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Debajo del tren

Existía otro documento que el fiscal mantenía al alcance de la mano durante el interrogatorio, con la apariencia de simple papel atravesado de números y letras, aguardaba inofensivo, inocuo; en el fondo, contenía información muy interesante para la investigación. Pronto el fiscal se acercaría a ese papel y lo acariciaría como solo se acaricia una prueba: la data de la obra con uno de los mayores sobrecostos detectados, la construcción de los tramos I y II de la Línea 1 del Tren. Estaba separado con un post it de color rojo, entre los fajos y fajos de folios dispuestos sobre la mesa.

El fiscal sabía que nada de esto hubiera sido posible sin la intervención de la prensa. Reporteros valientes, hartos de la podredumbre política que ahogaba el desarrollo del país, hicieron más de 50 pedidos de acceso a la información a diversas entidades públicas, como ministerios, gobiernos regionales, el portal de transparencia económica, el organismo encargado de supervisar las contrataciones con el Estado, otro encargado de promover la inversión; mandaron infinidad de cartas y realizaron entrevistas con funcionarios de distintas dependencias estatales, incluso hurgaron en los propios datos proporcionados por la Gran Multinacional. El objetivo era conocer todo lo posible sobre proyectos, contratos, concesiones y montos. Lo que descubrieron fue increíble.

―Se ha determinado, hasta el alcance de esta investigación, que entre los años 2003 y 2016, la Gran Multinacional obtuvo 35 laudos favorables de los 42 procesos arbitrales que disputó con el Estado. ¿Es correcto, Dr. Héctor Céspedes?

―Es correcto, señor fiscal.

―¿Conoce usted algún otro proceso arbitral en el cual también haya resultado favorecida la empresa en mención, entre el 2003 y el 2016?

―No recuerdo.

―¿Y fuera de esos años?

―No lo sé.

―Le recuerdo que su participación en el presente interrogatorio se realiza siendo usted aspirante a colaborador eficaz.

―Es que no lo sé, señor fiscal, no podría señalarlo con exactitud.

―Que quede constancia.

Los reporteros hicieron su mayor esfuerzo por determinar la cantidad exacta de veces que la Gran Multinacional recurrió al arbitraje para resolver conflictos con el Estado, pero se trata de un sistema bastante secreto, al punto que no permite conocer el número preciso de procesos arbitrales, culminados o en curso, que tiene el Estado como una de las partes. Muchos árbitros se negaron a declarar para la investigación periodística por temor a ser multados. Además, el organismo encargado de supervisar las contrataciones con el Estado no tiene un registro completo y actualizado de los laudos arbitrales en su portal web, pues este recién fue obligatorio a partir del año 2008; la base de datos solo registra 2796 laudos en el periodo 2003–2013.

El Dr. Héctor Céspedes se cogió el cuello en un intento de distender el agobiado músculo, pero las punzadas ateridas no liberaban ni cuello ni hombros ni espalda. Le pareció que el post it destacaba demasiado con aquel encendido color rojo. ¿A qué se debía el color rojo? Junto al destape de los cuestionados arbitrajes, los audaces reporteros revelaron también que la Gran Multinacional, gracias a una serie de adendas, encarecieron las obras que construyeron por un monto total de 4 mil 600 millones de soles. La obra con uno de los mayores sobrecostos fue el tren, un tren verde. En el tramo I, el incremento fue del 26.5%, mientras que en el tramo II fue de 54.4%. O dicho en constante y sonante, 336 millones y 828 millones de soles pagados de más, respectivamente. Algo preciso de resaltar con el escarlata más vivo.

Curiosamente, la esposa de José Quintanilla, uno de los obreros que trabajó en la construcción del tren, se había teñido el pelo de color rojo durante aquella época en la que el trabajo, dichoso y bendito trabajo, les cayó como del cielo.

―Ya hay chambita, mi amor.

―¿Me hablas en serio o me estás floreando?

―Me han jalado para lo del tren, pues, ya se aprobó.

Con el primer mes de sueldo, Carlita ―así la llamaba su esposo con cariño―, después de separar concienzudamente lo de la comida, lo de la casa, lo del colegio de los bebes, se dio cuenta de que sobraba un poquito para cumplir uno de los mayores sueños de toda su vida, ir a la peluquería y transformar su cabello en una llamarada de fuego, un manojo de textura sedosa que solo desprendería vitalidad con el color del amor, el color de la pasión.

José se levantó muy temprano para cumplir con su jornada laboral. Carlita le preparó un rico desayuno que incluía el calentado del estofado del día anterior, un pan con huevo frito y una vigorizante taza de quaker con cocoa; y por si le daba algo de hambre antes del almuerzo, le alistó una pequeña lonchera con otro pan con huevo frito más su buena botella de quaker.

Con José fuera de la casa, los bebes en el colegio, el almuerzo cocinado rapidito, Carlita se dispuso a alistarse para ir a la peluquería. Tras el proceso de decoloración, que le dejó los pelos como mata de choclo, llamó a su vecina para recordarle que por favor recogiera a sus hijitos del colegio junto con su amiguito favorito, el bebe de la vecina, por supuesto, y que se quedaran jugando en su casa de la vecina nomás, que esto iba a demorar. Que les invite a sus hijitos a almorzar, por favor, que ya después en la tarde irían todos a su casa a cenar lo que ella había cocinado, que no se preocupe, la comida no faltaría. Y que no le había dicho nada a su esposo porque era una sorpresa.

La brocha embadurnada con el tinte de color encarnecido empezó a deslizarse a lo largo de todo su cabello, mecha por mecha, mientras ella observaba el procedimiento hipnotizada en el espejo, ignorando a la peluquera, su rostro, las manos que ejecutaban el trabajo. Solo existía ella, y su cabellera tiñéndose de rojo. Por otro lado, las manos de José, luego de haber manipulado materiales de construcción como ladrillo, cemento, fierros, tuvieron un descanso y acariciaron felices su pan con huevo frito, su botella de quaker, él sentado en el suelo nomás, junto a algunos de sus compañeros, para un pequeño descansito de cinco minutos. Muy lejos de allí, otras manos elaboraban un expediente técnico que justificaría un considerable aumento en el costo del tren, y que se presentaría algún tiempo después. Se iba a necesitar mucho más dinero del requerido al principio para poder terminarlo. Lo pagarían José y Carlita, sus hijos, la vecina, el bebe de la vecina, y las demás personas del país.

Cuando José vio a su esposa con el pelo como una llamarada de fuego, no supo qué decir, no sabía si le gustaba o no, pero al verla tan feliz, le sonrío.

―Está bonito, cholita, pero mejor no lo uses así por mucho tiempo, parece sangre.

 

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Novela escrita por Gimena María Vartu.

Ilustraciones de Sam Slikar.

Creación, producción y edición de historias: Héctor Pittman Villarreal.

Puntuación: 5 / Votos: 1