Hace unos meses estuve en Panamá asistiendo a la conmemoración de los 25 años de la incorporación al sistema interamericano de la Convención interamericana para prevenir sancionar y erradicar la violencia contra la mujer. En esa celebración estuvieron mujeres que hicieron posible la adopción de la misma (Linda Poole de EE. UU., Georgina Leiro Rudolphy de Chile y Ana Lucina García de Venezuela), quienes con emoción nos comentaron cómo urdieron una estrategia para cumplir con este objetivo —lo que lograron— uniéndolas en una profunda amistad que hasta ahora perdura. De una u otra manera, en todos los países de la región hemos celebrado este hito tan importante en la conquista de nuestro derecho a vivir libres de violencia. Sin embargo, el evento en Perú ha tenido características muy singulares y que creo hacen de ella una celebración muy especial.
El Conversatorio del que les hablo tuvo 2 objetivos: reflexionar sobre los avances y retos para enfrentar la violencia contra las mujeres en estos 25 años, y recaudar fondos para apoyar a una alumna y futura colega quien enfrenta una dolencia en su salud.
Respecto del primer objetivo, luego de la participación de cada una de las docentes, quedó clarísimo que uno de los cambios más importantes en estos 25 años es que hemos aprendido a denominar cada una de las forma de violencia que siempre ha existido en contra de las mujeres: el feminicidio agazapado tras la figura del homicidio por emoción violenta, el acoso político ocultado con la invisibilizaciòn y el silenciamiento de las mujeres políticas (allí está el caso de Magda Portal y Haya de la Torre); el acoso laboral escondido tras conductas sexistas y chistes “subidos de tono” que pasaron del espacio físico al chat sin modificación alguna; la violencia sexual contra las adolescentes que mantiene sin descenso las tasas de embarazo a esa edad, hipotecando el futuro de nuestras compatriotas; así como el importante rol cumplido por la Corte Interamericana al hacer parte del Copur iuris interamericano a esta convención.
El segundo objetivo marcó un ambiente muy especial, porque nos recordó que en el corazón del feminismo y de nuestras conquistas esta la sororidad; es decir, la hermandad y solidaridad entre las mujeres. Esa otra fuerza que nos permite urdir estrategias, extender los brazos, estrechar las manos… en una palabra: unirnos. Y así nos unimos: con mujeres que estuvieron presentes y que vinieron de muy lejos, otras que prefirieron becar para que otras nuevas jóvenes mujeres se vengan a formar.
Una noche que nos recordó que la conquista de nuestros derechos la hacemos en colectivo. Somos muchas luchando en diferentes espacios, en diferentes tiempos, con diferentes armas, pero buscando superar los límites para poder volar.
Gracias por la oportunidad de participar en tan especial y singular noche junto a Julissa Mantilla, Violeta Bermúdez, Ingrid Díaz y Marlene Molero.