Antes de iniciar la publicacion de las palabras de Amelia Valcárcel, y también de Ramón Irigoyen en su artículo de opinión en El País del 26 de diciembre de 2000,quiero hacer una acotación,el equivalente del MACHISMO es el HEMBRISMO ,pues bien ahora continuemos con la visioón de Valcárcel e Irigoyen
El feminismo es el único movimiento que ha conseguido tantos cambios sociales sin derramar ni una gota de sangre, como muy bien dice Mª Isabel Menéndez Menéndez. Que no quede en el olvido, desvirtuado o malogrado nunca.
Eva
“(…) El feminismo es un pensamiento de la igualdad, o en otras palabras, el feminismo es una tradición de pensamiento político, con tres siglos a la espalda, que surge en el mismo momento en que la idea de igualdad y su relación con la ciudadanía se plantean por primera vez en el pensamiento europeo. En el exacto momento en que aparece la idea de igualdad en la gran filosofía barroca, aparece el primer indicio de feminismo y consiste desde entonces en la vindicación de esa igualdad para la mitad de la humanidad a la cual no le es atribuida. (…)
(…) El feminismo es la filosofía política de la igualdad que simplemente, como claros y distintos son todos los principios, se plantea lo siguiente: admitida la igualdad entre todos los seres humanos en su procuro de aquello que se consideren bienes, ¿qué razón hay para que la mitad de los seres humanos, el colectivo completo de las mujeres, no tengan los mismos derechos reconocidos a tales bienes que tiene el colectivo completo humano? Esa interrogación es el origen del pensamiento feminista. (…)”
VALCÁRCEL, Amelia (1997). La política de las mujeres. Madrid: Cátedra
Pero ¿quién es el bestia que no es feminista?
RAMÓN IRIGOYEN 26/12/2000
El feminismo, como cualquier doctrina, es una moneda con dos caras: la de la teoría y la cruz de la práctica. Tras dos siglos ya largos, en el mundo occidental, de profundas reflexiones sobre esta corriente de pensamiento, la teoría del feminismo debía estar ya muy clara. No obstante, no es así, como vamos a ver enseguida. Por ejemplo, la Real Academia Española, que, desde su fundación, ha sido y sigue siendo alérgica a la práctica del feminismo, lo ha definido en su Diccionario con palabras, en la primera acepción de esta voz, muy poco afortunadas: “Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres”. Un adjetivo tan poco feliz como favorable, que viene de favor, y una frase de esta misma índole caballeresca a la antigua usanza -concede capacidad- invalidan esta definición. Una doctrina no tiene poder de conceder capacidad a nadie: la mujer tiene, previamente, capacidad y, luego, la doctrina, ya sea feminista o antifeminista, reconoce o niega esta capacidad. La segunda acepción de esta voz en el Diccionario sí puede suscribirse: “Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”.Como creo que es de la mayor necesidad aclarar el concepto de feminismo, para que hagamos un buen uso de este término, y luego intentemos llevar la teoría a la práctica, sin alejarnos, de momento, de la sombra, con estirado chicle, de la Academia, veamos esta definición de feminismo que muchas alumnas y alumnos de bachillerato leerán en el manual Lengua y literatura castellana. Bachillerato 2 (Anaya, 2000), firmado por Fernando Lázaro Carreter, ex director de la Real Academia Española: “Movimiento, hoy muy pujante, que comenzó en América y Europa a fines de siglo XVIII, y cuyo objetivo es conseguir la igualdad política, social, cultural y económica con los hombres, cuyo predominio a lo largo de la historia ha sido absoluto y, muchas veces, abusivo”.
No hay aquí espacio para analizar a fondo esta definición, que podemos dar como relativamente aceptable, aunque la igualdad económica es mencionada en cuarto lugar, incluso después de la igualdad cultural (los subrayados son míos), pues, a los ya 101 años dálmatas del nacimiento de Brecht, sigue todavía muy vigente el brechtiano “el pan, primero, la moral después”, sentencia que obliga a situar la economía por delante de la política, de la sociedad y de la cultura. En un régimen político salvajemente antifeminista -y, por desgracia, hay muchos: sin ir muy lejos históricamente, el mismo régimen preconstitucional de la España anterior a 1978- es obvio que una mujer con independencia económica tiene un nivel de libertades muy superior al de una mujer económicamente dependiente.
