Hace algunos años como parte de nuestra preparación para la confirmación los hermanos de mi muy querido colegio La Salle nos obligaron a participar en un serie de obras sociales. Muchos recuerdos se me agolpan en la cabeza, que imagino serán motivo de otros post, pero el que me viene a la mente ahora es una anécdota que nos sucedió a Jorge Chocano y a mí. Como todos los sábados teníamos que estar puntuales en el colegio y de ahí tomar un micro hacia La Parada (Tacora) que era donde se encontraba la casa de las Hermanas de la Caridad.
Entrámos asustados, bueno ya veníamos asustados desde hacía rato. En el trayecto no era difícil ver pirañas, rateros, fumones o mendigos. Muy cerca de la casa ví con asombro una pira de sandalias hechas con cuero de llantas. Era enorme, fácil alcanzaba una altura de dos metros. Más allá un mercado de frutas (imagínense el olor). Más allá gente caminando con el torso descubierto, algunos mostrando sus cicatrices de diversas peleas. Nada del otro mundo, solo una Lima que pocos conocen y menos aún se atreverían a conocer. Pero es la Lima de mucha gente.
Ni bien entrando a la casa preguntamos: “¿Ahora que hacemos?” No hubo respuestas. Hagan lo que su corazón les dice. Perdón? Que hiciéramos qué?. Felizmente estaban los hermanos para ayudarnos. Ustedes chicos vayan por allá y ustedes vengan para acá. Tomen escobas y trapeadores y a limpiar. Los otros vayan al segundo piso a lavar ropa. Los otros a dar de comer a la gente.
En verdad había mucho que hacer y pocas manos y además pequeñas. Barrimos, lavamos, limpiamos. En medio de todo un niño con hidrocefalia nos miraba, más allá un loco escupía al suelo y lo limpiaba, volvía a escupir y lo limpiaba. El chico estaba limpio, extrañamente limpio para un lugar así y no parecía pobre en su aspecto. Pero estaba ahí escupiendo y limpiando el piso durante horas.
Poco antes de salir doy una última mirada. Un viejo nos hace un gesto de lejos, encierra su mano formando una O con los dedos y la mueve de arriba para abajo. Yo sonreí. No se me ocurría nada más a los 15 años. Con Jorge habíamos pedido permiso para salir unos minutos antes de la hora porque teníamos que hacer. No se nos ocurrió que seríamos los últimos en regresar.
Renzo: “Jorge, ¿sabes cómo regresar?”
Jorge: “Si normal, he visto varios carros que nos pueden llevar”
Caminamos de prisa y mirando a todos lados. No era para menos. Debíamos además esquivar la basura, al menos por unas cuadras hasta que al fin llegamos a un lugar más despejado.
Jorge: “Es por allá”
Renzo: “Ok, vamos”
Policía: “Señores, sus documentos”
¿Perdón? ¿Documentos? ¿Qué documentos?
Policía: “A ver señores sus documentos”
Jorge: “No tenemos documentos, somos menores de edad”
Policía: “Así que no tienen documentos”
Renzo: “No señor, venimos de la casa de la caridad, venimos de ayudar a los pobres”
Polícia: “Mendoza, estos no tiene documentos, súbelos”
Sin apenas darnos cuenta ya nos habían subido a un micro de color celeste y nos estaban llevando muy lentamente a la comisaría. En el camino subió mucha más gente, la mayoría de ellos trabajadores que habían olvidado sus documentos o simplemente no los tenían.
Eran épocas difíciles es cierto, tiempos del toque de queda, de los atentados en Tarata y Canal 2. Pero nosotros éramos chicos de 4to de secundaria. Era un atropello lo que estaban haciendo con nosotros! Pero como reclamar. Mi amigo Jorge estaba más o menos tranquilo. Yo también, como una lechuga casi. Pero me asustaba que mis padres no supieran en donde estaba y que no se fueran a preocupar al menos hasta las 6 de la tarde.
Al llegar a la comisaría nos bajaron, nos hicieron formar y nos pidieron que nos quitemos toda prenda de la cintura para arriba. Yo pensaba: “estos están locos, ¿acaso quieren vernos los tatuajes?” Poco a poco se acercaban, nos hacían mostrar los brazos y separaban a uno que otro. Había un tipo de unos 25 años, blanco, alto, bien vestido. “¿Qué miércoles hace aquí?” pensé. También fue separado del grupo.
Uno de los más muchachos más malandros y que también fue separado del grupo empezó a hacerse cortes en su brazo con un pedazo de metal. Yo lo miraba, su cuerpo entero estaba lleno de cicatrices en especial sus brazos. Y se estaba haciendo cortes sobre las cicatrices.
Renzo: “Jorge, mira”
Jorge: “Asu, qué hace”
Renzo: “Se esta cortando”
Jorge: “Lo que quiere es que lo lleven a un hospital para que no lo metan adentro” me dijo Jorge super canchero en estas lides.
