RICOS Y POBRES: La situación de la desigualdad

Estimados blogueros:

Va una interesante reflexión de Richard Webb, publicada el 12.12.2011.


Por: Richard Webb

Nos hemos vuelto menos tolerantes con la desigualdad. Hoy son impensables las diferencias entre ricos y pobres que eran normales en la Europa de 1800. En aquel continente, un puñado de familias se había apropiado de las mejores tierras y de otras fuentes de riqueza, vivía en mansiones, rodeado de sirvientes y de exquisitas obras de arte, y se entretenía con banquetes, conciertos y bailes. Había una pequeña clase media, pero el resto de la población era paupérrima y semiesclavizada. Para recibir el equivalente a cinco o siete soles peruanos de hoy, laboraban jornadas de 16 horas que, como el trabajo infantil, eran lo normal y lo legal. Tampoco existía recurso alguno ante los abusos del capataz. El hambre era cosa de rutina, los hogares carecían de agua, luz, espacio y atención médica; pocos asistían a la escuela. Recién nacidos, niños y adultos morían como moscas. Tamaña inequidad no descansaba en diferencias étnicas; ricos y pobres eran blancos.
Recién a mediados del siglo XIX se produjo una reacción con las revoluciones de 1848 (“La primavera de los pueblos”), con las denuncias de reporteros, como Henry Mayhew en Inglaterra, y las poderosas novelas de Víctor Hugo, Dickens y Zola. Un alemán de apenas 24 años, Friedrich Engels, escribió un retrato y análisis de las terribles condiciones de la clase trabajadora en Manchester.
A pesar de las revoluciones y sublevaciones del siglo XIX, la reducción de la desigualdad a un nivel tolerable no se dio de un día para otro. Al contrario, el proceso fue sumamente gradual, extendiéndose a lo largo de un siglo, hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso, el avance de la democracia política hizo posible una redistribución basada en la elevación de los impuestos, la aceptación de los sindicatos, y la universalización de la seguridad social. Pero la eventual democracia europea también fue resultado de un patrón de crecimiento económico que dependía del capital humano, y por lo tanto de una clase media que produjo una continua reducción en el costo de los alimentos, el agua limpia, la vestimenta y otras necesidades.
El nuevo rechazo a la desigualdad es selectivo. Indigna mucho más el sufrimiento del débil –sea pobre, niño, mujer o indígena– que la riqueza de un Steve Jobs, Messi o Shakira. Y es alentador que la desigualdad no fuera una condena para Europa. No obstante la injusticia económica de 1800, que además cambió poco en ese siglo, las economías de Europa crecieron sostenidamente durante los dos siglos siguientes. Ese crecimiento no solo levantó a todos, sino que hizo posible atenuar la desigualdad allí donde era más importante, es decir, en la protección de los de abajo.

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Acerca del autor

Luis Alberto Duran Rojo

Abogado por la PUCP. Profesor Asociado del Departamento de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Director de ANALISIS TRIBUTARIO. Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la PUCP. Candidato a Doctor en Derecho Tributario Europeo por la Universidad Castilla-La Mancha de España (UCLM). Con estudios de Maestria en Derecho Constitucional por la PUCP, de Postgrado en Derecho Tributario por la PUCP, UCLM y Universidad Austral de Argentina. Miembro de la Asociación Peruana de Derecho Constitucional, del Instituto Peruano de Investigación y Desarrollo Tributario (IPIDET) y la Asoción Fiscal Internacional (IFA).

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