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Ha comenzado un incendio

El aspirante a colaborador eficaz 140-GM, sabe que está a punto de finalizar la jornada, intenta silenciar sus pensamientos, mientras el fiscal va firmando unos papeles, pero es inútil. Tarde o temprano, los demás se enterarán de quién es el delator: él. Sabe que pasarán muchos años antes de que los frutos de la investigación se materialicen en una sentencia, casi con seguridad de prisión efectiva, pero no puede evitar la preocupación, la angustia que se evidencia en su talón que ha empezado a repiquetear en el aire. Tendrá que hablar muy seriamente con su mujer. Está impedido de salir del país, pero su esposa y los niños, no. Quizás ella quiera irse a España con los niños, sobre todo para evitarles el escarnio del escándalo. Quizás decida quedarse aquí, pero separarse. Ella, a fin de cuentas, tendrá la última palabra. Será una noche muy larga.

Muy lejos de allí, ha comenzado un incendio. Es el fuego inmanente de un estado de cosas que ha llegado a su límite y ha tenido que explotar, sin remedio, mostrando el terror de su cara desnuda. Dos jóvenes salieron de sus hogares aquella mañana, muy temprano. Se despertaron cuando aún había oscuridad. Fueron al baño y se lavaron la cara, uno con jabón de tocador, sacando agua de un balde, otro con el mismo jabón con el que se lava la ropa. Se vieron el rostro en sus respectivos espejos, por última vez, sin saberlo. La tragedia no tiene nada que ver con estadísticas de accidentes de tránsito, llámese choferes borrachos o vehículos sin revisión técnica; tampoco con mafias de drogas, ni asaltos al paso de la temida delincuencia común, que registramos bajo las siglas “problemas de seguridad ciudadana”.

Estos dos muchachos, chiquillos, apenas si llegan a los veinte años, solo se están yendo a trabajar. Aunque en su país la educación pública no sea de las mejores, el servicio de salud deje mucho que desear, y tantas cosas más que ocurren en su país, aún así, ellos no han sucumbido al camino fácil de desarraigarse de la sociedad y convertirse en parte del lumpen; aunque estén hundidos en el pozo de una pobreza desgarradora, para salir de ella, han escogido trabajar honradamente, una jornada de tiempo completo, llegar a las nueve en punto de la mañana a su centro de labores, salir a las seis de la tarde, ya cuando el sol se pone ―disponer de su vida, así―, por 20 soles diarios.

Para el colaborador eficaz 140-GM, para todas las personas que participaron en la red donde él fungió como uno de los principales artífices de la trama… ¿qué significa un billete de veinte soles?, ¿una taza de café?, ¿un par de horas del parqueo de su auto del año en uno de los malls comerciales de moda?, ¿un helado con chispas de chocolate y nueces y chantilly?, ¿la propina de un sobrino? Para el par de muchachos, que ya están dentro de los containers, donde su trabajo consiste en limar la marca original de cientos de fluorescentes para suplantarla por una de más valor comercial, aquellos veinte soles, lo son todo porque con eso pueden, al menos, comer.

Así como los containers se empotraron perfectamente sobre las azoteas de centros comerciales vetustos, robusteciendo en altura un edificio dudoso, así también los engranajes de cierto estado de cosas colocaron uno sobre uno los hechos, como ladrillos marcados para la pared de lo luctuoso. Porque hay delincuentes mucho más importantes de vencer, descubrir y señalar, vistiendo de saco y corbata y comiendo caviar. Aquellos que dentro de un gobierno municipal se hacen de la vista gorda con la informalidad, pues ya hubo una suculenta coima de por medio; aquellos que, con poder político, no mueven un solo dedo en gestión pública sin el “incentivo del lucro” de por medio; aquellos que aceptaron sobornos para favorecer a empresas privadas, en detrimento del Estado, como en el caso del colaborador eficaz 140-GM y de los arbitrajes fraudulentos. ¿Prefieres verdades en harapos o mentiras en trajes de seda?, como dice la canción de un juglar, del mismo país.

Pero, además, para los jefes, como para muchos, “la necesidad tiene cara de hereje”. Por eso los jóvenes trabajan bajo llave, para evitar que se roben la mercadería. La preciosa y valiosa mercadería consistente en cientos de fluorescentes que iluminan de color azul el cielo raso. ¡Si aquellos jefes descubrieran que los verdaderos delincuentes, en realidad, ya no andan con sus ropas viejas y raídas! Hace mucho tiempo que la necesidad dejó de ser la protagonista en el origen del crimen, en su lugar se ha posicionado la desmedida ambición.

Por eso estamos aquí, en el inicio del incendio que hará arder hasta la más recóndita entraña. Porque los chiquillos, al darse cuenta del fuego, quieren salir y no pueden. Llaman a sus familiares, logran convocar a la prensa, dan señales de vida hasta el último minuto, pero nadie logra hacer nada. El engranaje es demasiado contundente como para ser desatado por una persona o dos o diez, se trata de la maquinaria de todo un país la que se ha agolpado encima de estos dos muchachos, en forma de candado. ¿Quién tiene la llave, quién?

El fiscal termina de firmar los papeles correspondientes. La investigación recién está empezando, pero los indicios básicos de delito ya están presentes. El aspirante a colaborador eficaz, Dr. Héctor Céspedes, ciertamente, ha contribuido con su relato. Pero eso no lo libra del fuego. La miasma que lo recubría, que él percibía en sí mismo cuando se sentía observado por los demás, ha dado paso a un fuego enfermizo que solo se detendrá después de una verdadera purificación. Y la deuda, es con el país entero.

―Lo estaremos citando para corroborar los demás testimonios.

―Estoy a su entera disposición, señor fiscal.

Ambos hombres se dan la mano en señal de despedida. El Dr. Héctor Céspedes sale de aquella sofocante habitación, apenas más grande que un container con las siglas Gran Multinacional en el lomo metálico, y caminando raudamente por los pasillos, sin prestar demasiada atención a las miradas, se retira de las instalaciones del Ministerio Público. Ya no es el mismo que entró. Pensó que el aire de la tarde, que quizá la vista de las calles, que andar junto a la gente en su cotidiano… Ya nada está bien. Y así lo saben también las voces de dos muchachos que viajando por el aire, clamando por salir, suplicando por luz… llegan a rozar los poros de las pieles con su resignación simple de estar en un país donde ya nada está bien, donde apenas empiezas a vivir ya fue, ya fue, ya fue…

Estamos esperando que la vida recobre su verdadero valor.

 

Este es el último capítulo de “La abolición de las leyes“.

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Novela escrita por Gimena María Vartu.

Ilustraciones de Sam Slikar.

Creación, producción y edición de historias: Héctor Pittman Villarreal.

Puntuación: 5 / Votos: 1