Tombo: “Capi aquí este loco se ha cortado”
Capitán: “A ver”
El capitán se acerco rápido, miro al malandrín y lo pateó. “Así que te quieres pasar de vivo” Lo tiro al piso y lo volvió a patear. La sangre manchaba el piso y los lugares por donde pasaba el cuerpo del chico. Calculo que no tendría más de 20 años.
Capitán: “Mendoza quítele la ropa y lo revisa bien por si tiene escondido algo”
Tombo: “Si mi capitán”
Capitán “Y traiga limón para la herida y si no tiene limón échele ají para que se acuerde”
Tombo: “Si mi capitán”
Y lo desnudaron. El chico apenas ofreció resistencia. Estuvo así por un buen rato. Luego lo llevaron a una carceleta pequeña, le dieron sus ropa, se vistió, lo sacaron y no supe más de el.
Después de esto nos vestimos y nos tomaron los datos. Casi todos eran mayores excepto tres. Mi amigo, yo y un chico que vestía una chompa a cuadros de colores celeste y azul. Nos llevaron a la misma carceleta de 1 x 2 metros. Apenas cabíamos, pero me alegro porque eso significaba que nos veían como menores de edad. Yo ya estaba pensando que decirles a mis papás cuando nos den la oportunidad de llamarlos. Pero no paso así.
Capitán: “¿Y a ustedes quién los ha metido aquí?”
Jorge: “Nos pusieron aquí por ser menores de edad”
Capitán: “Mendoza, llévalos a la carceleta grande!”
La carceleta grande era el lugar en donde estaban todos los demás detenidos. Era oscuro, sucio, maloliente y estaba terriblemente tugurizado. No había donde sentarse. Y no solo por la gente. El piso estaba lleno de escupitajos y barro entre otras cosas. Yo pensaba que ojala no tenga ganas de ir al baño, porque si aquí es así como será allá. Al decir allá me refería aun lugar ubicado en un rincón, que no tenia ni puerta ni ventana, apenas cercado por un muro de 1 metro de altura en cuyo centro había un hueco oscuro. Ni hablar, busque un buen rato algún lugar despejado para sentarme hasta que encontré un espacio no tan sucio, apoye mis posaderas y cerré los ojos.
Jorge: “Renzo, que hacemos”
Renzo: “Hay que esperar, en algún momento nos dejaran hacer una llamada”
Jorge: “Pero hay que hacer algo, tengo miedo” Y mi amigo rompió a llorar
Renzo: “Tranquilo compadre, que aquí todos estamos igual, además la gente que esta aquí no son choros o delincuentes, solo son trabajadores que no tenían documentos y no nos van a hacer nada.”
Mire a mi alrededor, en realidad con esas caras fácil que la mayoría eran rateros, pero no podía hacer nada y tenía que animar a mi amigo.
El otro menor de edad se nos acerco. Durante nuestra corta permanencia en la carceleta chica conversamos un poco y nos habíamos conocido. En lo personal me caía bien. Uno puede darse cuenta cuando una persona es transparente y respetuosa.
Renzo: “¿Y tu que harás?”
Juan: “La verdad no se, en mi casa ya deben estar preocupados”
Renzo: “En mi caso no se van a preocupar hasta más tarde”
Jorge: “Pucha, ¿por qué no nos quedamos con los demás?”
En eso se acerca el capitán.
Capitán: “Muy bien señores, aquí tienen para 24 horas, pero si alguno quiere salir más rápido son solo 5 lucas”
Y se fue. Así no más, tranquilo, rápido, sin problemas, el tipo nos estaba coimeando. Y no teníamos que haber pasado una luz roja o entrar en contra por una calle. Nos coimeaba en el corazón de su comisaría, sin que se la caiga la cara de vergüenza. Yo a mis 15 años sencillamente no lo podía creer. Era el desplomé de todos mis valores sociales en un segundo.
Uno de los presos, porque eso éramos, empezó a pedir sencillo. “Por fa alguien no tiene 1 sol para completar?”, “Amigo, tengo 3 soles, es todo lo que tengo porfa, ayúdame con lo que puedas”
Por alguna extraña razón no se acerco a nosotros. Y mejor, porque nos hubiéramos muerto de miedo. La mayoría de los ahí presentes estaban muy sucios, algunos llenos de grasa. Me parece que muchos trabajaban en mecánicas o labores similares.
Renzo: “Jorge aquí tengo 10 soles”
Jorge: “Qué y por qué no me lo has dicho antes”
Renzo: “Lo que pasa es que si se lo decías al capi al toque fácil que se daban cuenta y me podían robar el billete, mejor acércate a la puerta y dile al tombo que llame al capi y le dices que 3 menores de edad x 10 soles”
Jorge volteo lentamente no tanto para mirar al tombo, si no para mirar a Juan. Sabía que no podíamos dejarlo aquí. Así que se armo de valor, se acerco al tombo y le dijo:
Jorge: “Jefe, puedes llamar a tu capitán”
Tombo: ” ¿Para qué chibolo?”
