Por: Jorge Bruce (tomado del Diario Peru 21 del 02.11.2008)
El premier Simon ha dicho que se castigará a los culpables de los desmanes ocurridos recientemente, particularmente en Tacna, una ciudad a la que calificó de “muy especial” (lo es simbólicamente, pero el vandalismo es más bien ordinario). Eso va a estar difícil. Si bien la hipótesis de los agitadores infiltrados acude con frecuencia a la mente de autoridades y periodistas –y de hecho no se la puede descartar–, esta no es necesariamente cierta. Es una explicación tentadora pero no rigurosa. La dinámica de la psicología de masas es más compleja que la de unos cuantos encapuchados azuzando las pasiones del grupo, ya enardecido por motivos variados. Puede tratarse de una frustración importante, como en Tacna respecto de la ley del canon minero y la rivalidad –que en psicoanálisis se conoce como el narcisismo de las pequeñas diferencias– con Moquegua. O bien de una intervención policial desastrosa, como en Nueva Cajamarca, donde se procedió al desalojo de un inmueble privado utilizando granadas lacrimógenas. Solo que dicho local colindaba con dos colegios y la intervención se realizó en pleno horario escolar, con lo cual los niños huyeron aterrados y asfixiados, a lo que los padres acudieron angustiados primero, furiosos después. Sin embargo, ni siquiera esta aberrante decisión policial o judicial explica los destrozos, agresiones, ataque a la comisaría y toma de carreteras –siguiendo un guión penosamente familiar– durante el resto del día.
En 1929, José Ortega y Gasset publicó La rebelión de las masas. No obstante, su análisis transcurre en un entorno de estabilidad política, seguridad económica y orden público –precisamente lo que nos falta a los peruanos–, produciendo lo que él llama el “hombre-masa”. Este hombre está regido por una convicción interna de que la vida es fácil, sin limitaciones trágicas. Cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que lo lleva a afirmarse tal cual es, sin escuchar ni sentir el apremio de desarrollarse culturalmente. Entre nosotros, esto se observa entre las élites satisfechas y autocomplacientes, sordas al rumor que surge de abajo, agravando y, en cierta medida, causando el problema que nos desafía como colectividad. Pero, en lo inmediato, a lo que asistimos es a una regresión masiva en los incesantes conflictos sociales que brotan, una y otra vez, en nuestro territorio. De ahí que nos hayamos permitido adulterar el título de su libro más célebre.
La defensora del Pueblo, Beatriz Merino, ha señalado que los conflictos se han incrementado en 800 % en los tres años que lleva en el cargo. Nos urgen explicaciones desde diferentes perspectivas para prevenir este crecimiento exponencial. Lo que el psicoanálisis puede enseñarnos es por qué las masas regresionan hacia comportamientos narcisistas o paranoicos. El espacio no permite abundar en estas teorías acá. Me limitaré a señalar que la masa promueve intensamente la agresión en individuos que jamás actuarían de esa manera en su vida cotidiana. Ante situaciones como las citadas, menos que un agitador se requiere la presencia de líderes ocasionales que profieran banalidades sintónicas con el ánimo dominante, por lo general esquemáticas o demagógicas, pero no apaciguadoras, pues eso iría a contrapelo de los miedos que fomentan la depredación y serán desoídos o maltratados, como les consta a varios policías. Los fiscales podrán identificar mediante videos a personas destruyendo propiedades, pero eso no ayudará a entender ni prevenir tanto tumulto y descontrol (volveremos con más sobre violencia social).
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