En la noche previa a la partida cene rápido y me fui a descansar temprano. Pensaba en la apertura que jugaría y revisaba mentalmente algunas líneas cuando al lado de mi casa empezó a retumbar estruendosamente el vaivén de una sonora celebración. Ni que decir que apenas pude pegar los ojos. Cuando al fin pude dormir el cielo estaba aclarando lentamente.
La partida con Siclla se definió rápida y dolorosamente, no hubo ciertamente mucha resistencia de mi parte y las tablas que ofrecí fueron apenas un manotazo de ahogado. Sabía que si ganaba era solo cuestión de empatar el resto de partidas pero ahora la escalada se presentaba pedregosa y peligrosa. Peor aún porque después de comer el sueño y el cansancio se asociaron para doblegar cualquier esfuerzo mental. Y las jornadas eran a doble ronda. La siguiente partida fue un reflejo de lo que ocurrió en la mañana y así mi sueño de conocer tierras ibéricas se fue esfumando lenta y paulatinamente entre jaques y escaques.
Tuvieron que pasar algunos años, catorce exactamente, para que mi sueño de conocer Europa se vuelva realidad. Influyeron para ellos muchos factores, afectivos, emotivos y laborales. Y también vale decir mucha pero mucha suerte que a veces es sinónimo de esfuerzo y otro de oportunismo.
Sucedió como suceden las cosas cuando tienen que suceder. Estaba yo en la intriga de saber cómo hacer para llegar a España y darle alcance a mi novia. En ese entonces me parecía más un sueño o una fantasía que una posibilidad. Era Setiembre y el débil frío limeño, en comparación al recio invierno Europeo, se retiraba lentamente dando paso a la cálida primavera. Me dirigía a uno de mis muchos entrenamientos en el club Terrazas de Miraflores, salude distraídamente a mis amigos y justo antes de meterme a la piscina me inmiscuí sin querer en la conversación de mi viejo amigo Alan. Él le contaba a otro nadador que había escuchado que estaba llevando gente a España como Salvavidas. Tiempo después aprenderé que dicho concepto acepta muchos sinónimos. Salvavidas, Socorrista acuático, Guardavidas.
Le pregunte a Alan cómo era la cosa y me dijo que un ex-policía retirado preparaba salvavidas para viajar a
España. Le pedí su número y lo llame el día siguiente. El mencionado preparador se llamaba Luis Hermoza y me dijo que dictaba sus clases en una piscina de los Breña y los Olivos. Los Olivos me parecía demasiado lejos considerando que trabajaba en Surquillo y además tenía que llegar en hora punta así que decidí ir a Breña sin considerar el tráfico del centro de Lima. Llegar a la piscina de Breña resulto ser más difícil de lo planeado pero al fin cruzando la Casa del Pueblo y algunas calles hostiles llegue a un colegio particular aunque ya era algo tarde. El empleado no me quería dejar entrar porque las clases ya iban a terminar y yo le insistí bastante. Al final lo convencí porque le decía que si me dejaba afuera me iban a robar y que no era de ahí. Entre tranquilo, camine hacia adelante y llegue a la piscina. Vi algunos chicos nadando. No nadaban bien ciertamente pero lo hacían con esfuerzo. Todos ellos tenían en la mente ser seleccionados como salvavidas y viajar a España. El argumento del profesor Hermoza era claro: todos tienen posibilidades pero eso si deben de estar puntuales en sus pagos. En mi caso particular tenía que abonar la suma de S/. 450 y me aseguraba el certificado de salvavidas requisito indispensable para viajar a España. Había muchos que estaba entrenando hace meses pagando S/. 100 mensuales pero yo había entrado tarde y no tenía alternativa. Así que ya estaba en camino hacia la península ibérica.