Jorge: “Es que tenemos aquí la plata para salir”
Tombo: “Ahora vengo”
Y se fue sin más. Ahora que lo veo en retrospectiva me da la impresión que el capi pidió muy poco. Pero también hay que tener en la cuenta que la mayoría era gente misia y bastante misia. Fácil que 5 soles era para ellos medio día de trabajo.
Capitán: “¿A ver cuánto tienes?”
Jorge: “Tenemos 10 soles que hemos juntado entre los tres”
Capitán: “A ver Mendoza, sácalos y llévalos a mi oficina”
El tombo abrió las rejas y nos sacó lentamente.
Tombo: “Vengan por acá”
Caminamos despacio, no era la gran caminata, eran solo 20 metros pero a nosotros nos pareció una maratón. Poco antes de llegar a la oficina del Capitán apareció otro oficial
Teniente: “Mendoza, a donde llevas a estos chicos”
Tombo: “A la oficina del capitán, Sr.”
Teniente: “Y ustedes que han hecho?”
Tombo: “Los levaron por no portar documentos Sr.”
Teniente: “Mendoza váyase a hacer sus cosas”
Tombo: “Como usted ordene teniente”
El tombo se fue raudo, mientras nosotros pensábamos que era nuestro fin. Aquí en persona estaba el mismísimo teniente! El mandamás de toda la comisaría.
Teniente: “Así que, ustedes son menores de edad”
Jorge: “Si, lo que pasa es que veníamos de prepararnos para nuestra confirmación y bueno no llevamos documentos y nos levaron”
Teniente: “Así que se están preparando para confirmarse. A ver dime los diez mandamientos”
Jorge: “Amarás a Dios sobre todos las cosas, no tomarás el nombre de Dios en vano, santificarás las fiestas, honrarás a tu padre y a tu madre, no matarás, no cometerás actos impuros, no robarás, no mentiras, no consentirás pensamientos ni deseos impuros, codiciaras los bienes ajenos”
Jorge estaba feliz, habíamos pasado la prueba, éramos libres! En eso el teniente se dirige a Juan.
Teniente: “A ver tu háblame de la Biblia”
Mierda! ahora si que nos van a meter presos. Juan no sabe absolutamente nada de la Biblia, es solo un pobre chico trabajador sin educación alguna, apenas habrá terminado el colegio. Ahora si que estamos en problemas. Nos van a descubrir e iremos a la cárcel para siempre!
Juan: “Bueno, la Biblia es la palabra de Dios escrita, tiene dos partes antiguo testamento y nuevo testamento. El antiguo testamento contiene toda la historia anterior a Jesús y es en alguna forma una preparación para el nuevo. El nuevo testamento contiene la vida de Jesús en los cuatro primeros libros que se llaman evangelios, están los evangelios según San Lucas, San Marcos, San Mateo y San Juan….”
Teniente: “Ok, ok, chicos váyanse nomás por allá es la salida y no se olviden de llevar sus documentos”
Nos miramos, miramos la salida, y empezamos a caminar no sin antes agradecer al Teniente por su atención. Ya veíamos la salida, yo en especial tenía hambre, empezaba a pensar en los sanguchones de Goyo en el colegio.
Tombo: “¿Oye tu, ya le pagaron al capi?”
Jorge se detuvo, en realidad era el que andaba más retrasado por un par de metros, no se por qué. Yo no llegué a escuchar la pregunta, solo recuerdo que cuando volteé no estaba ahí, lo vi un poco más allá conversando con el tombo. Seguí caminando, tal vez le estaba preguntando algún dato que se había olvidado. Salimos a la luz del sol. La gente pasaba como si nada hubiera sucedido.
Juan: “¿Esperamos a tu amigo?”
Renzo: “Si, de todas formas, no se por qué se demora”.
Juan: “¿Y si no lo dejan salir?”
Juan tenía razón, había que pensar en esa posibilidad. Era una terrible posibilidad, porque no quería dejar a mi amigo. Tal vez lo mejor en ese caso era llamar a mi casa primero y luego ver la manera de llamar a su casa. De repente Jorge asomó su cabeza por la puerta.
Renzo: “¿Jorge que pasó?”
Jorge: “El tombo me dijo que si le habíamos pagado al capitán”
Renzo: “¿Y que le dijiste?”
Jorge: “Le dije que tu ya le habías pagado”
Nos miramos, no pensamos y corrimos. Corrimos, corrimos, corrimos hasta que nos cansamos unas 15 cuadras más allá. No pensé que tuviera tanto físico. Después empezamos a trotar y luego a caminar.
Juan: “Amigos les invito a tomar un lonche”
Juan nos llevo por unas calles y pronto llegamos al lugar. El lugar era una carretilla donde servían emoliente, quaker y bizcochos. Aún no había llegado la era de la maca y la quinua. Nos presento a su prima que trabajaba con el y le explicó los pormenores del caso. En realidad fue uno de los lonches que más recuerdo. Algunos eventos unen mucho a la gente, este nos unió a nosotros. Poco después nos despedimos, intercambiamos teléfonos, solo por cordialidad.
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