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¿Qué más le puedo preguntar a este hombre?

Está a punto de terminar el interrogatorio. ¿Qué más le puedo preguntar a este hombre? Ni siquiera es capaz de sostenerme la mirada, está prácticamente depositado sobre la silla como un conjunto vacío, como una cáscara sin fruto, como algo endeble que, si apenas es tocado…

Ya no quisiera tener que hablarle, pareciera que se va a romper, incluso con el sonido de alguna voz, de mi voz; si le hablo se va a quebrar en miles de pedacitos insignificantes. Pareciera que nada lo sostiene. Así deben ser los hombres cuando carecen de moral, o de ética, o de conciencia. Cuál es la palabra correcta. Qué concepto te enseña a no jugar con el destino de un pueblo, de un país entero. O tal vez no se trata en absoluto de conceptos, ni de enseñanzas, o moral o ética, sino solamente de un precio. Un valor. Este hombre encontró su precio, y helo aquí.

―¿Quieres hacer plata, amigo? ―dijo Pedro―. Vives en un mundo donde todo tiene su precio, hasta tu propia conciencia, y aunque no lo quieras, si te necesitan dentro de su engranaje, te encontrarán, te dirán cuánto es, y te pagarán.

Pero claro, no se trata de este hombre en particular. Hay un sistema de cosas que no funciona como debería. La Gran Multinacional ganó 35 de los 42 arbitrajes revelados, el Estado solamente siete, en una victoria completamente pírrica: ganó el hecho de no desembolsar más dinero. ¿Y si le pregunto a este hombre cómo se sintió cuando se publicaron esos laudos sardónicos, burlones, al menos aquellos en los que él mismo estuvo involucrado? ¿Le habrá dado risa? ¿Habrá sentido satisfacción? No, qué va, eso era lo de menos, lo más alucinante, señor fiscal, era lo siguiente: más de la mitad de los 35 arbitrajes en los que el Estado fue derrotado, se debió a deficiencias en las bases, o sea, los contratos, las modificaciones al contrato, los expedientes técnicos, tenían fallitas. Fueron errores o ambigüedades que debieron haber sido identificados antes de que el Estado firmara los contratos. El error se repitió a lo largo de 11 años. Le pregunto, Dr. Héctor Céspedes, ¿se trató de una incompetencia sistemática del Estado? Por supuesto que no, señor fiscal, y usted lo sabe, porqué me pregunta, pareciera que solo está haciendo retórica conmigo.

El hombre de rostro cabizbajo, con los ojos detenidos en sus manos entrelazadas sobre el regazo, de pronto, ya no se muestra tan derruido.

Se aprobaron negligentemente muchos expedientes técnicos que estuvieron mal hechos, y por eso la empresa privada, la Gran Multinacional, reclamó. Y ahora escuche esto, escuche bien, señor fiscal: en 17 casos, fue la misma Gran Multinacional la responsable de realizar esos expedientes técnicos o proyectos de ingeniería. Reclamó al Estado y le ganó. Es decir, señor fiscal… ¿me está usted  escuchando, no?, escuche bien: la Gran Multinacional logró que el Estado firme y se responsabilice por un proyecto defectuoso hecho por la propia compañía, y luego lo demandó para que le pague por esas fallas. Gracias a eso, la compañía recibió más de 114 millones de dólares. Si usted quiere saber, señor fiscal… quizá una mueca, una sonrisa torcida, o alguna risa suelta en medio de la calle, pero absolutamente disimulada por supuesto.

Y es que sucede que el hombre en cuestión, aquel a quien le hallaron el precio, no está solo. Por eso se robustece cada tanto, y en algunos momentos hasta tiene el atrevimiento de pecharme con su actitud. Jamás lo haría con sus palabras.

Encontremos un segundo motivo en importancia para que el Estado pierda los arbitrajes. Algo tan sencillo, tan absurdo como señalar que el sol es amarillo y quema, que el hielo es azul y enfría. Algo como un verso súper trillado y pueril. ¿Qué se te ocurre, hermanito? Haz funcionar ese cerebro, vamos, mucho te demoras en responder. ¡Eso!… ―lo tenemos. El Estado perdió arbitrajes por no responder dentro del plazo establecido o por no hacerlo del todo. La demora le costó al Estado más de 27 millones de dólares. Por ejemplo, en el 2011, la Gran Multinacional demandó al Estado para que le reconozca el dinero empleado por mantener sus equipos en el lugar de trabajo mientras esperaba la aprobación de su solicitud de reajuste de metrados, durante la construcción del Tramo 2 de la gran carretera que se construía por el sur. El plazo para que la empresa reciba una respuesta era, según el contrato de concesión, 10 días hábiles. Sin embargo, en los tres pedidos que realizó, el Estado se demoró 57, 54 y 28 días en enviar respuestas. Por esta demora, se le tuvo que pagar a la empresa más de 5 millones de dólares.

Las deficiencias en las bases de los proyectos y las respuestas fuera de plazo representan más del 70% de los motivos por los que el Estado perdió los arbitrajes, señor fiscal, ni más ni menos.

El hombre se regodea en su asiento. Detrás de él, decenas, cientos, miles de sombras de muchos otros hombres y mujeres que se le parecen, parpadean con el talante de poseer las mismas intenciones. ¿Qué le puedo preguntar a alguien que no está solo, que se nutre de una colectividad que mantiene un sistema de cosas que no funcionan como deberían? Si estuviera al frente de un hombre solo, yo mismo me levantaría de la silla con toda la indignación que me rebalsa de los poros y gritaría, ¡sabe usted que la serpiente sur y la serpiente norte han sido puro veneno!, ¡sabe usted que le hicieron creer a la gente, al pueblo, que tantos kilómetros de carretera significarían un dechado de desarrollo y modernización, cuando en realidad no son más que granito y petróleo por donde transita apenas un vehículo llamado corrupción, cargado de hambre y miseria! Por supuesto que lo sabía usted… perdón, ustedes. Ustedes sabían que la obra no era rentable, que el ingreso de los peajes iba a ser ínfimo, que la verdadera ganancia tenía que cobrarse por adelantado. Y así lo hicieron, ¿verdad?

Por eso ahora están sentados aquí, en el banquillo de los acusados. Y hay que interrogarlos uno por uno, hasta desentrañar el hilo entero de lo sucedido, aunque crean que las sombras de los demás secuaces los respaldan. Ya no es así. Porque detrás de mí, de esta voz, también hay fantasmas con sed de justicia, con memoria, y no se detendrán hasta que su multiplicada mueca de fantoche se torne en una risa amarga.

―La plata llega sola, compadre, que no te agarren de cojudo, recuerda, la plata llega sola ―dijo Pedro.

 

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Novela escrita por Gimena María Vartu.

Ilustraciones de Sam Slikar.

Creación, producción y edición de historias: Héctor Pittman Villarreal.

Puntuación: 4.5 / Votos: 2