Estimados blogueros:
Desde hace una semana viene generando mucha sorpresa y dolor el proceso iniciado por la Congregación para la Doctrina de la Fé del Vaticano contra la “Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas”, la institución que agrupa al 80 por ciento de las hermanas religiosas de los EE.UU.
A continuación una interesnate crónica de Fernando Torres denominada “El Vaticano y las religiosas de EEUU”, publicada en la Revista ALANDAR N° 289, junio de 2012. Por lo que he leído, hay mucha incomprensión de la Congregación para los interesantes avances teológicos y de fe de estas mujeres católicas.
Me parece que si la Fé inspira la vida humana, los caminos de la fé deben ser considerados con la amplitud evangélica de nuestro Señor Jesucristo y no con la intolerancia de un antiguo escriba judío. Va por eso mis pensamientos y oraciones para estas hermanas, en este momento difícil, del que espero salgan más fortalecidas y con el mismo anímo de evangelizar el mundo en el que les ha tocado vivir.
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Por: Fernando Torres
Hace pocas semanas ha salido en los periódicos la noticia de que el Vaticano ha hecho pública una nota titulada “Análisis doctrinal de la Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas”. En esa nota se afirma que: “Reconociendo que este análisis doctrinal se refiere sólo a una asociación de superiores mayores y, por eso, no pretende hacer un juicio sobre la fe y la vida de las religiosas pertenecientes a las congregaciones miembros de esa asociación, sin embargo este análisis pone de manifiesto serios problemas doctrinales que afectan a muchas religiosas. En el nivel doctrinal esta crisis se caracteriza por una atenuación de la dimensión cristológica que es centro y objetivo de la consagración religiosa, lo que conduce a su vez a una pérdida de un constante y vivo sentido eclesial entre algunas religiosas.”
¿Qué ha podido pasar para que el Vaticano llegue a manifestarse así frente a una asociación de superiores mayores de congregaciones religiosas femeninas de los Estados Unidos? Debe tratarse de un asunto serio. Muy serio. Porque, además, el Vaticano ha puesto al mando de la asociación a tres obispos estadounidenses: el arzobispo de Seattle, J. Peter Sartain, asistido Thomas J. Paprocki y Leonard Blair, los dos obispos que dirigieron la investigación.
La vida religiosa femenina tiene una no demasiado larga, como el país. Las primeras reli-giosas llegaron acompañando a la población emigrante de sus mismos países. Llegaron así expediciones de religiosas de congregaciones originarias de Alemania, Polonia, Irlanda, etc. Estuvieron cerca de sus connacionales, inmigrantes. Les ayudaron en sus enfermedades y promovieron su educación. Las religiosas de estas congregaciones de origen europeo y de otras que se fundaron en Estados Unidos durante el siglo XIX se hicieron cargo sobre todo de la red de escuelas parroquiales que todavía hoy funciona y tiene una gran presencia en Estados Unidos.
Aquellas religiosas llevaron consigo el estilo de vida religiosa de entonces. Reprodujeron en Estados Unidos lo que habían aprendido y vivido en sus países de origen. Hábitos, tradicio-nes, oraciones, costumbres. La mayoría de las comunidades trabajaban en la escuela parroquial. A las órdenes de la superiora y del párroco. Dedicadas a la educación y a colaborar en las actividades parroquiales. Con una vida religiosa muy tradicional, como era en todo el mundo en aquello tiempos (véase la película “Historia de una monja”, que refleja perfectamente aquel ambiente).
Hay un momento en que se empieza a producir un cambio en una parte relativamente grande de las congregaciones femeninas en Estados Unidos. Se produce poco antes del Concilio Vaticano II. Ese momento se podría centrar en el Congreso de Vida Religiosa celebrado entre el 9 y el 12 de agosto de 1953 en la universidad Notre Dame de la Congregación de Holy Cross. Lo presidió el claretiano P. Arcadio Larraona, más tarde cardenal y entonces secretario de la Congregación de Religiosos.
En ese congreso el P. Larraona, al ver el cambio económico y social que se había producido en el país y que no tenía parangón en Europa, animó a las religiosas a prepararse y educarse bien para ser más competentes profesionalmente en sus trabajos (educativos la mayoría, pero también asistenciales u hospitalarios).
