A continuación presentamos un interesante artículo de José Antonio Alonso, publicado en la siempre reconocida REVISTA DE OCCIDENTE N° 335, abril de 2009 sobre la relación entre el fenomeno de la cultura y el desarrollo, como concepción de mayor liberación humana.
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Por: José Antonio Alonso
En los últimos años se ha producido una profunda reconsideración en el papel que la cultura tiene en los procesos de desarrollo.
Se asume que es difícil que una sociedad mire con confianza el futuro y gane espacios de autonomía (no otra cosa es el desarrollo) si no se le permite definir, con cierto grado de libertad, aquellos elementos de identidad a los que asocia su imagen colectiva.
La libertad cultural se conforma, por tanto, como una de las dimensiones sustantivas del desarrollo. Al tiempo que se producía este cambio, se acometía una alteración de similar entidad en la forma en que los especialistas del desarrollo entendían el fenómeno cultural. Dejaba de considerarse la cultura como un agregado de actividades selectas, aunque superfluas, para entenderla como un componente esencial en el modo de estar en el mundo de personas y colectivos sociales. Este doble cambio ha generado un nuevo espacio de encuentro entre ideas y especialistas que ha ayudado a en-riquecer el discurso sobre el cambio social. A analizar estos aspectos se dedicarán las páginas que siguen.
Antes ha de llamarse la atención sobre la oportunidad de la reflexión a la que se alude. En primer lugar, por la virulencia con la que en ciertos colectivos se manifiesta la tendencia a remitir su dinámica reivindicativa a elementos de identidad. El proceso de globalización ha puesto en marcha poderosas fuerzas homogeneizadoras
en lo cultural, que han sido amplificadas por el mercado, pero ha alentado también la búsqueda y exhibición de aquellos elementos de identidad que singularizan los grupos humanos.
Frente al desafío de los espacios diáfanos y crecientemente uniformes del mercado global, la exaltación de lo propio, la revitalización de los lazos más cercanos de adherencia sobre los que se constituyen las sociedades. La cultura como elemento de unidad y de segregación: de unidad de los propios, de diferencia respecto a los otros.
En segundo lugar, la oportunidad deriva de la escalada de posiciones que la cultura ha vivido en la agenda de gobierno de los países,incluidos aquellos desarrollados que se suponían culturalmente homogéneos.
La globalización ha hecho que para estos países la gestión de la diversidad cultural haya transitado desde un apartado menor de su diplomacia al centro mismo de su política doméstica.
Una mutación que ha venido impulsada por la inmigración, intensificada en estos últimos años, que ha llevado la heterogeneidad cultural (y, en ocasiones, étnica) al centro mismo de las sociedades acomodadas.
Ahora bien, si hay elementos de oportunidad para esta reflexión, también existen motivos de perplejidad en las formas en las que se presenta en la actualidad el debate sobre los referentes culturales.
La base de esa perplejidad ya fue adelantada: el rebrote amplificado de las señas de identidad en un mundo crecientemente abierto e integrado. La sorprendente aparición de movimientos culturales fundamentalistas, irredentos y secesionistas en un mundo regido por un movimiento imparable de gentes que cruzan fronteras, de ideas e imágenes que transitan de forma irresistible, dando lugar a sociedades con signos inequívocos y plurales de hibridación.En este entorno, la cultura, que se suponía recluida a un espacio secundario de la dinámica social, propicio para la constitución de consensos débiles, ha pasado a ocupar un puesto de privilegio en la pugna política. Se ha convertido la cultura (como sinónimo ubicuo de identidad) en un ámbito, difícilmente manejable, de confrontación y controversia.
Cambios en la teoría del desarrollo
Veamos, no obstante, cómo los especialistas del desarrollo abrieron su mirada a la perspectiva cultural. En sus orígenes, a comienzos del decenio de 1950, la teoría del desarrollo aparecía teñida
por un enfoque predominantemente económico del cambio social.
Aun cuando se admitía que el desarrollo comportaba alteraciones en otros ámbitos de la vida social, se consideraba que todos ellos estaban condicionados por el proceso de ampliación de las capacidades productivas de un país. La mejora en las condiciones de salud de la población o la elevación de sus niveles educativos, el secuencial proceso de urbanización o la secularización de los valores colectivos, la democratización y el fortalecimiento de las instituciones o el cambio en la oferta productiva, todos ellos se consideraban cambios relevantes asociados al proceso de desarrollo. Pero todos se entendían animados (y posibilitados) por el proceso de crecimiento y cambio económico, auténtico locus dinámico del cambio social.
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