PERVERSA BELLEZA
Ella (en cámara lenta) vestida de organdí, sonreía celestialmente mientras volvía sus cabellos lacios y me dejaba contemplar la filosofía de sus facciones. Yo quedo prendado por esos segundos eternos y saliveo copiosamente hasta que el padre levanta el cáliz para la transubstanciación y llama a la oración.
Desde el cole, todas las mujeres me parecían endiabladamente bellas y soñaba despierto caminando de la mano con alguna doncella y, suntuosamente, presumirla ante mis compañeros de clase en la catequesis del domingo.
Pero todos los días, al llegar a casa, el espejo apagaba mis aspiraciones y me aconsejaba volver a mis libros. No fue mi mejor amigo, contemplaba por largos minutos y nunca me devolvía la imagen que yo quería. Renegaba de mi piel trigueña o de mi pelo trinchudo un día, de mi cuerpo esmirriado y mis dientes aventajados para el otro, o de mis motas en los cachetes o de mis ojos achinados para el siguiente, etc. Inconforme, dediqué mucho tiempo productivo a despreciar mi raza y a anhelar lo de la tele. Y también necesité de mucho tiempo para admirarme nuevamente.
Es evidente que muchas personas superan esta cruel etapa de su pubertad y canalizan sus energías en acciones que lo edifiquen. Pero muchas otras, fijan su desarrollo en esta etapa de fruslerías y las convierten en un estilo de vida, procurando con desesperación la aceptación social y maquillan su fealdad interna de etiqueta para recibir aprobación. Pero hay algo acaso peor, y hablo de aquellas personas que darían hasta su vida en busca de virtudes físicas, con inyecciones de colágeno, botox, o aceite de avión, o con dietas rigurosas y vómitos programados, como si un trasero desbordante y una cintura avispada aplaque aquel desamor que empezó con un “inocente” juego de muñecas.
JOHN SANTIVAÑEZ
Tayiel@hotmail.com
Excelente prosa que tiene la bondad, además, de devolvernos a una época en que nuestras vivencias se acercan a las del autor.
Gracias Darío, lo propio para tu prosa. Mantengámonos en contacto!