Ahora, si nos ponemos en la mentalidad de aquellas religiosas, acostumbradas a obedecer ciegamente, entenderemos que se produjo un movimiento muy grande de religiosas que fueron a estudiar a las mejores universidades. Les había dicho que había que prepararse profesionalmente. Eso en la práctica significaba que había que conseguir títulos civiles y/o eclesiásticos del mayor nivel posible.
Las consecuencias no tardaron en verse. La universidad era ya entonces, posiblemente lo ha sido siempre, un lugar donde no sólo se aprenden determinadas materias. Lo más importante es que la gente aprende a pensar por sí misma, a investigar, a esforzarse por formular sus propias ideas. Las religiosas entraron en esa dinámica. Y, de repente, comenzaron a ver su propia vida religiosa de una manera diferente, mucho más crítica. Y también la Iglesia. Se dieron cuenta de que el voto de obediencia se había entendido como sumisión y que eso tenía poco que ver con el mensaje de Jesús.
Para cuando llegó el Concilio Vaticano II, un grupo amplio de religiosas americanas ya había dado unos cuantos pasos al frente. Para empezar, su nivel de preparación académica y profesional estaba al nivel de los religiosos y sacerdotes. Aquellas religiosas ya no eran “monjitas”, dedicadas a obedecer ciegamente, a rezar y a mantener limpias las dependencias y la ropa del párroco de turno. Los eclesiásticos perdieron una mano de obra barata y cómoda. Algunos aprendieron a poner la lavadora y a usar la plancha.
Aquellas religiosas decidieron que convenía asociarse para compartir experiencias e ideas. De ahí surgió la Leadership Conference of Women Religious (LCWR, Conferencia de Líderes Religiosas). Otro grupo de religiosas –éstas no han tenido ningún problema con el Vaticano– fundaron el Council of Major Superiors of Women Religious (CMSWR, Consejo de Superiores Mayores Religiosas). Los dos grupos se han ido alejando progresivamente. Digamos que unos han evolucionado hacia delante (LCWR) y otros hacia atrás (CMSWR). Tanto que estas últimas ponen el acento prácticamente en el uso del hábito y la obediencia al papa.
La historia de esta evolución de las congregaciones que están integradas en la LCWR es apasionante. Es obvio que ni todas las congregaciones están en el mismo momento ni dentro de ellas todas las religiosas piensan igual. Pero sí hay un proceso más o menos similar que es el que domina.
La historia en detalle se puede leer en un libro interesantísimo escrito por Joan Chittister y publicado en español por Publicaciones Claretianas hace unos pocos años titulado Tal como éramos. Una historia de cambio y renovación. Recomiendo vivamente su lectura. En él, la autora relata su experiencia en la comunidad benedictina a la que pertenece. Vivió los tiempos anteriores al Concilio Vaticano II, los tiempos convulsos del cambio posterior, cuando hubo que replantearse todo en la vida religiosa, cuando muchas abandonaron pero otras decidieron seguir con renovado entusiasmo pero, eso sí, dispuestas a lanzarse por caminos nuevos e inexplorados.
Al final del libro, Chittister relata el momento en el que la comunidad toma la decisión de que cada religiosa debe ser responsable de su propia vida hasta el punto de tener que buscarse su trabajo y decidir por su cuenta donde vivir. Para entender este, por ahora, punto de llegada, es necesario entrar en cada una de las páginas en las que Chittister va relatando con pasión vital su propia biografía y la de su comunidad.
Este grupo de religiosas ha ido asumiendo, llevadas por su propia reflexión y por su deseo de ser fieles al Evangelio, posiciones muy arriesgadas y comprometidas al servicio de la justicia y de los derechos humanos. Por eso muchas son feministas y no entienden la supremacía masculina que todavía impera en la Iglesia. Como han estudiado teología, saben que las razones teológicas no son muy consistentes. Defienden públicamente sus ideas y creen que eso forma parte de su compromiso religioso.
Se les pueden hacer críticas (quizá hayan asimilado demasiado el individualismo imperante en la cultura estadounidense) pero tienen muchos valores. Está claro que son valores que ponen nerviosos a los oficiales vaticanos. No son precisamente sumisas, como a ellos les gustaría.
Ante la nota vaticana dicen sentirse sorprendidas. Sobre todo, si se tiene en cuenta que todos los años el equipo directivo de la LCWR viaja a Roma y dialoga con la Congregación de Religiosos y que sus estatutos han sido aprobados por Roma. Se tomarán, dicen en su página web, un mes para dar una respuesta. Valdrá la pena esperar para ver lo que dicen.
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