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CAUDILLOS Y PARTIDOS EN EL ACTUAL PANORAMA ELECTORAL

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En estos tiempos preelectorales, muchos políticos y ciudadanos justifican ser “independientes” porque los partidos políticos tradicionales están en crisis. A los partidos se les atribuye una debilidad institucional y una falta de representación nacional que no sólo tiene su origen en las dirigencias del partido sino también en el instinto caudillista de nuestros líderes políticos.

El caudillismo, como una manera informal e improvisada de un líder de llegar al poder, aún subsiste en nuestro sistema político. Los caudillos, propios de América Latina, fueron la primera expresión política de los países que se independizaron del dominio español. Incluso San Martín y Bolívar fueron caudillos que en su tiempo se valieron de un caudillismo autocrático para imponer un sistema de gobierno a nuestro país. Puede que algunos caudillos hayan sido necesarios en un momento histórico como en alguna revolución o en un proceso emancipador, pero hoy en día esta figura política está devaluada. En nuestros días, se necesitan líderes que implementen sus ideales en una continuidad democrática sabiendo generar consensos con toda la población.

En nuestro país, la mayoría de políticos no tienen un norte claro basado en una ideología, ni cuadros técnicos que obedezcan a un partido y no al caudillo, prefieren el poder sin ataduras, sin objetivos claros y con reconocimientos individuales de las obras. Si no cuentan con una amplia base social que les asegure una adecuada gobernabilidad en el cargo es porque prefieren el reconocimiento rápido y el igual de rápido arreglo financiero para su campaña. Si a nuestros políticos no les gusta someterse a elecciones internas, que enseñan a generar consensos y trabajar por un objetivo común a pesar de no ser elegido, es porque se creen dueños de la única verdad y del único camino posible.

El caudillismo se manifiesta actualmente en el desinterés de formar alianzas entre los partidos independientes y movimientos regionales. Son incapaces de desprenderse de sus cargos, ponerse de acuerdo y trabajar mancomunadamente. La democracia no sólo es competencia, confrontación; también es cooperación y entendimiento.

Si analizamos las encuestas sobre democracia en el Perú, nos daremos cuenta que ocupamos los últimos puestos en apoyo a la democracia, pero particularmente nos hacemos cada vez menos tolerantes. Así lo refleja, por ejemplo, la encuesta sobre cultura política del Barómetro para las Américas que indica que el Perú ha descendido en su índice de tolerancia política, pasó de 53.6 en el 2006 a 43.8 en el 2012 y ese descenso ha sido constante a lo largo de los añosPor último, los partidos políticos deberían ser los interlocutores válidos de las demandas de la población y representar a la ciudadanía frente al Estado, pero estas funciones en el Perú han recaído sobre otros actores sociales como los medios de comunicación, los cuales pueden fungir de interlocutores de las demandas de la población, pero no siempre son efectivos. Estos obedecen a una mayor audiencia y a sus propios intereses, no necesariamente al interés público de los diversos sectores y regiones del país. Esto, por ejemplo, se manifestó en su momento en el desinterés que mostraron por la escalada de la corrupción y los asesinatos en el departamento de Ancash y su fijación extrema en el poder central (Nadine) y en el enfrentamiento ideológico con la izquierda (las protestas en Venezuela).

En conclusión, es importante fortalecer los partidos y crear una mayor conciencia democrática en nuestra población, antes que caigamos en manos de una nueva dictadura y todo nuestro crecimiento económico y progreso social sea una nueva oportunidad perdida en nuestra historia.