El primer entrenamiento fue muy sencillo en realidad para alguien quien como yo nadaba 3000 metros diarios al menos. Fácil nadamos menos de 500 metros y me tranquilizo no ver a ningún nadador entrenado. La segunda clase hice una prueba simulada de lo que sería le selección: nadar 50 metros lo más rápido que pueda, tomar aire y bucear 18 metros para luego recoger un muñeco sumergido de unos 30 kilos, llevarlo 10 metros hacia el final de la piscina y luego traerlo de vuelta 25 metros. En total 100 metros que tienen que hacerse en menos de 2 minutos con 30 segundos. Para haber sido la primera vez y falto de conocer aún algunas técnicas de salvataje creo que hice un respetable 2 minutos 14 segundos. Por supuesto aun me faltaba algo “importante”, digo importante entre comillas porque después aprendí que lo más importante era estar al día en los pagos. Pero bueno lo importante en ese momento era completar las 300 horas del curso. Dichas 300 horas difícilmente las completaría aún yendo todos los días y hasta sábados pero tenía la palabra del profe de que eso se podría arreglar. Yo estaba confiado además porque tenía uno de los tiempos más rápidos y además estaba al día en mis pagos, pero por si acaso empecé también a ir a Los Olivos. La piscina de Los Olivos queda en el Palacio de la Juventud y debo decir que está muy bien diseñada y que los chicos que vi entrenando natación lo hacían con mucha fuerza y tenían muy buenos tiempos. Imagino que en algún momento cercano darán mucho que hablar. Fue un tiempo también de encontrarme con mi amada quien vivía justo al frente del Palacio de la Juventud. Estas casualidades me hacían meditar y ver que de alguna misteriosa forma iba por el camino correcto.
No puedo ser mezquino con el profe, ciertamente mucha de sus enseñanzas me son de utilidad ahora y su experiencia seguramente es basta y completa. Sus prácticas en el río Ñaña, a las que no pude asistir, y en el mar, en las playas Yuyos y El Silencio fueron el complemento a las clases en la piscina. Me contaron que también fueron con los chicos al bravo mar de Ventanilla y el profe incluso se metió a enfrentar las olas y mostro parte de su talento. El siempre delicado tema económico es sin embargo uno de sus puntos débiles así como su hablar adulador y poco claro. Recuerdo muchas de sus palabras y promesas que se quedaron en el aire como la firma de nuestro certificado por parte del Presidente de Cruz Roja así como el hecho de acompañarnos en la prueba final que finalmente no se dio por causas aún desconocidas para mí.
Pero ahí estaba yo, junto con los otros chicos y chicas que se habían preparado durante meses para dar la prueba, reunidos cerrando un círculo al lado de la piscina de Breña. El profe empieza con su ya acostumbrado palabreo inicial y poco a poco nos encara con una dura realidad, la prueba la íbamos a dar solos y además no eran 15 metros de buceo si no 18. No era una mayor preocupación para mi al menos dado que 15 ó 18 metros no hacían la gran diferencia cuando podía fácilmente hacer la piscina completa pero su lavada de manos me indigno. No podía ser de otra manera cuando todo el tiempo nos había prometido ayudarnos a la hora de la prueba de algún u otra forma. Tiempo después me enteraré los verdaderos motivos de su actitud. Pero en ese momento no pude más que alzar mi voz y tratar de aclarar las cosas. Resulta que en resumidas cuentas por alguna razón poco clara la empresa española Sport & Salvament iba a realizar personalmente la evaluación y que el no iba a tener ninguna injerencia. Reclame también por la prueba, no porque no la pudiera pasar, si no porque sabía que iba a ser una espada de Damocles para la mayoría de los chicos y no era justo. No era justo que les robaran sus esperanzas y sus sueños de buscar una vida mejor. Sin embargo tampoco podía ser muy agresivo dado que desconocía las implicancias que ello pudiera tener. Entonces fiel a su estilo el profe siguió con su charla. Nos indicó que la prueba sería tomada en el YMCA de Pueblo Libre dentro de una semana un sábado y un domingo. Sabía bien quienes pasarían y quienes no porque en una semana era imposible mejorar sustancialmente. Sin embargo no faltaron los optimistas y ayayeros que indicaron que si era posible pasar si venían a nadar todos los días. Me sorprendió que casi nadie pregunto nada y apenas reclamaron aunque viéndolo en retrospectiva era algo casi previsible. La gente había pagado por entrenar y eso fue lo que le dieron. Todos eran en su mayoría gente desempleada o subempleada sin una educación privilegiada y sobre todo de una clase social baja. No era nada descabellado suponer que muchos de ellos habían pasado por situaciones injustas similares y que sus reclamos no habían sido oídos nunca. En tal estado emocional cabía esperar que esta complicidad ingenua y desesperanzada.