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Cuatro Estaciones

―Aquel 1% se convirtió en 1 millón 475 mil dólares, que la Gran Multinacional le terminó depositando a usted, Dr. Céspedes. Aquí tengo el documento con el estado financiero de las cuentas ―señaló el fiscal.

―Es correcto, sí. El primer pago fue de 150 mil dólares.

―¿Cuándo se realizó?

―Finales del 2012.

―Vayamos cronológicamente. ¿Cuándo se llevó a cabo la reunión que acaba de relatar?

―A inicios del 2012.

―Bien.

Urgía que el aspirante a colaborador eficaz delatara a los demás integrantes de la red. Asociación ilícita para delinquir, corrupción de funcionarios, tráfico de influencias, lavado de activos… se trataba de una enmarañada red.

―¿Qué otras personas estuvieron involucradas?

―Le contaré todo lo que sé, señor fiscal, solo quiero que se respete el acuerdo al que hemos llegado.

―Así será.

El Dr. Céspedes respiró profundamente.

―El arbitraje fue el ropaje legal para robar al Estado el monto que quieras ―dijo el colaborador al fiscal.

―Lo escucho…

En alguna cantina del Centro de Lima, algún tiempo después del interrogatorio, un lector muy atento a las noticias no salía de su indignación. La música de la rockola se entreveraba con el repiquetear de los vasos de vidrio repletos de cerveza, chocados para su respectivo ¡salud!; en otras mesas, dominaba el gorgojeante sonido del líquido dorado saliendo de las botellas para llenar los vasos hasta el límite, hasta hacer rebalsar la inestimable espuma blanca. A veces era salsa, a veces rock o huayno, pero sobre todo cumbia.

―¿Has escuchado las Cuatro Estaciones de Vivaldi, hermano? Es la melodía más conocida del muchacho, es muy alegre, mira, te la voy a tararear. ¡Bajen esa cumbia, carajo!

―Ya estás muy borracho, Pedro, compadre, siéntate.

Pero Pedro no entendía sugerencias. De pie, con el vaso en la mano, tarareando a viva voz la música famosa, movió sus brazos para ejecutar el concierto, como si fuera el mejor director de orquesta del mundo. Los demás comensales de la cantina le prestaron atención un poco desconfiados al principio, preguntándose quién era ese y qué mierda estaba haciendo. Lo que sea que fuera, era inofensivo y muy gracioso. Entonces le siguieron el juego, acompañándolo con risas, algunos incluso con aplausos. Muchos de ellos escuchaban por primera vez “la melodía más reconocida de Vivaldi”.

Cuando Pedro volvió a sentarse, tres botellas llenas de cerveza aparecieron como por arte de magia en su mesa.

―Gracias, gracias ―dijo―. Ay, hermanito, la gente a veces es buena, sabe apreciar.

―Así es, compadre.

―No quisiera romperles el corazón, pero esto tiene que saberse, hermano. Al menos tendrán más motivos para chupar, como yo.

―¿Qué pasó?

―Lo que te estaba contando.

―Sigues con eso.

―¡Tenemos tres botellas más, seguiré hasta que se acaben! Escucha. Hay un restaurante en una de las zonas más pitucas de esta ciudad que se llama Cuatro Estaciones, sí, Cuatro Estaciones, como la melodía más famosa de este muchacho, Vivaldi. ¿Sabes quiénes se reunieron allí?

Al norte del país, otra larguísima serpiente se deslizaba cautivadora y seseante, abriéndose paso entre humedales, árboles de plátano y un tupido clima tropical. Venenosa, líquida, hermana de su antecesora sureña, se la conocía como carretera “interoceánica norte”. Fue adjudicada el 2005 a un consorcio conformado por la Gran Multinacional junto a otra Gran Empresa Multinacional y una Gran Empresa Nacional, que terminaron vendiendo sus acciones. Por ello, desde el 2011, la Gran Multinacional comenzó a controlar el 100% del consorcio.

De los 42 arbitrajes descubiertos, 7 le pertenecían a la serpiente norte y 23 a la serpiente sur. En total, 30 de 42 arbitrajes, solo de ambas carreteras.

En otro momento de su declaración, el aspirante a colaborador eficaz, Dr. Héctor Céspedes, detalló que en abril del 2012 se realizó una reunión en la oficina de César Gómez Ross, quien en ese momento se desempeñaba como Director de Concesiones del Ministerio de Carreteras: una de sus responsabilidades consistía en ejecutar los pagos salientes de las arcas del Estado.

Se estaba cocinando un arbitraje para la interoceánica norte.

Por parte del Ministerio de Carreteras, el árbitro designado fue el Dr. Federico Canales, también presente aquella tarde.

Quien finalmente se apareció en la oficina de Gómez Ross, fue el mismísimo Gerente General de la Gran Multinacional. Gómez Ross, funcionario público encargado de velar por los intereses del Estado, lo invitó a pasar, le ofreció algo de beber, le preguntó cómo iba su estadía en el país.

―¡Se puso las rodilleras, se puso las rodilleras! ―gritó Pedro, enfurecido.

Aquella tarde, en una oficina del Estado, ambas personalidades tomaron la decisión de realizar un arbitraje ad hoc, llegaron a un acuerdo en la materia de la controversia y determinaron el monto a reclamar: 28 millones 261 mil 946 dólares americanos. Incluido IGV. Después de todo, acá tratamos muy bien a los extranjeros.

Céspedes y Canales, árbitros de la Gran Multinacional y del Ministerio, respectivamente, escogieron como presidente del tribunal arbitral al Dr. Frank Karcher Calvini, y concertaron, además, que se les pagaría por encima del mercado: 288 mil 885 soles fue lo que cobró cada árbitro. Pagados por el Ministerio de Carreteras y la Gran Multinacional. Céspedes, por supuesto, como principal operario, recibiría además, el 1% del arbitraje, sin IGV.

―¡Y puedes creer, hermano, que después de esta reunión, tuvieron todavía la desfachatez, la sinvergüencería, de lucirse públicamente! La reunión fue en abril del 2012; en mayo se instaló el arbitraje, ¡y se volvieron a juntar hasta tres veces en el restaurante que te digo! Todos ellos, los cinco sujetos: tres árbitros, el Gerente General, el funcionario público, bien sentados en un restaurante elegante, pidiendo los platos más caros, bebiendo el vino más fino, y de pasada poniéndose de acuerdo sobre cuánto le van a robar al país. “Compadres, hay que definir los términos del laudo, compadres, hermanitos”. “Ya no me alcanza la plata, quiero comprarme otra casa, otro carro, cambiar de mujer”. “Sí, compadrito, yo también quiero, por eso hay que apurarnos con esto, tiene que salir rápido”. “Esto lo hacemos así o lo hacemos asá”. “Mejor lo hacemos así, para ser más prolijos y no levantar sospechas”. “Buena idea”. “¿Otro vinito?”. Y el mozo llegando con el vinito y las copas para servir con mucha ceremonia a los señores, los ilustres comensales de las Cuatro Estaciones. Pobre Vivaldi. No creo que en su vida se haya imaginado tener que codearse con semejantes… eminencias. No sé tú, hermano, pero yo ni cagando compartiría la mesa con esos sujetos. Ni en el restaurante más lujoso del mundo ni en esta chingana de mala muerte. Aquí o allá me amargaría la boca por igual, lo mismo es.

 

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Novela escrita por Gimena María Vartu.

Ilustraciones de Sam Slikar.

Creación, producción y edición de historias: Héctor Pittman Villarreal.

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