EFICIENCIA Y PLURALIDAD

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Solía tener mis sospechas hacia el tipo de educación que se impartía en las universidades privadas y católicas. No me imaginaba que podían impartir una enseñanza verdaderamente democrática, libre y universal, pues se contradecía con su estatus de privado y católico; es decir, exclusivo y dogmático. Creía que podía haber esfuerzos de flexibilidad pero jamás igualar un ambiente de pluralidad y tolerancia que había en las universidades públicas.
Yo que quería estudiar una carrera de sociales no podía pasar por alto el tipo de universidad que quería, pues el estudio de teorías y realidades diversas y muchas veces divergentes debían ser las características principales de mi labor como estudiante dentro de la universidad.
Así que elegí una universidad pública y de hecho encontré mucho de lo que esperaba, como ejemplo de esto podría señalar las dos cosas que más me impactaron el primer año: primero, compañeros de diversos lugares y estratos socioeconómicos, que se convertían en una diversidad enriquecedora para cualquier profesional de las ciencias sociales, fue ahí donde entendí mejor lo que mi padre me quería decir con lo de “la universidad es el Perú en pequeño” sobre todo social y culturalmente hablando. Lo segundo fue que tenía un verdadero campus universitario, con extensas áreas verdes que llamaban a la reflexión y a la interacción social y en cuyos pasillos y aulas aún se podía respirar el aire de un pasado memorable y glorioso.
Ya con el trascurrir de los años fui conociendo también los vicios y defectos de mi universidad. La meritocracia era una excepción y no la regla; el desorden e ineficiencia institucional, una norma con la que había que lidiar cada vez que se requería de un servicio; las huelgas indefinidas, una externalidad que teníamos que pagar los alumnos y que nos mantenían en zozobra cada semana por la expectativa de si ésa era la semana en que al fin terminarían las vacaciones forzadas; y también estaba la precariedad de sus bibliotecas y laboratorios, libros y equipos desfasados y en mal estado.
Entre tantas desilusiones, el 2010 quise hacer algo diferente y con algo de esfuerzo y también de suerte pude participar en el Programa de Movilidad Estudiantil para la PUCP. Confieso que fui con los prejuicios de los que comenté en un comienzo, pensé que lo que ganaría en calidad de enseñanza y buena organización, lo perdería en diversidad social y académica, pero lo que me motivaba era estudiar en la universidad, que decían, era la mejor a nivel nacional.
El tiempo que estuve ahí fue muy gratificante. Desde el primer día a los alumnos que venían del extranjero o del interior del país nos trataban como un alumno más, con todos los derechos de los que gozaban los alumnos regulares. Teníamos acceso a todas las bibliotecas, actualizadísimas por cierto; servicio de comedor universitario, representado por el elemental pero entrañable básico; internet libre en todo el campus y acceso a todas las actividades extracurriculares que se ofrecían en la universidad.

Todos los días se respiraba tranquilidad en su campus, jamás percibí un aire elitista ni excluyente como el que aún se puede percibir en algunas universidades limeñas, ni tampoco el único afán de lucro en las actividades que realizaba, de hecho muchas eran libres y abiertas al público en general. La Católica tenía un campus muy cuidado y extenso, con ardillas y venados que corrían por él de manera natural y que de vez en cuando se aparecían para dar la bienvenida a sus visitantes.
En lo académico, conservaba entre sus especialidades carreras que hoy ya no se encuentran en las universidades privadas y que le dan una esencia humanista y universal a su enseñanza, además sus profesores, la mayoría de ellos con estudios en el extranjero pero no por ello sin una visión peruanista de la realidad, tenían diferentes tendencias académicas e ideológicas, lo que enriquecía el aprendizaje. También poseía pensiones escalonadas que permitía a estudiantes de clases medias acceder a una de las mejores enseñanzas a nivel nacional. A algunos alumnos de escasos recursos les otorgaban becas completas de estudio y a otros tantos de provincias, becas de intercambio para estudiar un semestre. Felizmente todo esto no ha desaparecido.
Pero esto no fue todo, pues hubo cosas que me han mantenido muy unido a la Católica hasta el día de hoy. Me dieron la posibilidad de ingresar a la universidad por dos años y un correo que hasta ahora conservo y espero tenerlo siempre, ya que en él guardo algunos recuerdos de mi permanencia ahí. Y ahora que también tengo un blog debo decir que a pesar de que mi estancia fue muy corta, el recuerdo y el agradecimiento son muy grandes.
La PUCP es una universidad que cuenta con prestigiosos académicos y profesionales de todas las especialidades, y es que en ella tenemos un ejemplo de la mejor responsabilidad social universitaria y el mejor catolicismo moderno, fiel en sus principios más humanos y flexible en los más trasnochados. Así, la PUCP se ha ganado el respeto de muchos peruanos y extranjeros, conservadores y liberales, católicos y no católicos.
No creo que por ahora exista una universidad pública plural y eficiente como la PUCP, generalmente no les va bien en lo segundo, espero que algún día lo sean, pero por lo pronto me alegro de que exista una universidad privada y católica donde el esfuerzo de sus autoridades no está sólo en la calidad de su enseñanza, sino también en el esfuerzo de incluir a otros alumnos para hacer verdaderamente democratizadora la enseñanza en nuestro país. Sería una pena que esta universidad caiga en manos de una secta religiosa intolerante y reaccionaria, pues se perdería mucho con su captura. Espero que esto no suceda y que más bien salga fortalecida del conflicto que tiene con un sector de la Iglesia Católica y en vez que nos obligen a decir Opus Dei más bien podamos libremente decir Et lux in tenebris lucet.

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