Pero reparemos en una errata de la mencionada definición, o despiste inconsciente de su autor, que, cuando se habla de la mujer, ese ser históricamente invisible, suele ser bastante frecuente. Como el norteamericano de la célebre película de Gavras, la mujer, una vez más, está missing en la definición de feminismo de este manual de bachillerato: o ha desaparecido por arte de la fantástica Paz Padilla en el programa televisivo Ala… Dina. Reléase despacio este texto: “… la igualdad política, social, cultural y económica con los hombres, cuyo predominio…”. Detrás de económica debería decir, inexcusablemente, de la mujer, incluso en este caso en que a la definición preceden las palabras “el feminismo, movimiento…” que, al menos, ayudan a que el texto no sea confuso. Sólo un mal lector se confundirá y podrá pensar que aquí no se habla de los derechos de la mujer, sino de los derechos de una nave espacial, de una zanahoria o de una cabra.
El análisis de voces como feminismo y, como vamos a ver, del sustantivo y adjetivo feminista revela lo que ocurre en la crudísima realidad: aunque los derechos de la mujer van ganando, día a día, batallas, que durante muchos siglos fueron batallas no ya perdidas, sino ni siquiera entabladas, la implicación de los varones en la lucha por la igualdad de derechos de los dos sexos es todavía muy superficial, como bien demuestran las estadísticas sobre su participación en los trabajos domésticos, crianza de los hijos y, sobre todo, de atención de familiares enfermos, eventualidad en la que el olfato del varón para escabullirse es de auténtico ornitorrinco. Salvo las excepciones, que nunca cuentan, un varón no cuida a un familiar enfermo ni aunque su mujer le ate la polla a la pata de la cama del paciente.
Esta inhibición de tantos varones en la práctica de la igualdad de derechos para los dos sexos queda patente en el uso actual de la voz feminista, un sustantivo y adjetivo de género común -el feminista, la feminista: partidario/a del feminismo- que se utiliza, casi exclusivamente, para referirse a mujeres: “Lidia Falcón es feminista”, “las feministas han declarado…”. ¿Por qué, si decimos “los cervantistas, los turistas, los marmolistas…, que engloba a los dos géneros, no decimos los feministas sino las feministas? Por una simple razón: porque el varón, sin duda, ha estudiado con fervor a Cervantes, ha viajado muchísimo, ha tallado con exquisitez todo tipo de mármoles… pero, ay, hay que insistir en lo mismo, a la hora de poner en práctica el feminismo, ni siquiera con su miembro más querido amarrado a la pata de una cama ha sido capaz de darle un último sorbo de agua a un familiar agonizante.
Una expresión como los feministas -e incluso los feministas españoles- sólo aparece en algún que otro manual de feminismo. Por ejemplo, en la excelente Antología del feminismo (Alianza Editorial), de Amalia Martín-Gamero: “Intencionadamente no se ha hecho un capítulo aparte con los feministas españoles (y conviene señalar, llegado este punto, que, de no especificarse, el empleo del masculino incluye a personas de uno y otro sexo)…”. Es, pues, feminista cualquier persona partidaria de la igualdad de derechos y deberes para los dos sexos. Y, en este terreno, los partidarios de la desigualdad son obcecadas alimañas de bellota que -lo sepan o no- llevan injertado un dictadorzuelo en la entrepierna. El feminismo es, simplemente, la democracia llevada a sus últimas consecuencias. ¿Se puede decir “soy un poco demócrata” sin hacer el ridículo? Pues tampoco se puede decir “soy algo feminista”. Se es feminista o antifeminista, como se es demócrata o antidemócrata.