EL VALOR DE UNA CONVICCIÓN: Una confesión de Beatriz Merino

Estimados blogeros.

Beatriz Merino, nuestra Defensora del Pueblo, escribio unos comentarios a título de confesión respecto a su posición liberal, con el sujestivo título de “el valor de una convicción”, en el Diario El Comercio el 05.10.2010.

Lo reproducimos a continuación, especialmente porque creemos que se plantean claramente las nociones sobre el sentido de la libertad humana. Disfrútenlo.

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Por: Beatriz Merino

¿Por qué continúo siendo liberal después de servir en el Estado durante 20 años? Porque para construir nuestra vida y darle sentido, las convicciones son indispensables. Creo, como sostuvo Octavio Paz, que una persona se debe a sus convicciones. Nuestras convicciones nos definen y constituyen la garantía del cumplimiento de nuestras responsabilidades. Sin ellas, no diferenciamos lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto. No sabemos de dónde venimos, qué somos y hacia dónde vamos. Sin convicciones, somos personas sin rumbo y sin destino.

Siempre he abrigado la convicción de que la libertad es el bien más preciado que poseemos. El libre albedrío, como lo han señalado tantos pensadores, nos confiere una dignidad irrenunciable, constituye un derecho natural, representa una cualidad que nos hace realmente humanos. Además, la conciencia de la libertad es la sustancia originaria de nuestra historia: ese instante luminoso en el cual una persona advierte que puede asumir el control sobre su vida, que cada paso que da puede estar precedido de una decisión personal, que el mundo no le es ajeno, sino “arcilla que se cuece entre sus manos”. El movimiento de la humanidad hacia el progreso y las grandes transformaciones científicas, tecnológicas y sociales tuvieron su origen en la libertad: ella es el punto de apoyo que Arquímedes pedía para mover al mundo.

Mi convicción por la libertad se debe, asimismo, a su papel fecundador. De la libertad nace la ética, porque la actuación moral se diferencia de la inmoral solo por el libre albedrío. A partir de ella tenemos dignidad, pues solo puede dar y exigir respeto quien es libre. Gracias a la libertad fructifican la tolerancia, la vocación de servicio y la solidaridad: solo una persona que cree en la libertad es verdaderamente respetuosa del prójimo, porque lo reconoce como su igual. Solo busca servir quien es libre y, en consecuencia, ejerce la facultad de dar. La persona libre es solidaria porque puede dar de lo suyo, y por su propia voluntad, a quien lo necesita.

En otro plano, la libertad es la piedra angular que afirma los cimientos para construir una mejor sociedad en el largo plazo. La libertad nos impele a ser más creativos, eficientes y competitivos al adoptar decisiones económicas, en tanto que la capacidad de adoptar decisiones, fruto de nuestra libertad, permite a los individuos y a las organizaciones optar por nuevos caminos e inquirir constantemente por una mejoría. Por ello, las naciones que han logrado una mayor prosperidad son las que gozan de un Estado de derecho estable, de una democracia consolidada y, por ende, de una mayor libertad económica.

Ahora bien, la libertad no consiste en hacer lo que uno quiera, como advirtió Montesquieu: es actuar respetando siempre el derecho ajeno, que trae la paz. En razón de ello es tan difícil de conseguir y mantener, pues siempre se debe afirmar con la responsabilidad individual, el derecho y la ley. Entonces, si creemos en la libertad, debemos defender al pobre maltratado en un hospital del Estado, al niño torturado en una comisaría, o al campesino acusado injustamente de terrorismo, porque su esencia es el derecho de toda persona a ser protegida por las leyes cuando ha sido objeto de un daño, como señaló la famosa sentencia Marbury versus Madison.

Por mi parte, he intentado ser fiel a esa convicción durante mi servicio público, con honestidad, austeridad, eficiencia y transparencia, y he procurado no perderla, en los tiempos difíciles –de mares borrascosos, de dolor y desasosiego– que me ha tocado pasar. Guardo la esperanza de que nuestros compatriotas asuman las suyas, para alcanzar el progreso y bienestar del Perú.

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Acerca del autor

Luis Alberto Duran Rojo

Abogado por la PUCP. Profesor Asociado del Departamento de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Director de ANALISIS TRIBUTARIO. Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la PUCP. Candidato a Doctor en Derecho Tributario Europeo por la Universidad Castilla-La Mancha de España (UCLM). Con estudios de Maestria en Derecho Constitucional por la PUCP, de Postgrado en Derecho Tributario por la PUCP, UCLM y Universidad Austral de Argentina. Miembro de la Asociación Peruana de Derecho Constitucional, del Instituto Peruano de Investigación y Desarrollo Tributario (IPIDET) y la Asoción Fiscal Internacional (IFA).

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