Buenas reflexiones sobre la economía, aparecida el dDomingo 15 de marzo de 2009
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La economía como ciencia blanda
Por Raúl Sohr
Los griegos aludían al Hibris como el pecado de la vanidad o desmesura que lleva a los hombres a creerse similares a sus dioses. Es evidente que los humanos no hemos aprendido a entender y menos aún a controlar a Mammon, el dios del dinero.
La actual crisis financiera y económica mundial es aún un misterio. Nadie sabe a ciencia cierta cuán profunda y prolongada será. Día a día se apilan nuevas cifras. En su mayoría son deprimentes y hablan de un desempleo creciente y baja del valor de las acciones. Pero, como ante todas las coyunturas están los optimistas, que no son muchos, pero que creen que las cosas mejorarán a partir del próximo año. En este campo están, por supuesto, autoridades que, creyendo o no en lo que dicen, deben inspirar confianza. A fin de cuentas, un porcentaje importante de la crisis depende de las percepciones ciudadanas sobre la gravedad de lo que nos espera. Del otro lado están los pesimistas, que estiman que habrá un antes y un después de la debacle financiera. Creen que las cosas ya nunca volverán a ser como antes. Ya muchos países están en recesión: han experimentado dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo o, lo que es lo mismo, sus economías decrecen. Los pesimistas otean el horizonte y ya pronuncian la palabra que todos temen decir en voz alta: depresión. No hay una definición universalmente aceptada sobre lo que significa, pero es mucho mas seria que una recesión. Una depresión económica como la que comenzó en 1929, llamada la Gran Depresión (GD I), duró una década y provocó hambre incluso en los países desarrollados.
Pese a que economistas, banqueros e ingenieros comerciales pontifican sobre las ciencias económicas, nadie puede decir cuán grave es la situación actual. ¿Es una fuerte turbulencia o, como dicen algunos, parte del sistema capitalista está en proceso de fundirse como en los tiempos de la GD I y nos encaminamos a la GD II?
Entre los cambios previsibles está un creciente papel del Estado. Si hay una idea que ha quedado muy maltrecha, por no decir muerta, es la de la autorregulación de los mercados financieros. La ilusión, con clara intencionalidad política, de que la economía podía separarse del resto de la sociedad para gobernarse por sus propias reglas, o “la magia de mercado”, como la llamaba el Presidente Ronald Reagan, están en bancarrota. Al dejar en libertad a los agentes económicos se secuestraba el poder desde las autoridades elegidas. El libre juego de los agentes económicos debía conducir al equilibrio óptimo de los mercados. La “ciencia económica” odia preguntas como ¿óptimo para quién? La ideología que propagó Alan Greenspan, que dirigió la Reserva Federal de Estados Unidos (Banco Central) de 1987 a 2006, favoreció, al igual que en Chile, una formidable concentración de la riqueza. Hoy Greenspan reconoce que erró pues su “modelo contenía fallas”. Pero no sólo estaba equivocado en cuanto a la teoría. La suma de todas las ambiciones y especulaciones no produjo el esperado balance. La banca de inversiones hizo trampa. Mediante el apalancamiento prestaron cantidades muy superiores a las que les estaba permitido. Y mucha gente hizo lo mismo: se endeudó muy por encima de sus posibilidades.
¿Nadie vio venir la crisis? Pocos, y uno de ellos fue George Soros, el rey de los inversionistas. Soros anunció, ya en 2007, la debacle que se avecinaba. Y, lo que es mucho más importante, tomó las medidas necesarias para reducir su exposición ante la inminente tormenta. Soros ha desarrollado una teoría que el denomina de la “reflexividad”. Ella consiste en que las personas basan sus decisiones no en la realidad sino que en la percepción que tiene de ella. No es lo mismo leer un mapa que estar en una calle y observarla. El conocimiento que tenían muchos banqueros sobre los “instrumentos estructurados de inversión”, como se denominaron los paquetes de deudas tóxicas que provocaron la crisis del subprime (menos que bueno), era muy remoto. Pero como todos suponían que quienes movían estos instrumentos eran instituciones serias, los bancos más prestigiosos, todos tenían confianza que todo estaba en buen orden. La reflexividad consiste en entender cómo las situaciones cambian las percepciones. El entusiasmo y el pánico son contagiosos y a veces bastan algunos incidentes para gatillar una estampida financiera. De pronto, los elaborados modelos de los más preciados departamentos de estudios resultan huecos. Los elaborados modelajes de la realidad económica resultan meros espejismos. Los que creyeron que la economía era una ciencia dura porque traducían los pensamientos, y preconceptos, a ecuaciones matemáticas descubrieron la futilidad del ejercicio.
Un aspecto central de la actual crisis es epistemológico. Soros lo llama reflexividad. Es el eterno dilema sobre cómo captar la realidad en toda su complejidad. Cómo eludir la gran tentación del reduccionismo y entender fenómenos que escapan a los esquemas racionalistas. Los griegos aludían al Hibris como el pecado de la vanidad o desmesura que lleva a los hombres a creerse similares a sus dioses. Es evidente que los humanos no hemos aprendido a entender y menos aún a controlar a Mammon, el dios del dinero.
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