos puntos: que el origen de la lengua no es el altiplano y que además su uso se extendía por toda la región andina.
Pero ¿cuál es la etimología de la palabra? Como advertimos líneas atrás, el origen es oscuro. Sin embargo, podemos conocer algo sobre ella por los diccionarios antiguos y los estudios recientes. En primer lugar, tres diccionarios antiguos de Bertonio, Polo de Ondegardo y de Santa Cruz Pachacuti nos dan información sobre la raíz, pero con poca sistematicidad. Por ejemplo, Bertonio indica que “ayma-” remite a un baile antiguo que se realiza cuando sus hablantes iban a la chacras. Polo de Ondegardo identifica una fiesta llamada “ayma” y Santa Cruz Pachacuti hace referencia a un himno o cantar llamado “ayma” también. Esto nos advierte una conexión entre estos términos. Más allá de ello, no encontramos más información sobre esta raíz. Vale indicar que investigaciones anteriores, llevadas a cabo por Rodolfo Cerrón Palomino, identifican la morfología del término con el sufijo “-ra” de aimara antiguo con valor de multiplicador y el sufijo “-y” con el valor de localizador. Ambos sufijos han entrado en desuso en la variedades actuales y se encuentran principalmente en topónimos de raigambre aimara. Hasta este punto, tenemos entonces por “aima-ra-y” como un lugar donde hay muchas “aymas”, raíz sobre la que no tenemos aún fuente. Es en 1984 que los investigadores Büttner y Condori encuentran la glosa “jayma” con el valor de “rito religioso”. Los indicios conducen a pensar que existió un tipo de rito agrario de canto y baile relacionado a la utilización de cierto tipo de terrenos. No se puede ir más allá y queda en el misterio por qué se asociaría a esta etnia dicho nombre.
Nuevo alcances sobre el origen y difusión
En los últimos años, el investigador francés Cesar Itier ha puesto en revisión mucho de lo comentado en este texto. Para él, las lenguas del mundo andino tienen un origen prehispánico, con carácter funcional-ecológico-político y atienden a una clasificación del espacio bastante más compleja que la contemplada por Torero y Cerrón-Palomino. Ahora bien, para entender el nombre aimara se hace referencia necesaria al nombre quechua. En ese contrapunto observamos la idea general de Itier.
Para Itier, el nombre quechua (qhichwa simi) tiene un origen indígena prehispánico y forma parte de un sistema inca de clasificación ecológica y funcional de las lenguas. Qhichwa no designaba inicialmente una etnia ni una lengua en sentido moderno, sino el piso ecológico de los valles templados, espacio privilegiado de colonización interna del Tahuantinsuyo. La qhichwa simi era, así, la “palabra/idioma de los valles”, entendida como un repertorio de instrucciones y prácticas lingüísticas estatales (simi en sentido normativo y autorizativo) utilizadas para la administración, la producción y la comunicación interétnica en las quebradas. En contraste, aimara no habría sido originalmente el nombre de una lengua, sino un etnónimo y una categoría político-territorial asociada a las poblaciones de las alturas (puna); solo tardíamente, en el período colonial, ese nombre se fijó como glotónimo. Para Itier, los incas distinguían al menos tres dominios lingüísticos: la inka simi (lengua propia de la élite cuzqueña), la qhichwa simi (lengua vehicular de los valles) y las lenguas de las alturas (hawa simi), entre las cuales se encontraba el aimara, concebido más como lengua local que como lengua general.
Esta propuesta contrasta con Torero en que, aunque ambos defienden el origen indígena del glotónimo quechua, Torero entiende qichwa ante todo como un término ecológico general que pudo aplicarse a diversas lenguas habladas en valles templados (incluido el aimara), y sostiene que solo posteriormente el español lo fijó como nombre propio de una lengua. Itier, en cambio, insiste en que qhichwa simi fue ya en época inca una denominación lingüística funcionalmente especializada, ligada a la política estatal y a procesos de koinetización en los valles del centro-sur. Frente a Cerrón-Palomino, el desacuerdo es más radical: Cerrón sostiene que los incas no tenían glotónimos propiamente dichos y que “quechua” sería una atribución española, derivada del nombre de un grupo étnico del entorno cuzqueño, mientras que los indígenas se habrían referido simplemente a “la lengua” (siminchik). Itier rechaza esta tesis por falta de respaldo histórico y muestra, con abundante documentación colonial en quechua y aimara, que qhichwa simi y qhichwa aru eran denominaciones indígenas vivas, integradas en una conciencia lingüística inca compleja y no primitivista.













































